Si me pidieran definir qué es la salud no sabría responder y echaría, de inmediato, mano de un ejemplo. Llenar de ejemplos una discusión en vez de ofrecer una buena definición puede ser un acto desordenado, pero en ocasiones no existe mejor salida. ¿Qué es la salud?, no lo sé, probablemente la muerte o el olvido. Sin embargo, una manera de mantenerse saludable en la vida es desconfiar de la autoridad (este es un ejemplo). Al menos, en mi caso, tal actitud es indispensable para mantenerme en pie con cierta dignidad. Toda autoridad tiene que ser puesta en duda hasta que no demuestre que es legítima y que es necesaria; es decir, que puede ofrecer salud. Con respecto al conflicto entre México y Estados Unidos a mediados del siglo XIX, Henry David Thoreau se quejaba y escribió lo siguiente en su libro Desobediencia civil (1848): “La guerra contra México es obra de un grupo relativamente pequeño de personas que se valen del gobierno establecido como de una herramienta, a pesar de que el pueblo no habría jamás aprobado la medida”. Y líneas más adelante añade: “La única obligación que tengo derecho a asumir es la de hacer en cada momento lo que crea justo”. No es cosa nueva: en cuanto un grupo o alguien se inviste de autoridad y ejerce poder sobre los demás los enviará a una guerra o a la celda. Los generales mueren en la cama. Es por eso que la postura incrédula o el relativismo inteligente es una buena medida para transitar por la globalización: la desconfianza crítica, la duda razonable o el sigilo ante cualquier autoridad. En la globalización que no contempla el humanismo, sino sólo el tráfico de negocios y la comunicación ofensiva, “pensar” se ha tornado peligroso. Pensar no como un proceso de inferencias, de algoritmos o cálculos causales, sino entendido como comprensión de la circunstancia, conocimiento del entorno. En pocas palabras: pensar es saber en dónde se encuentra uno parado y con quién está hablando. Pensar es peligroso porque de hacerlo es posible que la mayoría de los soldados no iría a la guerra, organizada por sus generales holgazanes deseosos de ganar batallas; y es posible que la mayoría de los consumidores que se atiborran de información, productos y comunicación inútil tampoco lo harían. Desconfiar de toda autoridad es un buen método para habitar un mundo saturado de corrupción, impunidad e injusticia económica.

Me referiré brevemente a dos libros que trazan una imagen de México y de la sociedad contemporánea. Y ambos, a su manera, auxilian en el cultivo de una desconfianza crítica, informada, pero también personal y actual ante el descrédito de la democracia actual como régimen político. El primero de ellos es Informe sobre la democracia mexicana en una época de expectativas rotas (2017) que coordina Ricardo Becerra y en el que colaboran diversos estudiosos del estado social contemporáneo: Martha Lamas; José Woldenberg; Ciro Murayama; Raúl Trejo Delarbe; Luis Emilio Giménez Cacho y varios otros. Cito algunas aserciones que bosquejan el contenido del libro. Escribe Giménez Cacho “La sociedad mexicana no está satisfecha con su régimen político”. Y más adelante: “Ni las elecciones libres y razonablemente equitativas, ni la existencia de un sistema de partidos competitivos que permita la alternancia en los cargos de elección popular, ni la legitimización electoral del gobierno y los representantes populares, pueden resolver por sí mismos todos los problemas que corresponden a la tarea gubernamental y legislativa cotidiana y menos aún los que requieren del compromiso activo de la sociedad”. Y más adelante: “Nada ni nadie puede cambiar el país en unos meses”. Por otra parte, Ciro Murayama concluye su ensayo afirmando: “La insatisfacción de la ciudadanía con la democracia realmente existente en México es uno de los datos duros de la época que vive México.” Cualquiera que lea este magnífico libro (promovido por el IETD) saldrá beneficiado ya que ampliará sus perspectivas sobre lo qué significa hoy en día el concepto de la democracia.

En otro libro, en el que yo participé (Desconfianza; 2018) con una especie de manifiesto concebido hace cinco años, escriben L. M. Oliveira y Leonardo Da Jandra; el prólogo es de Arnoldo Kraus, y concluye con el epílogo de un joven escritor y crítico, Alejandro Beteta. Escrito de manera sencilla, pero reflexiva y personal al libro se refiere al hecho de que la democracia es un horizonte ético y no sólo un régimen político; que México es el país más impune de América latina, y que la libertad es una manera concertada de encontrar bien para el individuo y la sociedad en que vive. Es un libro sostenido en la experiencia, conocimiento, impulso vital, reflexión actual y también subjetividad y visión propia de cada ensayista. Leonardo es escritor y filósofo; L.M. Oliveira es escritor y doctor en Filosofía, y Arnoldo Kraus es médico y especialista en bioética. En suma: es una conversación entre escritores y ensayistas que pueda ser seguida por cualquier persona, sin saturarla de referencias filosóficas o científicas; un diálogo; un todo lo sabemos entre todos. La objetividad —para cualquiera que haya pellizcado siquiera algún buen ensayo o libro de filosofía de la ciencia— posee vértices y límites maleables y puestos en duda; la objetividad también se construye. En fin, aquí dos libros diferentes, pero en cuyas coincidencias encontrará el lector, quizás, un pretexto para el diálogo o el disentimiento.

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