La semana pasada una de las instituciones académicas más prestigiosas del país, El Colegio de México, amaneció tapizada de letreros con los que estudiantes denunciaban distintos episodios de acoso sexual —presuntamente perpetrados por algunos compañeros y profesores. El tema escaló rápidamente cuando alumnas de por lo menos otras tres instituciones universitarias de primer nivel: el CIDE, la Escuela Libre de Derecho y el ITAM, se solidarizaron con las jóvenes del Colmex y lanzaron sus propias campañas para recabar testimonios de acoso en sus universidades.

Sobre el tema, y a raíz de los argumentos que se leen y escuchan por ahí frecuentemente frente a casos de denuncia, van algunos puntos:

1. No, no debió ser sencillo para las alumnas del Colmex. Esa institución, como el propio CIDE —mi alma mater— y otras escuelas “de excelencia”, se construyen, en buena medida, a través de rígidos sistemas jerárquicos, sistemas definidos por el poder en el que los estudiantes son frecuentemente el último eslabón. Recuerdo, por ejemplo, que cuando entré a la licenciatura el director general tuvo a bien recibirnos con un discurso el primer día de cursos en el que dijo: “Ustedes son, no piensen otra cosa, ciudadanos de segunda clase. Esto no es una democracia, aquí no hay sociedades de alumnos ni esas cosas”. Aunque hoy, por fortuna, difícilmente escucharíamos una declaración de este tipo, en muchos sentidos así se vive todavía en este tipo de instituciones. Así que no. No debió ser fácil hacer la denuncia.

2. Para todos los que dicen: por qué las estudiantes no tuvieron el valor de “dar la cara” o “ponerle nombre al acosador”. Fácil: porque eso las pone en una situación más vulnerable, en un contexto en el que ellas mismas no saben cómo va a reaccionar la institución, o si por denunciar sufrirán represalias (de cualquier tipo: sociales o incluso institucionales). Han habido casos en estos mismos centros de estudios, en los que el acoso ha sido denunciado sin consecuencias para el acosador, o que el castigo ha llegado dolorosamente tarde para sus víctimas. Además, exigirle a la denunciante que haga las cosas como nosotros hubiéramos querido que se hagan es simplemente revictimizarla, cobrarle facturas que no le corresponden. Si las víctimas deciden eventualmente ponerle nombre y apellido a la denuncia, bien. Si no, también.

3. Movimientos como el que originó el #AquíTambienPasa del Colmex —y después los testimonios que se han comenzado a recabar en el ITAM, CIDE y la Libre de Derecho— cumplen con un papel fundamental para visibilizar conductas sistemáticas de acoso y para que terminemos de comprender que la violencia en contra de las mujeres y de su libre y pleno desarrollo existe y subsiste en todos lados. El silencio solo protege a los victimarios.

4. No me queda claro si a la denuncia en estas universidades seguirán otras. Lo que sí sé es que este grupo de jóvenes solidarias no quitará el dedo del renglón hasta ver materializados los cambios que se necesitan para que los casos de acoso y violencia de género en sus escuelas sean tratados con transparencia y certeza para las víctimas. Espero que aquellos que están en posiciones de poder entiendan estos tiempos de cambio y actúen en consecuencia. Nunca más casos de acoso resueltos “en lo obscurito”, como hace algunos años ocurrió en el propio CIDE. Para garantizar entornos seguros se requiere un genuino compromiso para el cambio, no un enfoque de control de daños.

Twitter: @anafvega

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