Uno tiene sus manías y de ello poco puedo decir. Sé que a muchas personas esos tics o malas costumbres, aceptadas de buen talante por quienes las “padecen”, les parecen perniciosas y deletéreas; son como graves defectos del carácter y muestras de profunda debilidad. Eso es lo malo: que a los maniáticos nos ven con ojos de compasión o de reprobación. Lo bueno es que puede uno compartir sus manías con otros maniáticos, igualmente obsesivos.

Una de las inocuas manías que me aquejan es la de andar buscando versos donde se supone que no los hay; por ejemplo: en la prosa narrativa o expositiva, en escritos periodísticos o en textos científicos. No es difícil encontrarlos, aunque no abundan. Otra manía, especialización de la que acabo de mencionar, es la de buscar versos raros, para comprobar que en realidad no son tan raros; por ejemplo: eneasílabos, es decir, versos de nueve sílabas prosódicas.

No sé la razón de que a personas que se supone que saben de poesía el eneasílabo les suene mal; a lo mejor no saben tanto de poesía. En manos de Rubén Darío o de Pablo Neruda, el eneasílabo tiene toda la eufonía imaginable; sea ejemplo, obra del primero, el muy célebre poema donde se habla de la “Juventud, divino tesoro”. Esas tres palabritas son un verso eneasilábico, como los que le siguen: “¡ya te vas para no volver! / Cuando quiero llorar no lloro… / y a veces lloro sin querer…”. El fabuloso Estravagario de Neruda está repleto de eneasílabos.

Un queridísimo amigo mío, poeta de primera, además de lector de una sagacidad formidable, también está interesado en el eneasílabo. Por eso me mandó a que viera y escuchara un video de la cantante Natalia Lafourcade acompañada por el dueto Los Macorinos y otros músicos estupendos, interpretando una pieza que se llama, como el encabezado de esta columna, “Mi tierra veracruzana” (ese título es un octosílabo). Vi el video, escuché la canción, calibré los eneasílabos lo mejor que pude y ahora recomiendo esa pieza, junto con el disco que la incluye.

La parte más importante de esa canción de Natalia Lafourcade está compuesta en eneasílabos. Es preciosa. La música, la fluidez, la alegría del acompañamiento, las armonías, la voz un poco aniñada y muy bien proyectada de Lafourcade…: todo, todo en “Mi tierra veracruzana” es una fiesta. Está incluida en lugar prominente en un disco titulado sencillamente Musas. El disco viene acompañado por un devedé con videos de varias canciones. En uno de esos videos alcancé a ver a la actriz Ximena Ayala, a quien hace años admiré en la cinta Perfume de violetas, su primera aparición en la pantalla, por la que ganó un Ariel. No hay duda: las talentosas se juntan.

Al final de Musas está incluido como remate un hermoso vals de Felipe Villanueva que suena en las dos guitarras de Los Macorinos: “Vals poético”, ya escuchado antes por mí en el piano de Alberto Cruzprieto en su disco Déco.

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