¿Cómo era el ambiente electoral un mes antes de los comicios para gobernador del Estado de México, el año pasado? Un gobierno federal volcado sobre una entidad, teniendo como máxima prioridad de su gestión conseguir una victoria en las urnas, a cualquier costo. Y el costo fue alto: usaron la procuración de justicia para descarrilar a Josefina Vázquez Mota con acusaciones de lavado de dinero que terminaron desmentidas por la propia PGR, y derrocharon dinero salvajemente con un gabinete presidencial que se repartió los municipios mexiquenses en los que no actuaron como secretarios, sino como mapaches. Fue un escándalo del que todo mundo hablaba. El gobierno federal, con el presidente Peña Nieto a la cabeza de la estrategia electoral, lo logró: con esta pinza de uso del Estado y del dinero, el priísta Alfredo Del Mazo logró rebasar a la morenista Delfina Gómez.

¿Cómo es ahora el ambiente electoral, cuando falta menos de un mes para la votación de presidente de México? El gobierno federal sigue usando las armas de la procuración de justicia para meterse a la contienda… pero por el segundo lugar. Desde el inicio de la campaña, el rival del PRI ha sido el PAN. Como nadie, el partido tricolor, respaldado por la administración federal, ha puesto en la mira a Ricardo Anaya, aprovechando su cuestionable historial financiero y las explicaciones poco claras que han entrampado al candidato del Frente. Primero en febrero y ahora en junio, dos embates cuyo origen no puede más que atribuirse al gobierno federal.

Sin embargo, no ha aparecido como se esperaba la segunda parte de la pinza que usó el gobierno federal en la elección para gobernador del Estado de México. El pronóstico era que si para hacer ganar a Del Mazo estuvieron dispuestos a gastar lo que se vio en 2017, con Meade el derroche iba a ser mucho mayor. Y hasta ahora no hay denuncias con el ímpetu del año pasado: apenas surgió el otro día lo de una fila de ciudadanos afuera de la sede nacional del PRI (hace rato que el gobierno federal no esconde la mano cuando tira la piedra) recibiendo un dinero a cambio de su credencial.

Así que mientras las baterías apuntan de nuevo a un Ricardo Anaya que ya había quedado —como él mismo lo dijo— “tocado” por el primer embate, contra el puntero en las encuestas, Andrés Manuel López Obrador, no ha habido ni cercanamente el ahínco y la operación política que se han dedicado para derrumbar a Anaya.

Y sucede lo que en otros países del mundo: frente a un liderazgo muy fuerte (en el caso mexicano, el de AMLO), sus opositores dicen que la prioridad es frenarlo, pero en realidad no son capaces de articularse en un solo frente porque las rencillas y vendettas entre ellos terminan pesando más. Y eso, en lo único que deriva, es en que el liderazgo fuerte navegue en aguas tranquilas, con muchas amenazas de tormenta, pero sin ninguna ola que ponga en peligro su ruta.

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