Texto: Carlos Villasana y Ruth Gómez.

Fotografía actual: Ariel Ojeda

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Miguel Ángel Garnica.

El paso del tiempo trae consigo una infinidad de cambios, algunos de ellos son casi imperceptibles porque van con la transformación misma de las cosas, otros son tan notorios que dejan cicatrices imposibles de ignorar; sin embargo, también existen aquellos que desconocemos ya que no hay nada que lo mencione o que sea testigo de su existencia.

Tal fue el caso del pueblo de La Piedad, cuyos orígenes se remontan a tiempos prehispánicos con el islote que llevaba el nombre de Ahuehuetlán. La zona fue bautizada como “La Piedad” después de la llegada de la orden religiosa de los dominicos, quienes abrieron su convento en 1535 cerca de las actuales Calzada del Obrero Mundial y Avenida Cuauhtémoc.

El Templo de Nuestra Señora de La Piedad fue abierto al culto en 1652 y se encontraba justo al lado del convento dominico. Por su cercanía con lo que en aquél entonces era considerado como la Ciudad de México -el primer cuadro y sus alrededores-, rápidamente se convirtió en un importante centro de peregrinación en la época colonial debido al fervor que la población le tenía al templo y a su patrona.

Los cronistas Guillermo Tovar y de Teresa y Héctor de Mauleón, se sumergieron en la historia para poder encontrar testimonios que describieran el interior del templo, que para los años veinte del siglo pasado ya había caído en abandono y parte de sus inmediaciones eran utilizadas como cuartel primero militar y luego de policía. “Este templo encerró valiosas joyas, destruidas por la fobia y por la incuria de esta época incomprensiva, insustancial”, sentenció Tovar y de Teresa tras la demolición total del templo en los años cuarenta.

El cementerio sobre el que los niños juegan
El cementerio sobre el que los niños juegan

“El interior fue tomado por Guillermo Kahlo y también el Doctor Atl lo incluyó en la obra “Iglesias de México”, lo cual significa que su importancia artística era ya reconocida. Sin embargo, desapareció el edificio y sus retablos fueron trasladados al templo de Churubusco. Del paradero del retablo principal no he obtenido notica alguna”, escribió Tovar y de Teresa en su libro “La Ciudad de los Palacios - Crónica de un patrimonio perdido”.

Por su parte, Héctor de Mauleón dijo que desde hace 500 años sólo habían existido dos edificios -ahora tres- en la esquina de Avenida Cuauhtémoc y calzada del Obrero Mundial: el Templo de Nuestra Señora de La Piedad y la Octava Delegación de Policía.

“Según Manuel Rivera Cambas, en aquél tiempo existieron ocho altares con obras de Cabrera y Velázquez. Alfonso Toro relata que (...) la pieza más importante era, sin embargo, la imagen de dos metros de altura de Nuestra Señora de la piedad con su hijo muerto en el regazo. Alrededor de la imagen giraba una antigua leyenda que al parecer fue recogida por primera vez por el fraile Alonso Franco.

La leyenda, un clásico embuste novohispano, dice que la imagen fue traída a Nueva España por un religioso dominico, pero que el lienzo no estaba terminado: venía solo en boceto. El navío en que viajaba el religioso estuvo a punto de naufragar. Éste se encomendó a la virgen de la Piedad y, oh sorpresa, su barco llegó con bien a Veracruz. Una vez de vuelta en el convento de Santo Domingo, el religioso desenredó la tela que contenía el boceto: descubrió maravillado que la obra estaba concluida y que tenía “colorido hermosísimo”, escribió Mauleón para esta Casa Editorial.

De acuerdo a la lectura de Rivera Cambas, la imagen de la Virgen sufriendo por su hijo causaba tal conmoción que se terminó por convertir en una iglesia “obligada”, es decir, muchas personas se atrevían a ir más allá de los “límites” de la ciudad para conocerla. Sin embargo, la explosión demográfica que vivió la capital para la segunda década del siglo XX conllevó a la aparición y distribución de un sin fin de edificaciones que permitieran no sólo la vivienda, sino también una cada vez más compleja gestión gubernamental.

Así fue como el atrio del antiguo templo fue ocupado por construcciones ajenas a su uso religioso, que paulatinamente fue desapareciendo. Se instaló sobre el atrio un cuartel militar que funcionó hasta los años cuarenta, cuando se optó que la mejor decisión para el espacio era la demolición total del inmueble para la construcción de la Octava Delegación de Policía.

El cementerio sobre el que los niños juegan
El cementerio sobre el que los niños juegan

Captura fotográfica de las actividades del cuartel militar que ocupaba lo que antes había sido el atrio de la iglesia de La Piedad; del lado izquierdo está el arco de entrada y al fondo se aprecian los árboles del Jardín Independencia. Colección Villasana - Torres.

El cementerio sobre el que los niños juegan
El cementerio sobre el que los niños juegan

La “Octava” fue construida entre 1943 -1945 y fue demolida en 2014. En el sitio hoy se encuentran oficinas del Ministerio Público del gobierno capitalino, una casa de cultura y un estacionamiento. Colección Villasana - Torres.

La investigadora de la UNAM, María Fernanda Mora, rastreó que la fiesta dedicada a la señora de La Piedad no ha perdido popularidad aún con la desaparición del convento y el templo, habitantes del antiguo pueblo -que hoy habitan colonias de las delegaciones Iztacalco y Benito Juárez- siguen acudiendo un sábado anterior al Domingo de Ramos para danzar, cantar y establecer las tradicionales ferias y tiendas de una fiesta patronal.

Otro de los sitios más importantes que integraba al pueblo de La Piedad, era el Panteón General de La Piedad, que abarcaba el cuadrante formado por las actuales calles de Cuauhtémoc, Huatabampo, Jalapa y Antonio M. Anza. Este cementerio alcanzó gran importancia tras el cierre del de Santa Paula -el primer camposanto de la ciudad- desde su apertura en 1871 hasta su cierre de puertas en 1882, cuando el Panteón Civil de Dolores se convirtió en el general de la ciudad.


De Cementerio a Parque

El cementerio sobre el que los niños juegan
El cementerio sobre el que los niños juegan

Para los años veinte del siglo pasado, el Templo de Nuestra Señora de la Piedad ya se encontraba abandonado, por lo que presentaba un gran estado de deterioro y a inicios de los años cuarenta, el gobierno tomó la decisión de demolerlo. Colección Villasana -Torres.

Sin embargo, la apertura un año después del Panteón Francés de La Piedad significó un quiebre entre el pueblo y la capital. Simbólicamente, los panteones marcaron las diferencias sociales que desde siempre han existido en nuestra ciudad: mientras que en uno había tumbas con grandes esculturas en otro eran sepulcros simples y, dentro de la investigación de María del Carmen Velázquez sobre el ambiente que se generaba en los principales cementerios de la capital durante el 1 y 2 de noviembre, dio a conocer que:

“Acá [en el Panteón Francés], según [Ignacio Manuel] Altamirano, eran los criados los que el día 2 esperaban la hora de cerrar para quitar los retratos y los adornos especiales, mientras que a la misma hora en el panteón de La Piedad, donde dominaban los sepulcros pobres, los deudos, después de haber velado junto a las tumbas entre “banquetes opíparos”, riñas y jarros de pulque, comenzaban “una orgía funeral”, que no pocos seguían en la noche por las calles de la ciudad”.

Velázquez describe que en esas fechas en específico, el Panteón Francés cerraba sus puertas para que sólo los familiares visitaran las tumbas ataviados en sus mejores atuendos; mientras tanto, en el Panteón General de La Piedad se daban cita cualquier miembro de la sociedad y no se retiraban hasta la llegada del otro día, pasando la noche al calor de las veladoras, acompañados de alcohol, comida y música.

Guillermo Prieto, un cronista de la época, decía que esta distinción producía que en uno se sintiera un ambiente sumamente triste, lejano a la personalidad de esta costumbre nacional. Pero lo cierto es que en sus inicios, el Panteón Francés se enfocó en seguir la modalidad de los cementerios europeos, donde la muerte es sinónimo de melancolía y, tal como ahora, la idea de “festejar” a los muertos les parece extraña, quizás una “falta de respeto” a la memoria del ser querido.

Sin embargo, en ambos lugares se instalaban las ofrendas, compuestas por los platillos predilectos de los finados y los tradicionales panes de muerto, que en esos tiempos únicamente se producían un par de días antes de que iniciara noviembre, no como ahora que los podemos encontrar casi con un mes de anticipación.

Antonio García Cubas, reportó para “El Mundo” que la fiesta de muertos no sólo se limitaba al panteón, sino también al camino que te llevaba a ellos y que estaban repletos de puestos de comida, pan, pulque, flores y dulces. La transcripción que hace Velázquez de su escrito deja ver su crítica moral ante el hecho de que en el Panteón de La Piedad la gente parecía ir más a una fiesta donde no se respetaba u honraba a los difuntos: “parecía que se estaba a la puerta de un Tívoli en el que se efectuaba una espléndida fiesta”.

El cementerio sobre el que los niños juegan
El cementerio sobre el que los niños juegan

“Costumbres del día de muertos (Yzaguirre, L., en El Mundo, noviembre de 1895), dentro del artículo “1 y 2 de noviembre en la Ciudad de México, 1750-1900” / IIH-UNAM.

En 1882, el Panteón General de La Piedad fue clausurado y cayó en el abandono. Con el paso del tiempo, los predios que lo comprendían fueron siendo utilizados para la construcción de parques, estadios, edificios habitacionales, una escuela y una plaza comercial, como la Escuela Benito Juárez y el Estadio Nacional, este último reemplazado después por el Multifamiliar Juárez.

El Estadio Nacional, desaparecido a finales de la década de 1940, fue un proyecto ideado por José Vasconcelos para que la capital tuviera un espacio de recreo, deporte y actividades culturales. Fue planeado siguiendo la arquitectura de los antiguos teatros griegos y fungió también como sitio donde presidentes como Plutarco Elías Calles tomara protesta como nuevo presidente de la República. Hoy, es el Parque Ramón López Velarde, en honor a este poeta que vivió en la colonia Roma.

La demolición del Templo de Nuestra Señora de La Piedad significó el nacimiento de la colonia Narvarte. Los vecinos reaccionaron ante la demolición de la Octava Delegación de Policía porque además de ser un inmueble catalogado por el INBA, las construcciones que estaban operando eran sumamente turbias.


Una colonia a la salvaguarda de su identidad

Tras una lucha constante, que incluyó demandas y “plantones” a las afueras del predio cercado, los vecinos lograron que dentro de las oficinas del Juzgado Civil y Ministerio Público BJ3 de la Ciudad de México, se construyera el centro social y cultural “Juan González y García”, quién vivió en ese sitio durante la colonia y fue un personaje dedicado a la defensa de los derechos sociales.

Este fue un gran logro para los vecinos ya que obligaron a las autoridades delegacionales y capitalinas a aceptar abrir un espacio para que los habitantes de la colonia “contaran con un espacio para cursar talleres, crear proyectos de apoyo a grupos vulnerables, ver exposiciones y mirar los vestigios del ex convento de La Piedad”, reportó nuestro compañero reportero Gerardo Suárez.

Para conocer más de este espacio, nos comunicamos con Christian Gallegos, líder la asociación "La Voz de Narvarte" para que nos comentara cómo fue que los vecinos lograron la apertura de este espacio y los motivos por los cuales hoy se encuentra cerrado.

Gallegos nos informó que tras la demolición de La Octava, él y varios vecinos exigieron, tanto a la delegación Benito Juárez como al gobierno de la Ciudad de México, la rendición de cuentas ya que el inmueble se encontraba catalogado por el Instituto Nacional de Bellas Artes. Este hecho afectó directamente los intereses de los propietarios de Parque Delta, quienes tenían contemplado la extensión del centro comercial en el predio.

Tras reuniones a puerta cerrada y protestas a las afueras de este lugar, los vecinos lograron que las autoridades correspondientes cedieran ante sus demandas: permitieron que a lado del Ministerio Público y estacionamiento que estaban por abrir, hubiera cabida para un centro social y cultural, mismo que funcionó sin problema hasta el mes de agosto pasado, que cerró cuando volvieron a surgir problemas entre los vecinos y las autoridades.

Hoy, los restos del pueblo de La Piedad yacen detrás de un vidrio con sellos de "Clausurado" y una cadena que mantiene cerradas las puertas de un logro vecinal que buscaba rescatar y hacer lucir parte de su identidad.

El cementerio sobre el que los niños juegan
El cementerio sobre el que los niños juegan

Interior del centro social y cultural “Juan González y García”, en la que se permite apreciar parte de los vestigios del Templo de la Piedad que se encontraron cuando se demolió el edificio de La Octava. Cortesía: La Voz de la Narvarte.

La fotografía principal es de principios del siglo XX y corresponde al Templo de Nuestra Señora de La Piedad fue abierto al culto el 02 de febrero de 1652 y pertenecía a la orden religiosa de los dominicos. La iglesia dio nombre al poblado de Ahuehuetlán, a la Calzada y al Río de La Piedad. Colección Villasana–Torres.

Fotografía antigua:

Colección Villasana-Torres.

Fuentes:

Libros “La Ciudad en el Tiempo” y “La Ciudad de los Palacios - Crónica de un patrimonio perdido” de Guillermo Tovar de Teresa. Artículos “1 y 2 de noviembre en la Ciudad de México, 1750-1900” de María del Carmen Vázquez Mantecón y “La fiesta de la virgen de la Piedad en la colonia Piedad Narvarte de la ciudad de México” de María Fernanda Mora Reyes, Instituto de Investigaciones Históricas - UNAM. Artículos “Patrimonio perdido” de Héctor de Mauleón y “Crean centro social y cultural en Narvarte” de Gerardo Suárez, EL UNIVERSAL.

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