Tiene cara de que es buena gente, y parece ser una de esas personas con las que cualquiera quisiera sentarse a tomar un café. Es un tipo educado, que —a pesar de llevar años en el gran escenario mundial— da la impresión de ser una persona común y corriente, aunque su trabajo y lo que provoca en su país no tengan nada de ordinario. Sin duda, es un líder, aunque rara vez se le vea levantar la voz. Él representa de la mejor manera a su camiseta desde otro lugar.

Por momentos, parece que le huye a los reflectores. Se presenta ante los micrófonos prácticamente solo, cuando los protocolos oficiales se lo exigen. A pesar de todo lo anterior, él es el máximo responsable de haberle devuelto el lustre a la selección de su país.

Sin él, una generación brillante de futbolistas no hubiera logrado volver a pelear por ganar un Mundial y, aunque la raigambre futbolística de su patria exija siempre ser campeón, ese resultado no debe demeritarse.

Más allá de lo hecho en ese torneo, y de los dos títulos obtenidos con el representativo nacional, sus mayores logros fueron devolverle la idiosincrasia a un equipo que había perdido el rumbo e imprimirle los valores fundamentales del juego. La solidaridad, el sacrificio y el amor al escudo que representan no son negociables ante su mirada.

Su nombre es Óscar Washington Tabárez y le dicen Maestro, porque eso fue en las aulas y eso es en la cancha. Bajo su mando, la garra charrúa volvió a significar pedir la pelota en los momentos bravos, dignificar la camiseta, jugar siempre en busca de la victoria y dejar hasta la última gota de sudor en el campo.

Él acabó con aquella versión sucia y pervertida de la garra charrúa, y devolvió a la celeste el fuego sagrado que la llevó a lograr el Maracanazo en 1950.

Tabárez lleva 13 años al frente de la selección uruguaya, su “proceso de institucionalización de selecciones y formación de sus futbolistas” ha rendido frutos.

¿Es tan difícil lograr algo así en el futbol mexicano? Escudarse en la calidad que tienen los futbolistas uruguayos es una falacia, porque Uruguay es un país con 3.5 millones de habitantes y con una liga semiprofesional, como ha señalado muchas veces el Loco Abreu.

Sería una locura pensar que seguir el ejemplo uruguayo nos llevará a jugar una semifinal del Mundial, como lo hicieron ellos en 2010, pero quizá sí sirva para cimentar las bases y —tal vez— lograr algo tan básico como que los futbolistas no se nieguen a vestir la camiseta nacional. Martino podría ser el Tabárez de la Selección Mexicana.

Ahora falta, por supuesto, que en la Federación entiendan que lo más importante es lo deportivo y no lo comercial.

Adendum. Uriel Antuna es jugador de Selección, aunque es imposible saber hasta dónde llegará. Pero es uno de esos jugadores hechos para la Selección, de esos a los que la camiseta no les pesa.

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