El juego comenzó cuando el procurador general de la República renunció sospechosamente, tal vez informado de la decisión superior de remover al fiscal electoral encargado de velar por la legalidad de los comicios a lo largo y ancho del país. Es probable, también tal vez, que Raúl Cervantes, conocedor de las intenciones del ejecutivo, hubiera decidido dimitir a tiempo, antes del ensordecedor griterío que se produciría con la remoción intempestiva y desaseada de Santiago Nieto. Después de todo, el clamor atronador esperado, finalmente se convirtió en un inaudible y ridículo rugido de ratón.

El juego continuó: un subprocurador general interino o intrauterino, como sea, a tan sólo tres días de la sustitución de Cervantes, cesa violentamente al fiscal electoral sin tener siquiera facultades legales para hacerlo. La oposición instalada en el “H” Senado de la República protesta airadamente, amenaza con sabotear la ley de ingresos de 2018, así como otras iniciativas pendientes de legislar, enfurecen, reclaman, se quejan por el atropello constitucional, toman la tribuna del ilustre recinto, “no pasarán”, vociferan de modo que la nación escuche su patético lamento, sólo para rendirse horas después so pena de ver exhibidos los cadáveres escondidos en su respectivos clósets o de correr el peligro de ser reveladas sus componendas políticas inconfesables. El desprecio de los Poderes de la Unión hacia la sociedad es palpable. En el primer partido de las Chivas contra el América, todo se habrá olvidado porque los mexicanos, suponen, no tenemos memoria histórica y menos memoria del presente.

En el segundo tiempo salta a la arena Santiago Nieto, el fiscal removido, rechaza, deniega, se dice hombre de leyes respetuoso del Estado de Derecho, defensor a prueba de fuego de la legalidad al costo que sea, a cualquier precio y en cualquier condición. El electorado se siente protegido y defendido: es el hombre, nuestro gran hombre, el mismo que denunció los fraudes electorales de Duarte y Borge, entre otros tantos más. Cuando comienza con valentía desconocida en los círculos políticos a indagar el papel desempeñado por Odebrecht en las elecciones de 2012, bravo, vamos, Nieto, yes, you can, go, go, go, Nietito, go, de repente, el ínclito y perínclito súper fiscal, se desinfla, se abofa y se escapa por un agujero del “H” Senado, la famosa carpa instalada en el Paseo de la Reforma, con el argumento ingrávido e increíble de que “no existen las condiciones para retomar su trabajo al frente de la FEPADE…”. Le preocupa la “polarización política”. Entre el ejecutivo, el legislativo y los procuradores podríamos representar una ópera bufa intitulada: “Aquí no se escapa nadie…”.

La realidad es que vamos a unas elecciones federales en el 2018, las más complicadas de la historia presente de México, sin árbitros y los que vengan, bien podrían ser etiquetados de antemano por el público que observa este escatológico juego de complicidades, como árbitro vendido. Tardamos medio siglo en construir unas instituciones electorales y ahora sucede que no sólo AMLO, sino dos de los Poderes de la Unión, mandan también al diablo las instituciones… ¡Ouh, mecsicanitous…!

La vulnerabilidad del Trife, del Instituto Nacional Electoral, (ay, Coahuila, ay…) y un árbitro electoral vendido o inexistente pavimenta el camino hacia el caos el año entrante. No en balde Martínez Domínguez sostenía que “lo único peor que el PRI es la oposición…”.

fmartinmoreno@yahoo.com

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