Rob Riemen caminaba sobre las calles de Manhattan, después de su encuentro con Patti Smith, y las frases de la poeta le daban vueltas en la cabeza: “Cristo pertenece a la familia de los artistas (…) la de los artistas no es una familia sagrada, pero sí religiosa”.

En el trayecto se percató de que la honda convicción de Patti Smith, en el sentido de que los artistas son religiosos, nada tiene que ver con las doctrinas y las instituciones “que se han convertido en fuentes de poder y alienación”, sino con la idea de que el arte, además de su esencia espiritual, se basa en el poder de la imaginación para revelarnos una realidad diferente, una verdad, y al mismo tiempo, un fragmento del significado de nuestra existencia. “La fuerza creativa, la belleza del arte, nos transportan al dominio de la metafísica, que trasciende nuestra frecuentemente banal y opresiva realidad cotidiana”. Ahí, dice el filósofo, reside su poder redentor: “A todo aquello que sentimos, pero no podemos ponerle palabras, se le da un lenguaje; la belleza eleva nuestro espíritu y nos libera de todo peso y toda regla; la realización de la verdad le da forma a nuestra existencia espiritual”. Hace eco de la idea de Cicerón: “Todo arte, como la filosofía, se ocupa del alma humana”.

La conexión entre conciencia espiritual y arte es indisoluble, desde Virgilio hasta Becket; desde las cuevas de Lascaux hasta Anselm Kiefer, desde los coros de las tragedias griegas hasta las canciones de Bob Dylan, insiste Riemen.

Cuando en el vocabulario contemporáneo dominan términos como productividad, consumo, popularidad, robótica, ganancia, crecimiento económico, algoritmos y tecnología, hablar de alma, revelación, belleza, perdón, misterio, espíritu… es, hoy en día, contracultural.

En Hojas de hierba, Walt Whitman sostiene que sólo la poesía, como una gota de vino capaz de colorear el océano entero, podrá sentar las bases de una civilización en donde libertad, justicia, verdad, amor y belleza sean cultivados. Y todos pueden contribuir. Por eso dice Riemen que Patti Smith y sus amigos de la Generación Beat reconocen en aquel poeta a su maestro y hacen un llamado para que otros poetas que lo siguen continúen profetizando y le den una voz a la libertad, por el bien de la democracia.

Patti Smith, en su nuevo poema, “Canción de cuna de la Profecía”, escribe: (…) La noche está cubierta de constelaciones, coronadas por una banda de luz, cuyo centro galáctico produce la leche del tiempo. ¿Cuándo beberemos, niños? (…) Nosotros somos nuestra propia casa, la arquitectura viviente (…) Y estas cosas las vimos escritas en la inmensa pantalla que alguna vez conocimos como cielo (…) La montaña es la montaña. El Señor es el Señor. La ciudad santa no le pertenece a nadie. Las montañas de Judá no le pertenecen a nadie. La amorosa semilla no le pertenece a nadie. Y nosotros somos la nueva Jerusalén.

Y en “La copa”: (…) Levanté la copa vacía hacia mis labios (…) Seguramente algo precioso, un elíxir hallado solamente dentro del misterio de la poesía (…) el incalculable ingrediente del amor.

Patti Smith viajó a Ámsterdam en mayo pasado junto con el guitarrista Lenny Kaye y Sean Wilentz, historiador y autor de libros como Dylan en América, para participar en el Simposio Una Educación en Contracultura, organizado por el filósofo holandés. En su paso reciente por México, la autora de “People have the power” dejó una estela de su arte poético. Rob Riemen deja siempre el eco de su filosofía. Esta vez lo hacen juntos en el libro La nueva Jerusalén, editado por el Instituto Nexus, con los textos de Patti Smith y una introducción del autor de Nobleza de espíritu titulada “Viviendo para dar una voz”.

En otoño volverá el filósofo. Esta vez a continuar los pasos hacia la fundación de una Academia Nexus en México.

adriana.neneka@gmail.com

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