AMLO suele repetir que el de México es un sistema “legalmente presidencialista”. Es cierto: el artículo 49 de la Constitución de 1917 establecía que el Ejecutivo es a la vez el jefe del Estado y del gobierno; puede dictar la política gubernamental sin injerencia del Legislativo; sus colaboradores no son titulares del Poder Ejecutivo sino auxiliares del Presidente; es independiente del Congreso; sus iniciativas mueven al Congreso y puede vetar las del Congreso que no le gustan; puede reglamentar leyes, intervenir en el Poder Judicial, controlar al Ministerio Público etc. (Miguel de la Madrid: Notas sobre el presidencialismo, 1977, en línea.)

Sí es un poder enorme, por eso lo practicaron sus guías, como Juárez y Cárdenas (aunque no Madero, y así le fue). Un presidencialismo que, como lo definió alguna vez Jorge Carpizo, es: “Todo el poder, sin ningún contrapeso, ejercido por un solo hombre, como si se tratara de Luis XIV o de Catalina de Rusia” (en El presidencialismo mexicano, 1978, actualizado en 2002). En una comparación menos foránea, Paz lo vio como una extensión del poder del tlatoani, el virrey, el caudillo del XIX y su apoteosis en Plutarco Elías Calles.

En fin. El pasado 3 de mayo, en el programa Tercer Grado, AMLO reiteró que “lo principal es la voluntad política del Presidente, lo tengo muy analizado. Este es un régimen legalmente presidencialista. Depende mucho del comportamiento del Presidente. Hasta un escritor conservador, crítico de nosotros… voy a tratar de recordarlo…” Y bueno, no logró recordarlo durante uno de esos tensantes olvidos a los que es proclive, pero sí recordó que aquel “conservador” reitera que “lo principal es la voluntad política del Presidente”.

Es obvio que AMLO concuerda con ese “conservador”. ¿Cómo no iba a hacerlo? Su presidencialismo lo proclama hasta su página web (lopezobrador.org.mx): “En el país hay un sistema presidencialista”, algo que en otras campañas criticaba, pero que ahora le parece muy bien.

Y le parece bien porque si la enorme cantidad de poder presidencial es nociva en manos de malos presidentes, en sus manos rectas será benéfico. Será el mismo poder enorme que es malo en otros pero que, en su caso, será benéfico pues su voluntad es buena, no mala. La suya será una rectitud que se contagiará a todos: si acabar con la corrupción depende “de la voluntad política del Presidente”, como su voluntad es honesta, honestos lo serán todos.

Curiosa cosa el presidencialismo “legal”, ese escenario en el que sólo canta la voluntad del Presidente. Un marco de legalidad en el que la voluntad personal de uno solo puede hacer lo que le venga en gana.

Claro, si la voluntad del Presidente es disparatada y errática, o corrupta y tonta, los demás poderes lo imitarán y, a la larga, el país entero será reflejo de esa voluntad maligna. Es delicado, pues la patología del líder se puede convertir en la patología del gobierno y del país entero, como advirtió Daniel Cosío Villegas (a quien AMLO tanto monta, monta tanto, en sus propios libros).

Don Daniel concluyó, en efecto, que el presidencialismo, esa “monarquía absoluta sexenal”, es “el mal de la época” y acabó criticando severamente “el estilo personal de gobernar” de un presidente compañero que decidió que sólo su voluntad contaba (y se las daba de honesto).

El poder de AMLO será tan enorme como el de otros presidencialistas legales. Y más aún si, como hay indicios, incluye al Poder Legislativo en el suyo y neutraliza así los precarios contrapesos: será un poder tan enorme como el del PRI en su época de oro. En control del Legislativo, Morena será el brazo político del Presidente, como eran los congresos del PRI para Díaz Ordaz o Echeverría. Con AMLO, me parece, pueden unirse de nuevo el (legal) poder presidencial y el poder del partido, como en los viejos tiempos del revolucionario institucional.

A ese presidencialismo “legal” AMLO lo sazona ya, además, con cierto caudillismo. Declarar que de su propia honestidad emanará la honestidad general puede ser bienintencionado, pero ponerse como ejemplo de la moral pública tiene ya un relente caudillesco. No dependerá del orden de las leyes, sino del ejemplo; no resultará de cumplir y hacer cumplir las leyes formales, sino de imitar su voluntad personal.

Desde 1968 luchamos contra la elefantiasis de ese hegemónico poder presidencialista. Lo bueno es que el de AMLO será igual de personal y poderoso, pero será un poder bueno.

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