Los reyes utilizaban el pronombre de primer persona del plural por derecho divino. Decían o escribían o mandaban escribir “nosotros” y uno, súbdito enterado de esos usos y costumbres, debía entender que el rey (el Rey) se refería entonces a él mismo, a sí mismo: ese plural era el vehículo para significar su majestad y por eso se le llama a veces “plural mayestático”. “Nosotros” quería decir el Reino, la Nación, el Imperio: yo.

Apenas hay reyes ahora; pero hay, en cambio, mucha gente que dice o escribe o manda escribir “nosotros” por razones muy diferentes a las de aquellos reyes y ese uso de la gramática. Cuando alguien dice “nosotros” y quiere decir en realidad “yo”, hay que sacar las antenas para descubrir, no a un rey, sino a un ciudadano quizás en problemas o en asuntos más bien turbios de orden psicológico, político o moral: timidez en el mejor de los casos (hay quienes piensan que decir “yo” es brusco, poco amable), vergüenza (me amparo y me protejo con ese plural), estrategia política (así se diluye mi filiación política) o negocios acaso al margen de la ley (encubro a mis cómplices o a mis patrones).

Quien dice “nosotros” tiene problemas y utilizar tal pronombre no los soluciona: tiende a agravarlos, entre otras razones porque deja en el aire la contraparte: ante “nosotros” (yo) están “ellos”, ¿mis enemigos? A menudo ocurre eso. “Nosotros hicimos esto” pero “ellos” quiere distorsionarlo: la falta de claridad deja al descubierto la turbiedad que mencioné líneas arriba.

Dan ganas de decirle a ese nosotros/yo: “Habla claro, di nombres, acusa de frente”. Pero no. Imposible: en el pronombre está depositada la desesperación de quien actúa incorrectamente y sabe además que lo está haciendo. Es una pena, sobre todo en el caso de quienes juran que su profesión es la verdad documentada y comprobable.

Alguien podría decir que todo esto que escribo no es “hablar claro”, como lo pedí en el anterior párrafo. ¿Hace falta que ponga aquí un nombre y un apellido? De plano, prefiero no hacerlo y confiar en la inteligencia de los lectores, que es precisamente lo que esa persona no hace: desconfía de sus lectores y hace aclaraciones no pedidas, según él muy necesarias, por un medio que no es el de su profesión: un destartalado video difundido por medio de las redes sociales. La persona a quien me refiero sabe muy bien que hablo de él y es altamente probable que lea esta columna. Además, no lo acuso: sencillamente trato aquí de analizar un hecho reciente de nuestra vida pública para ver si alcanzamos un poco de claridad. Siempre puede uno preguntar: si vives de escribir y conoces las reglas, ¿a quiénes te refieres cuando dices “nosotros”?

Todo esto es, insisto, penoso y desagradable. Puedo asegurarle a cada uno de mis lectores (¿hay alguien por allí?) que no me siento seguro de casi nada, pero que escribo esto en nombre de esa claridad que he invocado y busco siempre.

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