Este año se cumple el cincuentenario del asesinato de Robert F. Kennedy, el tercer varón de la mítica familia de Massachusetts, mismo que ocurrió en circunstancias tan extrañas que todavía hoy generan suspicacias.

La vida de Robert se había encauzado a un ideal para el cual los Kennedy se sentían predestinados, el llevar a la presidencia de los EUA a su hermano mayor, John. Robert demostró un inusual talento político, lo que contribuyó al triunfo demócrata en la elección de 1960. Instalado en el poder, el presidente Kennedy lo convirtió en su consejero de mayor confianza.

El magnicidio de Dallas del 22 de noviembre de 1963, además del dolor que le produjo, generó un vuelco en su sensibilidad intelectual y le abrió un camino para que descubriera su verdadera orientación moral. Ese es el tema en el que se centra el reciente documental de Netflix: Bobby Kennedy for president.

Robert F. Kennedy, al igual que sus hermanos mayores, creció ligado a la percepción de que el poderío económico de su linaje lo comprometía a contribuir a la mejora de la vida común a través de la política y, apenas tuvo edad para enlistarse, se enroló en la armada en 1943.

Luego de una breve incursión militar, inició la licenciatura en Derecho al tiempo que la carrera de JFK iniciaba un ascenso meteórico que lo llevaría a la Casa Blanca. La colaboración oficial entre ellos inició cuando Bobby fue nombrado Fiscal General. Su asignación provocó desconfianza en ciertos sectores, pues además de los obvios señalamientos de nepotismo, había formado parte de la intensa campaña anticomunista de Joseph McCarthy, durante la cual fue testigo y promotor de escuchas telefónicas a personajes de la relevancia de Martin Luther King Jr.

Una vez en activo, se lanzó en una cruzada por los derechos civiles de las minorías, principalmente la población negra y los inmigrantes latinos. La oposición ideológica hacia el comunismo lo hizo ver con simpatía la intervención estadounidense en el intento de invasión a Cuba por Bahía de Cochinos y en el conflicto de Vietnam, pues consideraba —al igual que su hermano— que sólo los Estados Unidos constituían un obstáculo insalvable a las pretensiones expansionistas del socialismo.

Tras la muerte del presidente Kennedy, Bobby decidió permanecer en su cargo aun cuando no tenía buena relación con el vicepresidente Lyndon B. Johnson, quien ascendió al puesto hasta que concluyó el periodo presidencial.

Si bien continuó en el ejercicio de sus funciones, quienes lo conocieron afirman que algo cambió en su fuero interno, y que en el intento por explicarse lo sucedido y sobreponerse, una vena romántica se encendió en su temperamento hasta convertirlo en un idealista. Un punto de inflexión puede situarse en la gran ovación de casi 23 minutos que recibió en la convención demócrata del verano de 1964.

Cuando Johnson se postuló para un nuevo periodo, Robert F. Kennedy quiso optar al puesto de vicepresidente. Al poco tiempo se le avisó que no sería considerado, entonces compitió por una senaduría por Nueva York.

A partir de 1965, ya siendo congresista, retomó la pugna por la igualdad de derechos aproximándose a luchadores sociales como César Chávez y el propio Luther King. Consciente de que los valores que defendía su hermano correspondían a una generación infatuada por la victoria en la Segunda Guerra que ya no podía comprender las necesidades de una sociedad deteriorada por sus conflictos internos, decidió contender en la elección presidencial 1968-1972, a sabiendas de que primero debería vencer al presidente Johnson y lograr la postulación por su partido. Sorpresivamente, las disputas internas y el creciente desastre en Vietnam obligaron a Johnson a desistir de la reelección, lo que puso a Bobby en el camino a convertirse en el trigésimo séptimo mandatario de su país.

El momento más emotivo de su campaña sucedió en Indianápolis, cuando estaba a punto de pronunciar unas palabras a una multitud en su mayoría negra y fue avisado del homicidio del doctor King. Entonces dirigió un discurso pacificador, en el cual advertía que la manera idónea de luchar contra la violencia era la esperanza de construir un futuro más justo y fraterno.

Justo al ganar las primarias en California, Bobby se encontró con su destino, a los 42 años, el 6 de junio de 1968. Su fallecimiento, además de la siniestra simetría que guarda con el de su hermano, sintetiza una década de violencia e incomprensión en un país que aún no ha conseguido asimilar su constitución multicultural.

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