Hace poco estuve en Cúcuta, Colombia. El lugar es conocido por dos cosas: la primera, anecdótica, porque es la tierra de James Rodríguez, la estrella internacional de futbol; la segunda, porque por ahí han cruzado millones de venezolanos buscando un mejor futuro, huyendo de la bancarrota —permítaseme adoptar el término— en la que tiene a su país el presidente Nicolás Maduro.

Cúcuta no es un sitio turístico ni destaca por su belleza. Es una clásica ciudad fronteriza. Pero hay dos cosas que los habitantes de Cúcuta tienen muy claras: no se quieren meter a Venezuela y no se quieren meter con los paramilitares.

El relato viene a cuento porque el periódico The New York Times publicó que la guerrilla Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) está renaciendo, a pesar de que firmó un acuerdo de paz con el gobierno del anterior presidente, Juan Manuel Santos, un acuerdo que fue avalado por el Premio Nobel, pero que no convenció a la mayor parte de la ciudadanía de ese país.

Según el reportaje del diario estadounidense, este surgimiento de una facción disidente de las FARC, que agruparía a casi 3 mil elementos, está motivado por la denuncia de que, al desintegrarse la guerrilla, los grupos paramilitares cobraron aún más fuerza, arrinconaron a los ex guerrilleros y tomaron control de los territorios donde mandaban.

En Cúcuta la gente sabe que mandan los paracos. Así les dicen a las fuerzas paramilitares que históricamente son el verdadero poder en las calles de esa ciudad fronteriza. Ofrecen protección a cambio de dinero —extorsión y cobro de piso, se le dice con menos elegancia— y en esa tarea, son mucho más eficaces que las autoridades democráticamente electas, más eficaces que el Estado: el que paga a los paracos sabe que no tiene que estar preocupado, así que si le pasa algo, habrá “justicia” expedita: al delincuente lo levantan y desaparecen, la víctima siente alivio.

Al grado que a cualquier visitante —me sucedió— se le informa cuáles son las zonas de la ciudad que están fuera de peligro, en donde a uno no le va a pasar nada porque ahí controlan los paramilitares. Y también están muy identificadas las otras, las que son peligrosas.

México tiene mucho que aprender de los procesos de paz colombianos. De lo que sí funciona y de lo que parece que funciona, pero tal vez termine por fracasar. Por tantos vasos comunicantes con ese gran país hermano, es una referencia útil.

SACIAMORBOS. Nada optimistas los involucrados en las negociaciones del TLC. Las pláticas están duras, nos comentan. Canadá parece que no quiere anunciar nada hasta después de sus estratégicas elecciones del 1 de octubre en Quebec, región productora de lácteos, que es por mucho el rubro más sensible para los canadienses en la renegociación, lo que tiene atorado todo. Esta decisión de esperar aniquilaría la intención de México de tener a los tres países alineados para que en la recta final de noviembre se firmara el TLC 2.0 por los tres mandatarios: Trump, Trudeau y Peña Nieto. El asunto se empantana.

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