Abro ¿por cuarta, por quinta vez? el libro titulado Autobiografía de Federico Sánchez, del año 1977. Como en todas las ocasiones anteriores, no me detengo hasta que lo termino de leer. Parece una extraña costumbre y alguien podría describirla como una manía de lector, una especie de adicción o de compulsión. Es posible pero no me lo parece: cada cierto número de años necesito leer esta autobiografía ardiente. Es más bien, pues, una necesidad dictada por mis preocupaciones y dudas.

El testimonio escrito de un individuo (autobiografía) debe hacernos saber su nombre, me parece; parecería una de las reglas. Pero no es Federico Sánchez el autor, estrictamente hablando, de este libro testimonial; es otro individuo, llamado Jorge Semprún (1923-2011). “Federico Sánchez” fue el nombre de batalla, clandestino, que Semprún escogió para su militancia en el Partido Comunista Español (PCE), dirigido en esos años posteriores a la Guerra Civil —y hasta 1975, año de la muerte de Franco— por la Pasionaria, Dolores Ibarruri, y luego por Santiago Carrillo. La vida de Federico Sánchez es, entonces, el trayecto vital e ideológico del escritor Jorge Semprún. Éste es un europeo en toda forma, que sin embargo no reniega, sino todo lo contrario, de sus orígenes en una familia ilustre de su país natal: uno de sus antepasados fue el político Antonio Maura, conservador y por lo tanto en el otro polo filosófico de su nieto.

Jorge Semprún asumió la lengua francesa como vía de expresión literaria, pero la aventura de Federico Sánchez está escrita en español, como quizá debía ser. Las vicisitudes de este militante secreto son extraordinarias de todo punto, pero el meollo del libro es la reflexión que llevó a Sánchez-Semprún y a su camarada Fernando Claudín a revisar la estrategia del PCE y a descubrir los numerosos errores que la animaban; decidieron reformularla y se lo plantearon al Comité Central: el resultado fue catastrófico. Terminaron expulsados de la organización a la que habían dado años enteros de su juventud. El corolario es indignante: el PCE y otros partidos comunistas europeos —y hasta el PC mexicano— adoptarían más tarde las tesis de Semprún y de Claudín.

La obra literaria de Semprún es enormemente valiosa, al igual que la dimensión histórica y moral de sus libros. Sobreviviente de Buchenwald, dejó textos extraordinarios acerca del universo concentracionario. La Autobiografía de Federico Sánchez tiene un lugar notable en la lista de libros en los que se denuncian con lucidez cegadora los dogmatismos, cerrazones, intolerancias de la izquierda. Por eso me interesa, por eso lo releo: porque no parece que eso haya terminado en 1989 y con todo lo que siguió.

Una sola vez vi de lejos a Jorge Semprún. Me lo señaló mi hija, emocionada, en París. Fue el martes 4 de junio de 1996 y no olvidaré su noble cabeza encanecida y su gesto adusto de apuesto septuagenario.

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