El año pasado, en cuanto Rob Riemen terminó la lectura de Éramos unos niños y M Train le escribió, conmovido, a Patti Smith para expresarle su admiración por la forma en que le había abierto sus mundos al filósofo. El de sus amistades de toda la vida; el de la contracultura neoyorquina de los 60 y 70; el de la pasión por el arte, con música, poesía y pintura nuevas; el de creadores como Rimbaud, Genet, Camus, Blake, Silvia Plath y Frida Kahlo; el de la Rockaway Beach, los cafés de Manhattan y el Chelsea Hotel, lugares donde el espíritu creativo de la artista le dio forma a un mundo propio… Con su carta, el director del Instituto Nexus le envió su propio libro Nobleza de Espíritu, una idea olvidada y una invitación.

Patti Smith leyó el libro de Riemen y se identificó con él y sus referencias artísticas, literarias y filosóficas. Le marcó a Holanda. Y lo que siguió fue un encuentro en Nueva York. Por supuesto, en un café. El filósofo la encontró con un libro de Joseph Roth (que también escribía en cafés y hoteles) y con pluma en mano. “¿Escribes sobre Europa como Roth?”, le preguntó. “No, acerca de Jerusalén. Esa decisión desastrosa de Trump de mover la embajada de Estados Unidos a Jerusalén”, respondió ella. “¿Será una canción?” No, dijo Smith, “un poema que titularé ‘La nueva Jerusalén’”. Y el filósofo pensó en Las revelaciones de San Juan en el Nuevo Testamento y en un poema de William Blake al que ella tanto admira.

Riemen le había enviado una invitación a participar en el Simposio Una Educación en Contracultura que Nexus ya organizaba para mayo de 2018. Así que abordaron el tema. Y Patti Smith reflexionó: “¿No crees que todo arte que se precia de serlo es expresión de una contracultura? ¿Que la contracultura ha sido preocupación de todos los verdaderos profetas y artistas? ¿Que eso es precisamente lo que nos hace una gran familia? No como parientes de sangre sino como espíritus afines”. Y nombró a Blake, Shelley, Wilde, Rimbaud, Camus, Tarkovsky, Kerouac, Allen Ginsberg, Robert Mapplethorpe, a su esposo Fred (…) y a Cristo.

“¿Cristo? ¿artista?”, le preguntó sorprendido Riemen.

“Definitivamente. Solo tienes que leer De Profundis de Oscar Wilde (…) Tenía toda la razón cuando apuntó en esa larga y desgarradora carta que Cristo, como artista, es una persona completamente libre (…) Su idea de salvación de la humanidad se sostiene en la imaginación y no puede lograrse sin imaginación. Cristo era un poeta y la historia de su vida, su muerte y su resurrección es un poema en sí mismo. Cristo reveló, nos hizo ver lo que no podías ver, así como los artistas revelan y dan una expresión a lo invisible, a lo indecible. Cristo profetizó, así como los artistas nos muestran sus visiones. Durante su vida, Cristo fue despreciado y rechazado por el mundo del poder, lo mismo que muchos artistas a lo largo de su vida. Luego está esa brillante observación de Wilde: ‘La mayoría de la gente vive por amor y admiración. Cuando es de amor y admiración que deberíamos vivir’. Así viven los artistas y así vivió Cristo. Sí, Cristo ciertamente pertenece a la familia de los artistas”.

Azorado, Riemen caminó hacia su hotel. Y la artista, en el aquel café, continuó con su poema “La nueva Jerusalén”. Recientemente, en julio pasado, durante una visita fugaz a México, el filósofo holandés me entregó un ejemplar del texto de Patti Smith publicado en un libro por el Instituto Nexus. Me he permitido, en una traducción libre del inglés, resumir parte de la Introducción del filósofo, donde describe el encuentro con la artista en Manhattan y el diálogo que propició el viaje de “la madrina del Punk” a la ciudad de Ámsterdam.

adriana.neneka@gmail.com

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