Por Sandra Hernández y Elisa Villa

Son las ocho de la noche, la tarima se encuentra lista para zapatear y las jaranas ya afinadas esperan ansiosas el inicio del fandango, la tradicional fiesta de los pueblos del sur de Veracruz donde se vive el son jarocho. Es extraño que una celebración de este tipo se realice en plena Ciudad de México, lugar donde la modernidad hace difícil el acercamiento de su población con la música tradicional de nuestro país. Sin embargo, la alegría de los versos, el resonar de los zapatos y las vibración de las guitarras llaman a conocedores y curiosos.

El Museo Nacional de Culturas Populares, en el centro de Coyoacán, se vuelve el punto de reunión de músicos, cantantes y danzantes de son jarocho. Ante la importante celebración, los hombres sacan a relucir elegantes guayaberas y sombreros de palma, algunos portan en su cuello un paliacate rojo. Por su parte, las mujeres lucen largas faldas y blusas bordadas, además que sus frondosas cabelleras combinan con la alegría de la noche.

En la explanada del museo, adornada con murales que resaltan las raíces indígenas, se encuentra el grupo Son Pueblo Nuevo. Provenientes de Santiago Tuxtla, en Veracruz, y quienes desde hace cuatro años custodian la tradición del son jarocho, son los encargados de amenizar el fandango.

Mario Cruz es el líder de Son Pueblo Nuevo, cuenta que empezó a tocar "un poquito grande, como a los 15". Ahora tiene 33 años y además de la jarana segunda, también canta y zapatea. En el son jarocho es común que los cantantes improvisen versos. Al respecto, Mario dice que "en cierta forma sí, pero sin salirnos del ritmo de la música, porque podemos hacer cosas raras en la tarima, pero sin salirse de la línea".

Su hermano, Ciro Cruz, es el encargado de tocar el bajo o "leona", como ellos le llaman. Al igual que Mario, empezó a tocar a los 15 años, ahora tiene 35. "Comencé con la jarana , ya luego fabriqué mi primer instrumento, que fue la leona. Aprendí casi solo, me nació porque quería tener una pero costaba muy cara , y dije yo la voy a hacer y poco después me buscó un amigo de por ahí que sabe más que yo, y ahí aprendí mejor".

La primera vez que Son Pueblo Nuevo tocó en vivo fue en Tlacotalpan, Veracruz. "Estábamos bien nerviosos porque nosotros estábamos acostumbrados a tocar todo el tiempo pero sin tanta gente, sin micrófonos y esas cosas. Pero sí estuvo divertido", narran los hermanos Cruz.

Junto a los músicos de Son Pueblo Nuevo, dos jóvenes sonríen tímidamente, son las “bailadoras”. Con su coqueto zapateo acompañarán a la agrupación, pues la tarima es considerada otro instrumento más dentro del son.

Lucila, la mayor, dice que baila desde los tres años. Margarita, la más joven del grupo, tiene 18 años y baila desde los 15. "A mi mamá le encanta el son jarocho y fue la que me ayudó a aprender". Además de zapatear, ambas participan en los cantos y otras veces tocando la jarana.

José Alberto, un músico con discapacidad visual, cuenta que toca la jarana desde que tiene 10 años de edad. Dice que el maestro Mario Cruz le enseñó a tocar y lo impulsó a seguir la música. Hace versos y compone desde joven, pues sus tíos también se dedican a tocar son jarocho. "Lo traigo de nacimiento, lo traigo ya en la sangre".

Él regala un verso de su autoría: "Por la gente fui a saber que ya tienes nuevo amante . Ya te echaste a perder, hoy sigue tu vida errante, porque no vas a tener otra vez este cantante ".

De repente, cae una llovizna que no amenaza el inicio de la fiesta, pues los jóvenes y adultos ya están alrededor de la tarima. Las jaranas y demás instrumentos de cuerda que conforman el son jarocho al fin salieron de sus fundas y suenan al ritmo que marca Son Pueblo Nuevo.

La música, el zapateado y la rima improvisada llenan de júbilo a los visitantes, quienes buscan estar más cerca de los músicos y tener al menos una oportunidad de hacer sonar sus pies, aunque había aquellos que sin importar el lugar zapatearon en el concreto.

El fandango es una fiesta que a diferencia de muchas otras celebraciones, tiene reglas que respetar. Hay sones que se bailan exclusivamente por mujeres, por parejas o por cierto número de personas que pueden subir al tableado. También hay momentos destinados sólo para quienes saben tocar, pues no se puede romper con el ritmo de la música.

En esta fiesta los sones pueden durar hasta 20 minutos, pues en el fandango se olvida la existencia del tiempo y lo único que importa es festejar. Por ello es común que dure hasta la madrugada, de hecho la salida del Sol es una señal de que la verbena debe terminar.

Entre toda la algarabía, un joven confundido lleva en las manos una quijada de burro. Ante la mirada curiosa de los asistentes, explica que la quijada fue traída desde África y se incorporó al son jarocho. Así, las vibraciones que producen los dientes del animal al ser golpeados aportan más sonidos al fandango.

La fiesta continúa y los visitantes no paran de cantar y bailar, pues la alegría que produce el son jarocho motiva a mover los pies incluso a quienes están sentados. Las cuerdas de las jaranas no se detienen hasta que el grupo Son Pueblo Nuevo da por finalizado el fandango.

Se tendrá que esperar hasta el próximo año para volver a disfrutar una fiesta como esta, porque como dicen en el son: “Los versos que ahora derrocho los guardo con ilusión, para que en el corazón con el que me están mirando siempre sigan disfrutando del son y la tradición. Aunque tomen mis pies camino hacia los peldaños, sé bien que el próximo año nos veremos otra vez”.

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