Cuando los pobladores de Tepito decidieron que no sería tan sencillo dejar morir a los suyos, tomaron cartas en el asunto contra la muerte: no la combatieron con ajustes de cuentas, ni siquiera tomaron armas de fuego. ¿Para qué derramar sangre si el arte puede inmortalizar a tu ser más querido? Así nació el Mural de los Ausentes, la obra de los muertos del Barrio Bravo.

Por Alexis Ortiz

Martín Romero, artista local, inmortalizó la bravura de los tepiteños en la década de los 90. Sólo necesitó la confianza de los pobladores, unas latas de aerosol y un muro abandonado de un edificio que había funcionado como prostíbulo. Mediante retratos hablados grafiteó la imagen de quienes habían muerto por causas naturales, víctimas de la violencia interminable e incluso pintó a inocentes caídos en medio de un fuego cruzado o por enojos repentinos.

Es imposible no pensar en las gotas de sangre derramadas que hicieron posible el Mural de los Ausentes. Son historias conocidas sólo por quienes viven en este fragmento de la colonia Morelos. Por respeto a sus muertos, los habitantes de la zona cuentan con celo lo sucedido en Tepito en las últimas tres décadas, y por respeto a su integridad, piden no publicar sus nombres completos. En el barrio hasta las paredes escuchan y contar una desgracia ajena causa miedo.

Juan Manuel, vecino del barrio, acaricia la barba que rodea su boca. Se sienta en su motoneta roja y se vuelve a parar, ¿quién murió primero y quién después? Una vez iniciada, la lista de decesos parece no tener fin.

En el Mural vive el “Roba Gallinas”, muerto a manos de la Policía Federal; “El Anemias”, asesinado por un balazo en la columna; el “Mofles”, agredido a golpes y rematado con varios impactos de bala; el “Toro”, victimizado por la gente de Tepito en un antro de Insurgentes; Cristian, quien atentó contra una persona y al no terminar el trabajo murió bajo venganza, y “El Fayuquero”, caído por un ajuste de cuentas. La lista sigue, Juan Manuel hace el intento por recordar más nombres.

La obra de Martín Romero se ubica en la calle de Mineros, muy cerca del metro Tepito y el Eje 1 Norte. Juan Manuel y otros vecinos recuerdan esa zona hace 30 años como prohibida para quien no quisiera meterse en problemas. Todos los estigmas del barrio estaban ahí: prostitución, drogadicción, robo, asesinato, violencia.

Sin embargo, detrás de ese mundo oscuro quería surgir otro. Antes del Mural de los Ausentes, en el barrio ya se vislumbraba interés en el arte. Colectivos como Tepito Arte Acá empezaron a surgir y los tepiteños encontraron espacios para olvidarse de la realidad en que estaban hundidos.

Alfonso Hernández, cronista oficial del barrio, dice del Mural de los Ausentes que “es para homenajear el buen recuerdo de nuestros caídos. Nosotros preferimos recordar así a nuestros muertos porque fueron personas que le dieron identidad a Tepito”.

Por su parte Ariel Torres, artista local y fundador del colectivo ArTepito, menciona en entrevista que “con obras como ésta Tepito ha intentado mostrarle algo más a la gente, más allá del rostro violento. Invita a las personas a observar toda la producción cultural del barrio”.

Además de recuerdos e historias el Mural de los Ausentes también es religión: está a unas cuadras de la Santa Muerte y forma parte de la diversidad religiosa del Barrio Bravo. La obra, que relata la peregrinación de cientos de tepiteños al Cerro del Cubilete y al santuario El Señor de Chalma, es apenas un fragmento de una devoción expresada en decenas de capillas distribuidas por la zona.

En Tepito la resistencia a olvidar es fuerte. La calle de Mineros no abandonó a sus viejos conocidos. Los guarda en un muro que puede medirse con casi dos vagones del metro y alrededor de cinco metros de altura. Tepito no sabe olvidar a los suyos, los tiene impregnados hasta en sus paredes.

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