1. La única desgracia en la vida del productivo Dan Brown ha sido que Tom Hanks llevara al cine una parte de su obra y, con ello, la enturbiara y la hiciera parecer estúpida y sin condimentar ante los potenciales lectores del producto original. Robert Langdon, el personaje al que ha pervertido hasta la náusea Hanks, no tiene en las novelas nada del inocente y taradón sujeto en la pantalla que no sería capaz de restaurar un teléfono en caso de emergencia. Langdon, ciertamente a imagen y semejanza de su autor, es un sujeto altamente no sólo cultivado, sino con entrenamiento específico para cumplir con sus diversos encargos académicos y profesionales. Leer a Brown invita siempre al acercamiento a los diccionarios especializados, los atlas, las enciclopedias, de forma física o, más rápida, mediante Internet. Con Langdon, uno de sus personajes principales, quizá el que más se ha leído, se aprende, pero con las adaptaciones cinematográficas, se arrepiente el espectador de haber pagado un boleto.

2. Nadie con más de 200 millones de ejemplares de sus diversos títulos, vendidos, comprados y leídos, en 60 idiomas, necesita sino del atento seguidor. Y eso nos lleva, cómo no, a México. Recordemos cuando apareció El Código da Vinci: no hubo promoción (nadie le regaló a nadie “ediciones de lujo en estuches de lujo”), y por no haber no hubo ni un volante que diera a conocer la publicación, ni al autor, ni al sello que lo publicaba. Sin embargo sucedió un fenómeno que todos los autores buscan —más allá de las entrevistas en carrusel organizadas por las editoriales que han adoptado esa política, cada vez más extendida y que proviene de los grandes consorcios estadounidenses y luego europeos—: ser leídos y recomendados del modo más simple y más efectivo: el comentario persona a persona. Y así, tocando puertas que nadie tocaba y que en realidad nadie sabe cómo tocar si no es por la calidad del trabajo, Brown se instaló no sólo en los lectores del país, siempre escasos, sino en quienes jamás en su vida se habían acercado a un libro. Y a partir de ahí el efecto siguió en cascada: si se leía en México, se leía en España y en Latinoamérica (que visto como mercado lector es de una cantidad pocas veces imaginable).

3. Puede acusarse, no sin razón pero de forma alevosa, que en las novelas de Brown pasa siempre lo mismo: un hallazgo muy interesante que puede afectar al curso del status quo, algunos intereses económicos para quedarse con el chistecito, y la intervención del profesor Langdon, quien a las primeras se da cuenta que sí puede buscarle tres pies al gato y, en cuanto manifiesta sus sospechas, inicia una persecución rocambolesca en su contra que abarcará 500 páginas. Bueno, sí. ¿Y qué? Si ahí está la fórmula del éxito, no sería tan complicado seguirla por parte de cualquier escritor y forrarse de millones de dólares. Salvo, ejem, que en realidad se ve muy fácil ser Dan Brown, pero sólo él puede serlo. Y aquí, si el estilo es el hombre, la técnica es el autor.

4. El Origen, la recientísima obra del narrador, protagonizada por Langdon, sucede en varias ciudades españolas: el académico se ve ayudado por una coprotagonista femenina (como siempre más avezada que él para asuntos locales), y corren ambos cual gamos mientras resuelven enigmas artísticos y simbológicos. Se enfrenta la ciencia con la religión, caray, como siempre, y también como siempre el que paga es el que manda, salvo por el elemento Langdon. Ni hablar. Ya la adaptará para el cine el señor Hanks (fuera de lo dicho, un actor de primer orden). Santos libros, Batman.

@cesarguemes

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