En su primera entrevista tras la victoria de Andrés Manuel López Obrador, Alfonso Durazo, probable secretario de Seguridad Pública de la próxima administración, afirmó lo siguiente: “Estaremos retirando al Ejército a los cuarteles en la medida que vayamos capacitando y profesionalizando a los policías. Es un proceso paulatino. Estimo que en el transcurso de 3 años pudiéramos tener un retiro relevante de los militares”.

Comparto el objetivo: ojalá sea posible lograr en tres años un repliegue significativo de las fuerzas militares que hoy realizan labores de policía. Tengo, sin embargo, mis dudas sobre la viabilidad de esa meta.

Según se desprende de la frase citada, Alfonso Durazo supone que los policías que puedan suplir al personal militar ya están allí y sólo se requiere un esfuerzo redoblado de capacitación y profesionalización.

Sin negar las indudables carencias en la formación de los policías, hay un problema más básico: nadie sabe con precisión cuántos policías hay en el país. Y con alta probabilidad, hay menos elementos de los que se necesitan.

En 2016, según el Inegi, había en el país 218 mil policías estatales y 175 mil policías municipales, además de 37 mil policías federales. Eso daría un total de 430 mil policías, al cual hay que sumarle unos 15 mil policías ministeriales o de investigación.

Ese número suena impresionante hasta que se entra en detalles.

En primer lugar, aproximadamente 15% de los policías pertenecen a corporaciones de policía bancaria, comercial o auxiliar. Es decir, tienen como encomienda proteger a las empresas y entidades que los contratan, no a la sociedad en su conjunto. Para ahorrarles el cálculo, eso equivale a 63 mil elementos.

De hecho, si, además de las policías auxiliares, se excluyen otras categorías (policía de tránsito, áreas de dirección, etc.), resulta que sólo tenemos 113 mil policías preventivos estatales y 134 mil en las corporaciones municipales. Es decir, 247 mil en total.

A lo anterior hay que añadirle el pequeño inconveniente de que los policías son humanos y tienen que descansar. Asumiendo para fines de cálculo un turno bestial de 24 horas por 24 horas, resultaría que, en cualquier momento dado, no hay más que 124 mil policías preventivos para todo el país y para todo lo que se requiera.

Por si fuera poco, hay un número no definido (y probablemente no trivial) de policías comisionados a otras tareas, incluyendo servir de guardaespaldas de funcionarios públicos.

Además, hay un número indefinido de plazas de policía que son ocupadas por personal que no tiene funciones de policía. Es decir, existen, a lo largo y ancho de las administraciones públicas de los estados y municipios, personas que laboran de mensajero o asistente, pero que ocupan plazas de policía.

Como cereza del pastel, hay que considerar el problema de la distribución geográfica. En la Ciudad de México hay 88 mil policías, casi 20% del total nacional. En Guerrero, en cambio, hay apenas 10 mil policías estatales y municipales (supuestamente). En Tamaulipas hay menos de 3 mil policías de cualquier tipo. Y eso, por supuesto, con todos los asegunes descritos arriba.

Dicho de otro modo, hay regiones enteras del país que no han visto a un policía en años.

El problema no es (por completo) que estén mal formados los policías. En muchos casos simplemente no están. De plano. Eso no se arregla con un mayor esfuerzo de capacitación y profesionalización. Y no se resuelve en tres años. Construir policías es asunto de décadas, no de meses, no de años.

Entonces temo que el próximo secretario de Seguridad Pública no ha calibrado aún lo paulatino que va a ser el paulatino regreso de los militares a los cuarteles.

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