Tlalpan, Ciudad de México.— Van a sacar un cuerpo. Es una niña. Marinos y soldados forman en silencio una valla humana desde la boca del túnel que se sumerge en los escombros de la escuela Enrique Rébsamen, pasando por un salón de clases que todavía tiene las mochilas infantiles colgadas en la pared, cruzando el patio hasta un rincón donde lo va a recibir el Ministerio Público.

No hay cámaras, no hay muchos ojos y casi no hay luz. Ese túnel de rescate es uno de los que no están a la vista porque quedó atrapado en la espalda del edificio de aulas que está en pie y el administrativo y el de talleres que se vinieron abajo. Para no romper la valla, hay que subir una escalera de albañil, montarse en una barda de unos cuatro metros y bajar otra escalera igualita.

La camilla se acerca al pie del edificio derrumbado. “Ya va a salir”. Nadie hace el menor ruido. Acaba de emerger del túnel Francisco Ramírez, un carpintero chaparrito de Celaya que descubrió su pericia para serpentear en las entrañas del cemento roto. Como sabe cortar madera, pudo serruchar los muebles bajo los que se había escondido la niña durante el terremoto, y recuperar su cadáver aprisionado.

“No tuvieron tiempo de nada”, me sintetiza el hermano del dueño del colegio. Lleva un casco de plástico y en el rostro exhibe angustia y polvo. Parece rescatista. Me cuenta que acaba de revisar el disco duro con los videos de las cámaras de seguridad de la escuela. “No sonó la alarma, no tuvieron tiempo de nada”, resume. Me cuenta que vio las tomas temblar, unos instantes de niños correr despavoridos, y se corta la imagen.

Me lo está contando y se nos viene encima una ola humana de militares y civiles. Alguien grita ¡una réplica! y todo mundo se repliega de golpe, los que están en los intestinos del edificio colapsado se retraen pecho tierra, los que están afuera dan varios pasos para atrás, con orden pero con velocidad, sin miedo pero con precaución, con la firmeza de quien domina la técnica pero conoce los riesgos.

Recorro la zona cero del epicentro icónico de la desgracia. En esta esquina hemos recuperado el mayor número de cadáveres, era la escalera en la que estaban huyendo. Camino y escucho al almirante Sarmiento y al general Luna. Marina y Ejército están al frente de la operación de rescate a la que se suman la Gendarmería, Protección Civil de Gobernación, el gobierno de la Ciudad, la delegación Tlalpan, los topos y un emotivo brote de ciudadanos que ayudan en todo lo que pueden, y pueden mucho.

Nos acercamos al edificio que era de tres pisos y quedó de uno. Ya de cerca, se ven muchos hombres abajo y en medio. No parecería que caben tantos. Levantan el puño y piden silencio. Y obedece todo mundo. Un aparato dice que hay movimiento cemento abajo. Y si algo se mueve, deducen, es que hay seres humanos vivos, niños. Un papá y una mamá aguardan al pie del derrumbe. Tienen ganas de llorar pero se aguantan.

No son los únicos. Salgo, y a transmitir. Lo último que vi fueron las mochilas con estampados infantiles colgadas en la pared del salón que, a medio caer, es pasillo para que circulen los cadáveres de los niños. No hay modo de permanecer impermeable ante la desgracia, el dolor, la tragedia.

historiasreportero@gmail.com

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