¿Cuánto nos puede importar la cantidad de comida que se va a la basura todos los días; la contaminación que ocasiona su producción y comercialización; o el CO2 que se genera en el proceso? Después de todo, se trata de alimentos que no llegan a nuestra mesa y de un gas incoloro, invisible para millones de personas que se preocupan más por ganarse la vida y pagar sus cuentas en el día a día.

Sin embargo, cuando le ponemos números a este escenario, la perspectiva cambia: en México, cada año se desperdician 20 millones de toneladas de comida en buen estado. Una ironía si pensamos que 50% de la población mexicana vive en situación de pobreza y podría aprovechar esos recursos que, por una fecha de caducidad próxima o por no cumplir con ciertos estándares para su venta, terminan siendo descartados.

Añadiendo a la discrepancia, este desperdicio contribuye con 36 millones de toneladas de CO2 cada año, contradiciendo la creciente concientización mundial hacia combatir el cambio climático.

Las cifras no solo son reveladoras desde el lado del consumidor, sino también del lado de las empresas. Aún existen marcas que prefieren deshacerse de sus alimentos antes que donarlos o participar en nuevos modelos de negocio que impulsen su uso, tanto alimentario como económico.

El temor a dañar su imagen de marca prevalece, pero la realidad innegable es que los efectos del cambio climático están modificando los hábitos de consumo: los compradores se inclinan cada vez más por adquirir productos o servicios respetuosos con el medio ambiente.

El movimiento ESG (ambiental, social y de gobernanza) ilustra perfectamente esta tendencia por la forma en que está cambiando las listas de compra de los consumidores. Según un informe de la firma de investigación neoyorquina Grocery Doppio, alrededor de 71% de los tenderos citan la sostenibilidad como una prioridad clave para 2023. Además, 61% de los compradores reconoce los esfuerzos que están haciendo en ese sentido sus tiendas de comestibles preferidas y 37% está dispuesto a pagar un costo adicional de hasta 17% por productos sostenibles.

Por ende, y aunque los supermercados, pastelerías y demás tiendas de comestibles puedan pensar que tirar sus productos a la basura es invisible para sus clientes, es claro que no será así por mucho tiempo más. Esa falta de acción tendrá grandes consecuencias en el comportamiento de compra de los consumidores, pues cada vez más prefieren marcas que apoyan al medio ambiente y lo demuestran.

Esta tendencia es particularmente evidente en otras partes del mundo: en Francia por ejemplo, existen leyes que imponen sanciones severas por desperdiciar alimentos, por lo que muchos negocios están ávidos de tomar todas las acciones de sostenibilidad que puedan.

En Estados Unidos esta concientización ambiental ha hecho perder clientes a algunas marcas y ganar a otras, dependiendo de las acciones que tomen o no a favor del planeta. En México nos estamos acercando a ese punto de inflexión, y por ello es fundamental ponerse las pilas: no esperar a perder, pues hay mucho más por ganar.

Mi experiencia personal corrobora el gran potencial de éxito: cuando apenas iniciaba el proyecto y sin siquiera un sitio web oficial, creé un chat en WhatsApp al que se sumaron orgánicamente personas interesadas en combatir el desperdicio de alimentos en México.

Resultó que dentro de esos primeros integrantes del grupo estaban algunos de los líderes de Maison Kayser, cadena de panaderías artesanales. Ellos conocen el impacto de la sustentabilidad en los negocios porque lo han visto de primera mano en sus sucursales francesas.

En efecto, Maison Kayser ya trabaja con una aplicación parecida a Cheaf en Francia, conocen el entusiasmo y compromiso de los consumidores, por lo cual no dudaron en sumarse a nuestra iniciativa como parte de los pioneros en México. En Europa ya han visto que en la industria hay espacio para la innovación y el activismo y que es posible reducir el desperdicio de alimento en las grandes ciudades al tiempo que se conecta a los consumidores con los comercios locales.

Todavía hay mucho por hacer. Necesitamos miles de organizaciones más que se sumen a esta labor de rescate de alimentos usando la tecnología en pro de los negocios y sus consumidores.

Y más allá de hacer más eficiente la cadena de distribución de los alimentos, se trata de cambiar dogmas: creo firmemente que para brindarle al planeta una oportunidad de recuperación a largo plazo es imperativo aumentar el poder adquisitivo de las personas. Cuando la gente tiene menos ansiedad sobre cómo cubrir sus necesidades básicas diarias, se libera para pensar más allá del presente inmediato y comenzar a reflexionar sobre cuestiones más amplias como el calentamiento global, motivándolos a tomar medidas al respecto: a reducir el desperdicio de alimentos, por ejemplo.

El poder adquisitivo se puede mejorar de dos formas: incrementando los ingresos o reduciendo los costos de los bienes que la gente compra regularmente. Hacer de los excedentes la opción más barata para comer responde al segundo enfoque: minimizar el costo de vida.

No sólo basta con contribuir a limitar las emisiones de CO2 resultantes del desperdicio de alimentos, sino también abrir espacio para que la gente se comprometa más activamente con los desafíos ambientales globales.

Fundador y CEO de Cheaf

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