Eran las 12:00 pm y La Novelería estaba en completo silencio.

Cuando terminé la llamada en el celular, me extrañó no oír a esa hora ni una voz,  ni música, ni nada, así que me levanté de mi escritorio y salí de mi oficina a ver qué pasaba. Todo mundo —bueno, los cinco escritores y creativos que trabajaban en ese momento en sus lugares—, lucían absortos en sus computadoras, con sus audífonos, cada uno con su música.

Contemplé la escena por unos instantes y lo primero que pensé fue que habría que diseñar alguna mecánica para no andar todos tan aislados: “A ver, chavos, ¿qué les parece si cada uno escoge una semana la música para que la escuchemos todos en las bocinas y no nos incomuniquemos?”, me vino a la mente decirles, pero enseguida supe que al darme la media vuelta se burlarían de mis ideas generación X.

Yo también tuve mi época de audífonos, aunque no en el trabajo, sino al correr, y realmente lo disfrutaba, así que mejor no comenté nada, volví a sentarme y puse el playlist que solía reproducir en mis salidas largas y carreras, el cual abre con Starálfur de Sigur Ros, seguida de Run de Snow Patrol, There Goes the Fear de los Doves, o la que le da nombre a esta columna.

Alguna vez discutí con un amigo sobre si es mejor correr con música o sin. Yo, entonces, defendía que sí, bajo el argumento de que una buena canción me daba ánimos y fuerza para superar el agotamiento, o, incluso, porque me distraía y me hacía más corto el camino.

Pero según él, todo lo contrario, pues, aducía, la música merma tu rendimiento, precisamente por sus clímax y picos. “Cuando el bajo se acelera y los tambores se intensifican, no sólo aumenta el ritmo de tus piernas, sino el cardiaco. Pretender transcurrir así una distancia considerable, es casi imposible”, aseguró.
Hoy lo secundo, especialmente si hablamos de corredores que pretenden alcanzar buenos tiempos y superar sus marcas. Cuando pasas del recreo a los récords, es recomendable ir en silencio para poder encontrar tu propio ritmo, ir en sintonía y mantener una velocidad idónea.

¿O será que hay quienes resisten toda una carrera con música electrónica, beats compulsivos y hasta reguetón? Olvídense de la frecuencia cardiaca, ¡el martirio! Yo, a la fecha, no aguanto ni una hora así en las fiestas. Desde chico me parecía una tortura aquello, y ni hablar de La calle de las sirenas o Timbiriche. Siempre fui un bicho raro —en lo que a música se refiere, ja—, el mismo que corrió eufórico los dos últimos kilómetros de su mejor medio maratón con la 9ª sinfonía de Beethoven a máximo volumen, el mismo que una vez sobornó a un DJ en un afterhours subterráneo para que les cambiara unos instantes el dubstep a los trasnochados por My Way de Frank Sinatra.

Por ahora no tengo prisa, así que mañana correré con música, ¿ustedes? 

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