“No hay situación por mala que sea que no sea susceptible de empeorar”, aseguran, sentenciosos, los sabios. Al amenazarlo con una solución militar a la deriva dictatorial de su régimen, Trump le ha dado a Maduro un regalo inolvidable y el dictador venezolano debería enviar alguna señal de humo, en prenda de gratitud, al atrabiliario huésped de la Casa Blanca. El gazapo trumpiano, empero, no puede ocultar que la principal intervención extranjera en Venezuela es la cubana, iniciada desde que Chávez compró con petróleo el afecto de los hermanos Castro.

Y cuando el comandante venezolano enfermó de cáncer en junio de 2011 y hubo de ser rutinariamente tratado en La Habana, circuló el chisme de que los principales interesados en la muerte del autoproclamado sucesor de Bolívar, estaban, pese al creciente amor de los Castro por su discípulo, entre la nomenclatura cubana, de la cual habrían salido —inclusive— órdenes secretas prescribiendo tratamientos ineficaces para el venezolano.

No es difícil adivinar por qué deseaban algunos en el entorno castrista la muerte del autócrata televisivo. Al borde de la tumba Fidel y también muy viejo Raúl, un comandante revolucionario de apenas 56 años como Chávez, dirigente “bolivariano” adorado por los Ortega, los Correa y los Morales, respetado en Brasilia y en Santiago de Chile por socialistas más moderados, apapachado desde Teherán y Moscú, amenazaba con, una vez desaparecidos los Castro, coronarse emperador de Cuba. Ansiosos de liberarse de la gerontocracia regente en la isla desde tiempos de Ike Eisenhower, los ya no tan jóvenes cuadros del Partido Comunista de Cuba, aperturistas o no, vieron venírseles encima una tiranía extranjera, que los apartaría del añorado poder otro medio siglo. En alguna ocasión, Chávez mismo hizo pública su fantasía de “hermanar” a ambas repúblicas.

A cinco años de la muerte de Chávez, el mismo día que Stalin pero en 2013, la mortificación cunde, otra vez, en La Habana. Pese a la dramática caída en los precios internacionales del crudo que ha hecho del venezolano el desastre económico más grave y mejor documentado de la historia contemporánea, Cuba sigue recibiendo el oro negro de Caracas. Pero cualquier alternativa a Maduro significaría el cese o la drástica disminución del estipendio, tanto más insultante frente a la destrucción de la clase media venezolana por el chavismo, el enriquecimiento de los narco militares, de la “boliburguesía” y el enésimo fracaso del populismo: el dinero regalado, como llegó, se fue. Así hubiera ocurrido en cualquier parte.

Sin crear instituciones sólidas de bienestar social, a diferencia del castrismo, la principal oferta popular de los chavistas venía de las misiones médicas cubanas y su apetito dictatorial, crecientemente omnívoro, de los asesores militares, quienes han diseñado los cuerpos de inteligencia y el aparato represivo heredado por Maduro, del que se sirve. La única contribución original del chavismo a la represión dictatorial, novedad ausente en los regímenes de Franco, Castro y Pinochet, es el uso de la delincuencia callejera como complementaria en las tareas de represión.

La lerda reacción de nuestras democracias ante Chávez y su secuela madurista proviene de la generalizada admiración por la Revolución Cubana. Nuestras élites y buena parte del pueblo llano la profesan por antiyanquismo y está presente, esa querencia, aun entre nuestros conservadores. Difuminándose esa tolerancia ante la crueldad de los hechos, no hay solución en Venezuela sin que se le exija al régimen de Raúl Castro la retirada inmediata de sus asesores militares. En cuanto a Trump, la historia enseña que, en Estados Unidos, el aislacionista es el primero en sacar el gran garrote. No debe intervenir en Venezuela y no lo hará, tan ocupado como está en hundir a la Casa Blanca. Otra cosa es exigir el derecho de injerencia humanitaria. “Sin rodeos, pero con inteligencia”, como lo ha pedido la escritora venezolana Ana Nuño. Ejercer esa injerencia nos toca a los latinoamericanos.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses