Es extraordinaria la experiencia del teatro cuando entras a una sala sin muchas expectativas y al salir te acompaña un agradable y a la vez amargo sabor en la boca; cuando eres abrazado y sacudido por lo que acabas de presenciar; cuando la ficción se permea en la realidad a manera de preguntas y reflexiones sobre la propia vida cotidiana.

Por Tania Jessica Vázquez Hernández

Cuando vi por primera vez En la Tierra de los Corderos me pasó lo anterior, algo que pocas veces me sucede. Quedé totalmente sorprendida y con el enorme morbo de saber quién era ese tal Casas Eleno —del que nunca antes había escuchado— que se había atrevido a escribir esa cruda historia. Poco tiempo tuve que esperar para obtener la respuesta en medio del escandaloso Premio de Dramaturgia Gerardo Mancebo del Castillo (aquel del que ya se habló demasiado en 2016).

Recuerdo que durante la función que presencié en el Colegio de Literatura Dramática y Teatro de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, transité de la risa al suspenso de un momento a otro. Estaba convencida de que acababa de ver una maquinaria donde todos los engranes encajaban consistentemente: la actuación de cuatro jóvenes de último año en la carrera de teatro interpretando la complejidad juvenil de algún lugar remoto y marginado de la sociedad, haciendo evidente la violencia pero también la ingenuidad e incertidumbre ante lo desconcertante del presente y, sobre todo, del futuro desconocido.

El montaje era dinámico, todo giraba alrededor del clásico juego con el que muchos nos divertimos en la infancia: STOP (aquel donde le declaras la guerra a tu peor enemigo), por medio del cual tres jóvenes, quienes han sido violentados por un gañán, ahora llevan este juego infantil a su máxima consecuencia.

Los elementos escenográficos, de utilería y vestuario no eran excesivos y permitían que el espectador pudiera colocarse en cada uno de los espacios donde transcurre esta historia. En resumen, fue un resultado de compañeros de carrera del que agradecí haber sido partícipe. Pero sobre todo, en mi cabeza giraba permanentemente la pregunta: ¿Quién es ese Alexis que logró hacer convivir violencia y sutileza, risa y crudeza?

Meses después tuve la oportunidad de presenciar el montaje de este mismo texto en uno de los recintos donde es originario Alexis, el Teatro Universitario de Cámara “Esvón Gamaliel”, en el centro de Toluca, Estado de México.

Esta propuesta entrelaza muchos de los juegos que nos recuerdan a la infancia: brincar la cuerda, chocar las palmas de las manos acompañados de canciones, la gallina ciega, entre otros. En este montaje, los juegos son abordados desde el ocultamiento y la ventaja de quien hace trampa para ganar en todas las partidas, sin importarle mínimamente la afectación que puede provocar sobre los demás jugadores. Un tratamiento más íntimo del texto, por lo que el público se convierte en testigo y en un cómplice más del juego truculento de estos adolescentes, que lo único que buscan es tener justicia a mano propia, pues no hay nadie más que pueda otorgárselas.

Este mismo montaje se encuentra ahora en la Ciudad de México, con una breve temporada en el Teatro La Capilla, próxima a terminar el sábado 2 de junio.

Por si fuera poco, es posible también adquirir el texto impreso por la editorial Paso de Gato, en el número 75 de la colección Dramaturgia Mexicana, al término de la función.

Ahora que lo conozco, tanto en persona como en sus escritos, puedo decir que la de Alexis es una voz que dialoga y cuestiona la crudeza de la realidad, que pone el ojo en los sitios donde no se quiere mirar, que abre preguntas incómodas y necesarias sobre la violencia, las relaciones de poder, la injusticia, la impunidad. Ojalá que este Dramaturgo Toluqueño (Ganador del Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz, 2016) siga regalándonos historias que nos sacudan la piel, los corazones y los pensamientos, tal y como lo consigue con En la Tierra de los Corderos.

Créditos:

Dramaturgia: Alexis Casas Eleno.

Dirección: Enrique Aguilar.

Reparto:

Ulises: Pedro Faritt.

Sandra: Blanca Luna.

Carme: Angélica Hernández

René: Giovanni Santzález.

Producción: Compañía Universitario de Teatro UAEM, Escorzo Producciones y Quijotes Teatro.

Producción ejecutiva: Carlos Torres Trejo y Alexis Casas Eleno.

Escenofonía y música original: Horacio Arenas.

Iluminación: Edgar Mora.

Asistencia de iluminación: Joshua Frías.

Diseño de vestuario: Mario Rendón.

Teatro La Capilla (Madrid #13, Coyoacán.)

Sábados a las 19:00 horas, hasta el 02 de junio

Entrada general: $200

Estudiantes: $150

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