De ese modo se anunció en Puebla el asesinato de la maestra Patricia Mora Herrera, ocurrido la noche del 10 de noviembre en el rancho Totoltepec, ubicado en el municipio de Zacapoaxtla.

Llego tarde a la historia. Pero no puedo con algunos de sus detalles. Los traigo en la cabeza desde que su hermano Jacobo me escribió, hace unos días, “herido de muerte y en pie de lucha”.

La maestra fue encontrada “sin vida y desnuda”, según el relato de Jacobo, en un predio ubicado a 30 metros de la base de la Policía Estatal y a solo 500 pasos de su casa. Había muerto estrangulada. Los asesinos taparon su cadáver con una lona.

Tres horas antes de que miembros del comité vecinal de Totoltepec pasaran a un lado del predio en donde quedó el cuerpo, la maestra había sido reportada por sus familiares como desaparecida.

Su esposo informó a la prensa local que el último contacto había ocurrido a las 21:00, hora en que Patricia le llamó para decirle “que ya había terminado el curso y se encontraba en camino”.

Aquel viernes, la profesora había asistido a un curso de la SEP en Teziutlán. Su esposo se quedó esperando en la puerta. Había ocurrido lo peor.

Jacobo cuenta que su hermana tenía 43 años y dos hijos. Estuvo casada un cuarto de siglo. Se recibió como ingeniera industrial, hizo una maestría en innovación educativa e impartió clases de bachillerato durante una década en Tetelilla de Islas.

Ahí, debido a la falta de maestros, además de cursos de física y matemáticas, impartió a los alumnos “las demás asignaturas para completar el programa de estudios”.

Le cedo la palabra a Jacobo:

“El sábado 11 de noviembre, 12 del día, el médico forense, Arturo Ortuño, me pide que compre, de mi bolsillo, los materiales para la necropsia. De su puño y letra anotó (conservo la hoja): 3 tubos tapa roja Vacutainer; 4 recolectores de orina Dacryl; 1 litro de formol; 1 litro de alcohol; 2 metros de franela color gris; 1 ½ de nylon grueso color negro; 2 jeringas de 10 ml”.

Jacobo no lo podía creer. Su hermana estaba tendida y el forense actuaba como si lo estuviera mandando de compras al mercado.

Y sin embargo, no podía ser de otro modo. “En el anfiteatro de Zacapoaxtla —cuenta— la puerta se sostiene, por fuera, con un palo de escoba, sin ningún estándar nacional e internacional”.

De acuerdo con el joven, al terminar la necropsia el forense le dijo:

“Mis cuatro alumnos y yo te la dejamos bien limpiecita; en un ratito te voy a decir los tres pasos para que te la lleves a tu casita”.

No se la pudieron llevar. Había que esperar a los agentes de la Fiscalía General. Pero los agentes, dice Jacobo, tampoco llegaron.

“Las horas pasaron, la neblina caía, el chipichipi nos tenía a todos, a nuestra tristeza, tiritando de frío”.

La familia no pudo conocer el resultado de la necropsia. Las autoridades no confirmaron si investigaban el caso como feminicidio. En una entrevista de radio, Jacobo dijo:

“Vamos ciegos, vamos cojos, vamos sordos, vamos solos, no sabemos nada”.

Unos 600 habitantes del poblado realizaron una marcha pacífica para exigir justicia y pedir que se activara la Alerta de Género. Ningún funcionario se acercó.

El 22 de noviembre la Fiscalía anunció que había dado con dos de los presuntos responsables. “La docente fue interceptada por sujetos que la habían observado mientras consumían bebidas alcohólicas, la sometieron para despojarla de sus pertenencias y la trasladaron al terreno en el que la lesionaron y privaron de la vida… Consta que los agresores pretendían atacar en forma sexual a la víctima pero al ver que había fallecido se fueron del lugar”, se informó.

El boletín respectivo afirmaba que un tercer implicado, de nombre Baldomero, se hallaba en calidad de prófugo.

Durante una misa en honor de la maestra, su hermano Jacobo fue informado de que “ese tal Baldomero va y sube, sube y baja, y que regresa así como si nada, como Juan por su casa por Totoltepec (…) y vive en una casa que da frente a un terraplén de cemento al lado del río (…) y tiene un perro que le avisa si alguien se acerca”.

Reportó esto al ministerio público. Le dijeron que las mujeres “son muy chismosas” y “pura llamarada de petate”, y le sugirieron que fuera al lugar señalado en un coche particular y se pusiera a espiar “ya en la nochecita, a ese tal Baldomero”.

Jacobo afirma que la familia no ha recibido un solo documento relativo a la investigación. “Es un proceso penal de ficción a tres personajes también de ficción”, asegura.

Para el 8 de diciembre se habían cometido ya 96 feminicidios en Puebla. En todos, un modo inhumano de impartir justicia es la constante.

@hdemauleon

demauleon@hotmail.com

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