Se cumple el bicentenario del nacimiento de Ignacio Ramírez (1818–1879), alias El Nigromante, uno de los intelectuales en verdad originales en la historia de México. Quien irrumpiese en la llamada Academia de Letrán, declarando, en octubre de 1836, que “no hay Dios: los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos”, fue algo más que el primer ateo convicto y confeso de la patria.

Su liberalismo combatiente, que lo enfrentó a Benito Juárez, del cual fue fugaz ministro y con quien sólo se reconcilió cuando hubo de combatir al imperio de Maximiliano, en 1863, no lo libró, como tampoco a los maestros Prieto, Altamirano y Riva Palacio, de escribir una obra vasta y profusa. Periodista satírico (se burló cruelmente de fray Servando y de la supuesta visita del apóstol Tomás para evangelizar a los indios) y dramaturgo (malo), fue el primer crítico mexicano en abandonar la antigua retórica por lo que hoy llamaríamos la teoría literaria, al tanto del sensualismo europeo de su época, geólogo aficionado, anticomunista pionero y admirador de Mahoma. En calidad de viejo sentimental, perdió la competencia por los amores de Rosario de la Peña con los jóvenes bardos, aquellos Manueles —Acuña y Flores— de trágico destino.

Según Menéndez Pelayo, reaccionario ante el Altísimo, quien execraba al ideólogo liberal, El Nigromante, como poeta, dejó epigramas propios de la Antología griega. Mestizo, aunque orgulloso de ser tenido como indio de raza, El Nigromante murió pobre, aunque en buenos términos con el primer Porfiriato y con la reputación de no haber matado ni robado. Pero no todo es aceptable, leyéndolo póstumamente, en el legado negromántico y menos aún cuando se pretende un nuevo relato nacionalista donde nuestra historia aparece dividida en patria y antipatria. Nadie como El Nigromante falsificó, para beneficio de los liberales triunfantes, la historia de México, con una versión antihispánica hasta el ridículo, empeñada en hacer del virreinato una edad de las tinieblas, aduciendo que éramos hijos, “no de Cortés y la Malinche”, sino de “Hidalgo y su costilla”, ofreciendo la versión patriotera del “parto de Dolores”, tal cual hoy se festeja. El Nigromante, el descristianizador, con su propia versión del Génesis a la mano, pontificó en el discurso en La Alameda: “gracias a don Miguel, se hizo la luz y nació México”.

Fue, también, el único entre los liberales de esa generación en no despreciar a los indígenas vivos, abogando por la sobrevivencia de sus lenguas y comunidades. Soñó, iconoclasta, con la piqueta; pero en cuanto Juárez le dio poder para aplicar las Leyes de Reforma, en 1861, apenas ganada la guerra contra los conservadores, El Nigromante, deseoso de dinamitar conventos, se contuvo, hermoseando la Academia de San Carlos y nutriendo la Biblioteca Nacional. El Nigromante no sólo hablaba con los muertos. Fue el mexicano más respetado de su tiempo, según atestiguó Payno, un liberal moderado.

El INBA ha nombrado a la actriz y activista Jesusa Rodríguez, residente en San Miguel de Allende, el lar natal del Nigromante, como coordinadora de sus festejos bicentenarios. Decisión polémica. Por un lado, Rodríguez tiene de sobra las credenciales laicas (y hasta jacobinas, si ello es menester), para honrarlo, pues no es indispensable la presencia de un académico especialista para encargarle la efeméride y a ella le sobrará entusiasmo e imaginación para llevarla a buen puerto. Pero las conmemoraciones nacionales son para unir, no para dividir y en plena campaña electoral, hacer responsable de la fiesta a una partidaria histórica de López Obrador pone en duda el consenso ameritado por la ocasión, el cual deberían de resguardar las autoridades. Empero, dado el vigente conservadurismo del candidato de Morena, aliado con la derecha evangélica (antiabortista, antigay) y la identificación de Rodríguez con la diversidad sexual (sin la cual no hay actualmente liberalismo que valga), acaso no sea tan mala idea su elección.

El otro día soñé que Jesusa, disfrazada de Doña Giovanni, uno de sus papeles protagónicos en calidad de seductora lésbica, libraba el cordón sanatorio de seguridad que a cargo de sus hijos protege al candidato y le decía al oído: “Andrés Manuel, Dios no existe”.

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