Por lo regular, en esta columna se habla de delito, inseguridad y violencia. Hoy, sin embargo, me permití una digresión a temas más abiertamente políticos. Espero me disculpen.

Desde inicios del verano, el Partido Acción Nacional (PAN) ha encabezado una batalla frontal contra el PRI y el gobierno. La disputa empezó en el terreno electoral, en Coahuila y el Estado de México, pero se ha extendido al espacio legislativo. Tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados, los enfrentamientos verbales entre panistas (y aliados) y priístas (y aliados) se han multiplicado y endurecido.

Este conflicto, sin embargo, se da después de años de colaboración del PAN con la administración Peña Nieto. Durante la legislatura anterior, entre 2012 y 2015, la sincronía entre posiciones legislativas del PAN y del PRI fue extraordinaria. Excluyendo asuntos estrictamente procedimentales (por ejemplo, si un asunto está suficientemente discutido), el PAN (la mayoría calificada de sus diputados presentes) votó con el PRI en 94% de los dictámenes que llegaron al pleno de la Cámara de Diputados. Hubo algunos temas donde el PAN se encontró en la cancha opuesta al PRI (la reforma fiscal de 2013, por ejemplo), pero fueron los menos (Nota: todos los datos utilizados en este artículo provienen de: http://www.diputados.gob.mx/sistema_legislativo.html y http://www.senado.gob.mx/index.php?watch=36).

Pero, bueno, eran los tiempos del Pacto por México, antes de los escándalos, antes del colapso de la aprobación al gobierno peñista ¿Qué pasó después?

Básicamente lo mismo. En 97% de los dictámenes no procedimentales que han llegado al pleno de la Cámara de Diputados en la actual legislatura (desde 2015), una mayoría calificada de diputados panistas presentes votó con la mayoría priísta. En el Senado, el número comparable es 98%.

El fenómeno, además, no solo involucra al PAN. La (casi) unanimidad es la marca de la casa en el Congreso mexicano. En la actual legislatura, ocho de cada diez dictámenes que llegaron al pleno de la Cámara de Diputados recibieron el respaldo de 90% o más de los legisladores presentes. En el Senado, la cifra correspondiente es 86%.

¿Por qué tanto consenso? Se me ocurren dos posibilidades: 1) hay muy poca distancia programática e ideológica entre los principales partidos políticos en México; o, 2) los temas polémicos tienden a no abordarse en el pleno de las cámaras del Congreso.

En cualquiera de los dos casos (o una combinación), estaríamos ante la exclusión de la pluralidad ideológica del Congreso mexicano. Y eso tiene una implicación seria: sin importar cómo se expresen los votantes, el resultado, al menos en términos legislativos, va a ser siempre, sino idéntico, muy similar.

Eso no puede más que acabar por deslegitimar a la democracia. Y en México, ese fenómeno va avanzando a pasos acelerados: según una encuesta del Pew Research Center, un centro de investigación en Estados Unidos, 93% de los mexicanos está insatisfecho con la forma como funciona la democracia.

Dada esa realidad, las soluciones que proponen algunos políticos suenan rarísimas, al menos para legos como yo. ¿Gobierno de coalición? En los hechos ya tenemos algo similar: una parte considerable de la oposición vota por lo regular con el gobierno, aunque no comparta posiciones en el gabinete. ¿Pactos? ¿Acuerdos de unidad? Es difícil imaginar mucha más unidad, para ser franco.

Necesitamos un buen pleito, no un mal arreglo. Necesitamos más conflicto, no menos. Necesitamos que la diferencias afloren. Necesitamos que las cosas cuenten y que el voto importe.

Y lo necesitamos antes de que el consenso nos acabe de matar de tedio y desilusión.

En mi humilde opinión, al menos.

alejandrohope@outlook.com @ahope71

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