La mayor parte de los más graves y punzantes problemas que he tenido a lo largo de mi vida se debe a que hago promesas que no logro cumplir. ¿Por qué las hago entonces? No sé, las olvido, quizás, pero no puedo parar de continuar haciéndolas. Quiero cumplir las promesas, claro, pero otro yo, con el mismo rostro y apellido, dice; “no seas idiota, ¿cómo vas a hacer eso?” Y así la reunión de mis yoes se gritan “idiota, no hagas eso” los unos a los otros; y uno de ellos, el más prudente, cansado, se va a tirar a la cama a esperar que toda esta vocinglería acabe pronto. Después me he dado cuenta de que las promesas que sí podía cumplir eran las únicas que se me presentaban como posibles y que en ese aspecto puedo decir que soy un caballero que cumple su palabra más que ningún otro ser que conozco; exceptuando, claro, a Dios, quien cumplirá su palabra de aniquilar moralmente a toda la población que crea en la cháchara de sus sacerdotes.

Tenía yo una amiga, más bien una conocida, pálida y abatida por una cabellera que le llegaba hasta la cintura. Creo que se llamaba Nosecomoputas, y cuando nos saludábamos o despedíamos yo le acariciaba la espalda o más bien le daba palmaditas en los hombros. A mí me gusta tocar a las personas, abrazarlas, sacudirlas, subirlas en hombros, estrujarlas y así… No es mi intención acosar a nadie y sé que hay personas que detestan ser tocadas; es sólo un gesto que me sale de las rodillas. Después me enteré que ella, mi conocida, decía a los amigos: “El Fadanelli ese, ¿ya viste que me da palmadas en la espalda como si fuera un perro? Así trata a la gente, como si fuéramos sus mascotas. No lo soporto”. Yo me desilusioné al conocer su opinión y estuve a punto de cortarme una mano. No, en realidad no, pero el hecho de que no me lo dijera a mí frontalmente me decepcionó y preferí alejarme. Y luego ella me buscaba para que le diera palmaditas, pero yo había para entonces cercenado mentalmente mi mano y no podía ejecutar ninguna polonesa en su espalda. Me hice la promesa de no tocarla más. ¿Qué habría hecho en mi lugar Clint Eastwood? ¿Cómo habría reaccionado Albert Camus? Acerca de Camus, Milan Kundera escribió que le pesaba su origen humilde, su desaliño, su cuna de hojas secas; pues bien, de allí su fuerza y su precaución. Lo entiendo porque nació un 7 de noviembre, como Imre Kertész lo hizo un 9 del mismo mes, y Dostoiewski el 11, y Lutero un 10 de noviembre… y Sor Juana el 12, y así. Bajaron todos ellos y ellas del asteroide que aniquiló a los dinosaurios. Yo, basura que da palmaditas en la espalda, nací el 14, y sé reconocer esa vena y esa clase de sangre e influjo sideral en las personas nombradas. De Martín Lutero me viene a la cabeza el relato que hizo Lucien Febvre de su idealismo intransigente, de su inclinación a terminar con el papismo tiránico, de sus desacuerdos y al mismo tiempo su admiración por el humanista Erasmo, a quien le dedicó estas palabras: “Sólo tú has captado el nudo, has mordido en la garganta, ¡Gracias Erasmo!” Eso escribió antes de comenzar la batalla con el humanista. En fin, estoy seguro de que Lutero, Erasmo, Sor Juana y Kertész le habrían dado palmaditas en la espalda a mi conocida de entonces. Y ella habría dicho: “Miren cómo me trata esa gente, como si fuera yo un perro”. En cambio, creo que Camus no le habría dado ni una maldita palmadita, él habría recordado su propio origen y la prohibición que tienen los miserables de tocar casi cualquier cosa porque no es suya.

Me he enterado —y es que paro la oreja y escucho cosas— que la Feria del Libro de Guadalajara (esa “olla de egos revueltos”, como la llama mi amigo Andrés Ramírez) dedica parte de su itinerario a la ciudad de Madrid. ¿Qué quedará del Madrid que yo conocí y que me transformó tan abiertamente? He estado allí una decena de veces y la última hace pocos años. Pero yo vuelvo —imaginariamente— otra vez a los antros donde hace 20 o 30 años la segunda ley de la termodinámica hizo lo suyo conmigo: el Calentito, al Templo del Gato, a la Vía Láctea, Siroco; y vuelvo a leer las revistas Monográfico (quizás el fanzine más antiguo de España, aunque fundado en Burgos, luego fortalecido en Madrid y Valencia), La Luna de Madrid, Madrid me Mata, El Canto de la Tripulación y tantas otras; y a los amigos, y a los barrios que aún recorro de memoria. Después de desnudarme en Madrid a finales de los años 80 volví al DF siendo otro; ¿quién? Uno que daba palmadas en la espalda y que fundaba revistas y le declaraba la guerra al “todo” anticipando la derrota y el absurdo de “querer ser alguien”. ¿Para qué los ladridos? Y le he prometido a mi amiga Teresa Yagüe volver, pero el movimiento es el principio del mal, y el que se mueve aniquila jardines y levanta polvo que asfixia. ¿No era Lutero, nacido un 10 de noviembre de 1483, el que aspiraba al quietismo y a la fe como atributos del conocimiento cristiano? Y aun así levantó un remolino que transformó Europa. Aquí llamamos a esa gente “moscas muertas”; van acumulando una orgía febril en su ánimo, un semblante mustio y una sonrisa agustina e hipócrita, pero su interior arde en llamas de “ser alguien” y transformarlo todo. Sé que la humildad hoy en día es un pecado, pero hay que practicarla y no dar palmaditas a nadie. Desde hoy lunes prometo no prometer nada que no cumpla al pie de la letra; y no habrá indulgencia alguna que me salve. Se acabaron las promesas y las palmaditas. Cuánto daño he hecho, caray.

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