¿Cuántos expertos y funcionarios de gobierno aseguran que las promesas de un precandidato suelen moderarse una vez que se gana un puesto público? La respuesta es muchos. Donald Trump prometió desde que quiso ser candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos el fin del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y bajar los impuestos a los contribuyentes. Jamás cambió el discurso, pero a muchos les pareció poco serio y menos creíble.

A días de que concluya 2017, la reforma fiscal estadounidense, que es una realidad, y la amenaza de que acabe uno de los acuerdos comerciales regionales más importantes del mundo han dejado en evidencia la sensibilidad económica de México a estos temas.

Con poco margen para maniobrar en materia tributaria y con la consigna de mirar a nuevos horizontes para vender la mercancía nacional, estos dos desafíos abren la oportunidad para avanzar en un tema crítico: Estado de derecho.

Si ya se subestimó la agresividad de Donald Trump para emprender cambios drásticos, lo que no se puede hacer es no trabajar en esos puntos finos donde el empresario ha arremetido contra México.

Corrupción, impunidad, drogas, narcotráfico, violencia y “bad hombres” son algunos de los tantos términos que el presidente estadounidense ha empleado para referir su preocupación por el vecino del sur.

México tiene que emprender acciones en Estado de derecho para dar certeza de que es un país seguro para invertir, comerciar, negociar y tratar acuerdos de gran envergadura. Si el mandatario estadounidense no le abre los ojos a quienes deben impulsar estos cambios, no deben sorprenderse si cumple la amenaza más indigna que aún guarda: la construcción del muro. Es momento de dejar de subestimar a Trump.

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