Si el promedio de las encuestas que publica oraculus.mx resulta acertado a la hora de las votaciones, Andrés Manuel López Obrador será presidente electo de México en doce días. Razones para que AMLO esté en primer lugar de las preferencias sobran. Desde el hartazgo ciudadano con la clase política hasta el conjunto de reglas electorales que se han ido acomodando a las solicitudes del propio López Obrador, pasando por sus casi dos décadas de campaña política.

La pregunta hoy es ¿qué va a hacer AMLO cuando gane? En manos de los ciudadanos está la respuesta. Que si el fiscal general va a ser carnal o no; que si la reforma educativa se queda o se va; que si la reforma energética sigue o se modifica… Varias de las interrogantes que genera la presidencia de López Obrador podrían matizarse dependiendo del resultado de la elección en los votos legislativos.

El entendible hartazgo ciudadano no debiera ser razón suficiente para entregarle el ‘carro completo’ a un solo hombre. Mucho menos en el caso de López Obrador, quien no tiene pesos ni contrapesos en su partido, Morena, como los que cualquier otro político tiene en su partido. Basta ver cómo los panistas rebeldes se la están haciendo cansada, casi imposible, a Ricardo Anaya; o como José Antonio Meade aparece echándole porras a Carlos Romero Deschamps para darnos cuenta de la diferencia entre ser el manda-más del partido o ser el candidato que debe seguir ciertas reglas dentro de una estructura.

Si por Anaya fuera, mandaría a todos los rebeldes de Acción Nacional al basurero de la política. Si por Meade fuera, seguramente habría repudiado a Romero Deschamps y a tantos otros impresentables del PRI. Pero como ninguno de ellos es jefe del partido ni se manda solo, deben atenerse a restricciones que AMLO no tiene, ya que Morena es AMLO y AMLO es Morena.

La importancia entonces de ponerle frenos al poder ejecutivo es fundamental si es que queremos evitar el regreso de un hombre fuerte para supuestamente guiar los destinos del país.

Por las reglas electorales que tenemos, la llave de topar el ‘carro completo’ la tenemos los votantes. Nuestro sistema le pone un techo legislativo al partido del futuro presidente, que se entiende es el partido que más votos recibe, para evitar mayorías absolutas. Ningún partido puede obtener más del 60 por ciento de las curules por sí solo.

Esto puede sonar muy técnico (lo es), pero se traduce sencillamente en que hay topes para que el Ejecutivo no tenga las curules suficientes en el Legislativo para hacer por sí solo reformas constitucionales o nombramientos que van desde el fiscal general, los ministros de la Suprema Corte, los consejeros del INE, hasta el gobernador del Banco de México.

Así ha sucedido desde 1997. Ningún presidente desde entonces (Zedillo) ha tenido el Ejecutivo y la mayoría absoluta en el Legislativo. Así se ideó para evitar que el Congreso sirviera a una sola persona, “el Señor Presidente”, en lugar de a todos los mexicanos.

Hoy estamos ante el riesgo de que Morena y sus aliados, el PES y el PT, tengan mayoría en el legislativo. Mayoría que además podría perdurar más de un sexenio, ya que a partir de ahora los legisladores podrán ser reelectos para quedarse hasta 12 años en su escaño.

Para evitar lo anterior, la votación el 1º de julio tendría que ser dividida. Se vota por un candidato y partido para la Presidencia y por partido que no pertenezca a esa coalición para el Legislativo. Así, si en la boleta presidencial se vota por AMLO, porque eso es lo que se quiere y por las razones de cada individuo, se evita darle el control absoluto generando contrapesos a través del Legislativo. Para ello, los partidos de oposición tienen que obtener una tercera parte de las curules. Es decir, al menos 167 diputados y 47 senadores, que no pertenezcan ni a Morena ni al PES ni al PT.

@AnaPOrdorica
www.anapaulaordorica.com

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