Por: Anahí Gómez

Era 20 de septiembre y en San Gregorio Xochimilco los despojos se asomaban para hacernos partícipes de un panorama de dolor y desolación. La gente se amontonaba en los centros de acopio para dar o recibir ayuda. Una señora de alrededor de 40 años se acerca, lleva el rostro polvoriento y con los ojos enrojecidos ruega:

-Señorita, por favor, tengo sed. ¿Dónde puedo pedir ayuda?

Sin pensarlo le entrego el agua que llevo. Ella me agradece y se aleja con dificultad. Alrededor hay mucha gente parada, solamente observando o sacando fotografías con sus celulares.

La misma situación se repite por todo San Gregorio. Mientras un grupo de hombres cargan cascajo, con las manos ampolladas y las frentes sudorosas, otros más se dedican a grabarlos, sin ayudar, sin siquiera alejarse para no entorpecer la situación. De pronto los puños se levantan y se hace el silencio, la incertidumbre. Inmediatamente los paramédicos corren hacía una casa de tabique gris porque hay un herido. El grupo de mirones también sale a toda velocidad, con sus teléfonos bien sostenidos en la mano para no perderse ni un detalle.

-¡Dejen de grabar, pinches changos!- grita uno de los hombres que ayuda a remover escombros.

El camino de vuelta está rodeado por personas que reparten comida a los brigadistas que regresan agotados, con los brazos vencidos. Algunos que no son damnificados ni parte de las brigadas, piden comida y llenan sus mochilas con los alimentos que pueden serles de mucha ayuda a quienes realmente llevan horas sin comer nada.

Por su parte, Diego Eduardo Ugalde, denuncia que mientras él y su hermano asistían en el centro de acopio ubicado en la puerta de los Leones de Chapultepec, alguien se aprovechó para robar sus mochilas.

Pero no es una situación aislada y mucho menos novedosa: después del sismo del 19 de septiembre de 1985, cientos de ciudadanos se ofrecieron para remover cascajo, obsequiar víveres a quienes lo necesitaban y prestar su ayuda en totalidad. Sin embargo, había algunas personas que salían para aprovecharse de la desgracia nacional.

En el periódico EL GRÁFICO del 21 de septiembre del 85, una nota informa sobre grupos de “Juniors” que se montaban en sus automóviles modernos para pasearse por zonas con un panorama tranquilo, solamente para lucir y fingirse Héroes. Se ataviaban con tapabocas, cascos, torretas y radios de banda civil, para salir a toda velocidad y gritonear órdenes a quienes realmente ayudaban.

Con sus alaridos únicamente lograban alarmar a la población. No conformes con ello, hacían logotipos de la cruz roja o cartulinas de rescate para poder circular en sentido contrario por los lugares más dañados, sin importarles el peligro que existía de chocar contra vehículos de emergencia que sí prestaban ayuda.

Las autoridades eran parte de labores de auxilio, así esta clase de desórdenes no eran frenados por nadie. Finalmente, estos Juniors se volvían parte de un grupo amplio de “mirones” que se arremolinaban por los lugares con mayores daños.

Inclusive, había quienes se surtían de pañoletas, batas de médico, mecates y lámparas para aproximarse a los derrumbes, ya estando allí no realizaban nada. Los rescatistas manifestaban que “en lugar de ayudar estorbaban”. Asimismo se menciona que existían “mirones pasivos” que iban a lugares críticos para “ver cómo quedo”, la gente pedía que si estas personas estaban tan preocupadas, mejor se acercaran a alguien que los coordinara para que hicieran algo de provecho para la comunidad y todos acabaran más rápido.

Un trabajador que llevaba más de 15 horas laborando con las manos visiblemente maltratadas opinaba: “si toda esa gente amontonada se pusiera a ayudar en zonas donde no corren riesgo, ya sea cargando piedras o moviendo escombros o en algo positivo ya se hubiera avanzado más”.

En toda situación de catástrofe y dolor siempre existirán personas que buscarán sacar su tajo de ganancia. Lo importante es no perder la voluntad; lo importante es mirar alrededor para darnos cuenta de que son más los que ayudan con honestidad.

Con informacion de EL GRÁFICO del 21 de septiembre de 1985 y Archivo fotográfico de EL UNIVERSAL.

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