Margo Glantz tuiteó el 8 de noviembre: “A veces la corrección política se parece a la inquisición”. Quizá se refería a cómo dos palabras, en boca de Elena Poniatowska, envilecieron a las redes sociales con insultos hacia la escritora, Premio Cervantes de Literatura y autora de más de 45 libros; pero dos palabras, dos, mal capturadas por una reportera en Oaxaca, bastaron para que se prendiera fuego a la hoguera.

“¿Cómo se atreve a decirle a las mujeres juchitecas ‘panzonas y mensas’?” escribieron lectores de una nota que, con todo y error, se viralizó inmediatamente. Si lo que dijo Poniatowska fue “panzonas inmensas”, acerca de las consecuencias de la cerveza en el Istmo, no les importó, tampoco el contexto de sus palabras alrededor de la exposición retrospectiva de Graciela Iturbide en Etla, con quien publicó el libro Juchitán de las mujeres 1979-1989. Mientras el público femenino reía a pesar de haber perdido tanto, y en muchos casos todo, durante los terremotos de septiembre, desde la cómoda lejanía los ofendidos tecleaban insultos que es lo que se teclea a falta de argumentos.

La poeta Natalia Toledo, en entrevista con Columba Vértiz, de Proceso, destaca, entre las características de las juchitecas, ser robustas, excelentes comerciantes, bellas y muy inteligentes. Y subraya: “Algo que nos hace diferentes a muchas mujeres del planeta es nuestro sentido del humor”. Y ahora que “estamos más sensibles porque tenemos que renacer de los escombros, necesitamos del amor de Elena y el de todos ustedes”.

A los “signos de admiración ambulantes”, como les llama Amos Oz a los intolerantes, los invito a leer a Poniatowska para familiarizarse con su lenguaje literario. Pueden escoger de una biblioteca al menos uno de los ocho tomos que integran Todo México, una selección de las mejores entrevistas realizadas a lo largo de 65 años por esta mujer que, a los 85, aún recorre calles, pueblos y libros, con curiosidad insaciable y energía asombrosa. Verán que Elena transgrede los manuales de periodismo, le abre la puerta a la subjetividad, a la impertinencia, a la candidez y a la malicia, al riesgo de ser estrangulada por el interlocutor, a lo políticamente incorrecto y al humor.

A Tamayo le dice que su casa huele a membrillo. A León Felipe le comenta su cabeza de “apóstol de piedra” antes de preguntarle qué es la poesía. A Zabludovsky: “¿Por qué en tus programas pones cara de aburrido? ¿No consideras eso descortés con tus invitados?” A Fidel Velázquez: “¿Y usted está de acuerdo con que la CTM tenga un edificio con tanto mármol?” A María Félix: “¿Es cierto que (usted) tiene voz de sargento?” Cuando El Santo habla de Espanto I: “¿Usted fue quien lo mandó a descansar en paz?” A la Tigresa: “¿Por qué va a la Procuraduría vestida de pirata?” A Leduc: “¿Desde cuando le empezó usted a dar vuelo a la hilacha, Renato?”… Las figuras de cera se derriten porque saben que detrás de todo hay lecturas, inteligencia. Y pasión por este país, al que le urge más humor, más poesía y menos veneno.

Apenas en septiembre, Elena escribió en La Jornada: “Juchitán es un espacio mítico donde el hombre encuentra su origen y la mujer su esencia más profunda.”

En palabras de la zapoteca Irma Pineda, también poeta de Juchitán: Nuestra palabra seguirá siendo canto/ somos hijos de los árboles/ que darán sombra a nuestro camino/ somos hijos de las piedras/ que no permitirán el olvido.

adriana.neneka@gmail.com

@amalvido

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