1. Ayer sucedió algo importante: el líder histórico de la izquierda mexicana, Andrés Manuel López Obrador, fue escogido por más de 25 millones de mexicanos para ser Presidente de la República. Nunca nadie en la historia nacional había acumulado tantos votos. Ese hecho debe ser tratado con el respeto que merece.

2. Los votantes que se inclinaron por López Obrador no son irracionales. No son esclavos de sus vísceras ni siervos de su enojo. Tienen agravios fundados y esperanzas legítimas. La primera tarea de la oposición es tratar de entender lo primero y empatizar con lo segundo. Nada se logra satanizando, ninguneando o tirando de imbécil a los que deberán ser seducidos en un futuro.

3. Vienen tiempos de soledad para la oposición. Muchos que hasta ayer eran críticos feroces del hoy candidato ganador le encontrarán virtudes insospechadas al nuevo equipo gobernante. Los tiempos mediáticos se concentrarán en lo que haga el gobierno, no en lo que digan los opositores. Los espacios para voces críticas se estrecharán, más por ganas de agradar a las nuevas autoridades que por disposición oficial. Para los opositores, va a ser temporada de vacas flacas.

4. No hay que engañarse: viene una serie de derrotas para la oposición. López Obrador llega al cargo con un amplio mandato y una representación sólida en el Congreso que bien puede acabar en mayoría si el nuevo equipo logra tejer alianzas con lo que quede del PRD, así como con MC y algunos trozos del PRI. Ese trabuco va a lograr empujar una buena parte de su agenda. No toda, pero sí una parte sustancial. Y la oposición tendrá que lamerse las heridas más de una vez.

5. Ante ese desbalance de poder, la oposición tendrá que escoger bien sus batallas. Concentrarse, por ejemplo, en los nombramientos de integrantes de otros poderes del Estado (la Suprema Corte) u organismos constitucionalmente autónomos (el Banco de México, Inegi, INE), para garantizar que subsistan frenos y contrapesos al poder del Ejecutivo. Enfocarse, tal vez, en labores de fiscalización y vigilancia. Y acumular fuerzas a la antigüita, de afuera hacia adentro, de lo local hacia lo nacional.

6. Inevitablemente, el nuevo gobierno tendrá equivocaciones. Tanto poder produce soberbia y la soberbia engendra errores. La oposición tendrá que aprovechar cada una de esas pifias y pasos en falso. Pero no va a bastar con eso. No va a ser suficiente señalar las promesas incumplidas o las consecuencias indeseables de la nueva administración. Va a ser necesario contar una historia en positivo, transmitir un mensaje que resuene con las esperanzas del electorado. No se combate algo con nada.

7. Construir ese algo, esa historia y ese argumento, esa razón que seduzca a los ciudadanos, es la gran tarea para la oposición. Las batallas a librar son lo mismo políticas que intelectuales. Y eso implica renovar el lenguaje: hay que hablar de derechos y libertades, de equidad, legalidad y justicia, no de miedo a un fantasma llamado “populismo”, no apelando a comparaciones extralógicas con Venezuela o Cuba, no con palabras que son racismo y clasismo mal disfrazados.

8. Para refrescar las ideas, hay que renovar a las organizaciones. Tal vez sea hora de crear un nuevo partido de centro-derecha, liberal y tolerante en su orientación, que no cargue con el fardo dejado por el PRI y el PAN. Un Ciudadanos a la mexicana, por dar un modelo posible. Y si no hay cancha para un partido, tal vez lo haya para una organización política que ponga ideas y genere liderazgos.

9. En resumen, viene una temporada dura, pero que bien podría ser luminosa. Al menos ya no tendremos que cargar con la defensa de un establishment en bancarrota. Eso ya es ventaja.

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