Cualquiera de nosotras pudo ser la “puta”, la “borracha”, la “imprudente” que “se buscó su propia muerte”.

Qué pinche horror .

Por todo. Y en especial por la forma en que culparon a las víctimas, particularmente a Karla, la chava que estaba casada-en-secreto-pero-ya-mero-iba-a-contraer-matrimonio-”bien” (¡¿por qué esta información es relevante según los medios?!). Si no se enteraron de esta penosa situación, al respecto y explicando por qué estas dos mujeres no “se lo buscaron”.

Además, ¿en serio ustedes nunca han estado en el coche de alguien que maneja como pendejo? ¿Nunca? ¿Neta, neta, neta, neta, neta nuuuunca?

Yo sí he estado en peligro dentro de coches de personas que creen que son de hule y que no tienen un centavo de responsabilidad ni consideración por la existencia humana. Que es básicamente la norma en este país, el cual se rige por máximas como “chíngate al de junto”, “si no me afecta a mí, no es mi pedo” o “este gobierno roba pero deja robar”.

La primera vez que viaje en el vehículo estúpidamente rápido fue en los noventa tardíos, cuando ni siquiera se hablaba de estos temas (siento que la palabra “movilidad” se inventó hace diez minutos). Yo estaba en prepa. Me recuerdo aterrorizada en el coche de “el Edgar”, quien conducía borracho escuchando Helloween a todo volumen. Por lo menos el soundtrack de mi muerte hubiera estado chido. Después, en los dosmiles tempranos, mientras cursaba la universidad, un tipo llamado “el Pato” casi se estampa en el puente vehicular de División del Norte que está por Televisa Radio; el güey venía pachequísimo y, para colmo de males y riesgos, uno de los pasajeros traía un guato de mota. Y yo ahí en medio como mensa. Por último, en los dosmiles tardíos, un publicista oriundo de Satélite (¿#conapreeeeeeeed?) me dio aventón en su Audi. Antes de arrancar, me preguntó que si me daba miedo la velocidad. Por supuesto que le tenía pánico, pero entonces era yo más chiquilla y me quería hacer la cool y cómo iba a mostrar debilidad, así que dije “Jajajaja no jajajajajajajaja cómo crees jajajajaajajjahahjhajhjkhfiuerghucywhryc4bo73897nyisoylsufgiuwrtbq3br”.

Luego de ver la cobertura del accidente del pasado viernes y la reacción que provocó entre los mexicanos, hoy sé que, de haber fallecido en cualquiera de los tres casos, hubiera pasado a la historia no sólo como la culpable de mi propia muerte, sino como puta, borracha, drogadicta, fea, naca, satánica, holgazana. Después un “No justifico al conductor, pero...”, el respetable público procedería a señalar que yo nunca debí estar a bordo de esos automóviles y a poner en duda mi calidad moral. En los noventa, se revelaría que nunca llegaba a clase de siete, que falsifiqué un justificante médico para volarme la hora de deportes (¡¿por qué sigue siendo materia obligatoria en las prepas de la UNAM?!), que un día me tomé una naranjada bonafina con vodka dentro de las instalaciones de la escuela, que a veces no me bañaba, que mi novio me había agarrado las chichis FUERA DEL MATRIMONIO, que voté por irnos a huelga y que hasta le llevé una despensa a los paristas. En los dosmiles tempranos, hubiera trascendido que yo padecía anorexia y que sólo me alimentaba de jícamas con chile y tortas de queso blanco, lo que ya mencioné del guato de mota en el automóvil, que yo estaba crusheadísima y mantenía un romance estrictamente platónico vía icq y mensajitos de celular con el portador de dicho guato de mota, que mi novio jock de entonces no estaba conmigo porque dedicaba sus tardes a saludables actividades deportivas y que cómo pudo fijarse en una perdida barriobajera como yo. En los dosmiles tardíos se hablaría de mi pelo pintado de rosa, de que una vez anduve con un tipo casado, de que no estaba al día con mis impuestos, de que compré un gato en vez de adoptarlo de la calle, de que le puse el cuerno a mi novio de entonces con una persona que salió del internet (la supercarretera de la información, no el bar clandestino de la Alameda), de que se me olvidó pagar los 5 pesos que le quedé a deber a los del Oxxo, de que en la primaria tuve piojos y de que un día me atropellaron por cruzar en medio de la calle sin fijarme en el semáforo ni en los coches.

(Le regalo este párrafo a mis haters para el día en que me muera y/o cuando necesiten pruebas de mi deshonestidad e indecencia).

No me pasó nada, aunque mi suerte podría cambiar cualquier día. Porque quizá no me subo a coches de desconocidos, pero sí empedo. Porque a lo mejor no tengo amigues cafres, pero ni en la banqueta ni en el Uber se está a salvo de douchebags alcoholizados jugando a los carritos chocones. Porque ando en la calle a deshoras. Porque no vivo encerrada 24/7 en mi casa. Porque tuve la ocurrencia de nacer, y pues ya se sabe que eso de andar viva es un riesgo porque qué tal que te mueres. Potencialmente, todes somos los inocentes pasajeros del mirreymóvil. Y todas somos Karla.

Por otro lado, ¿por qué los hombres (#NoTodosLosHombres) insisten en reafirmar su masculinidad manejando como si el tráfico de la Ciudad de México fuera una película de Vin Diesel?

Del fenómeno del ha hablado mucho Ricardo Raphael, y en habla de lo mortífero de esta forma de pensar y actuar. Los datos lo avalan: según , los coches de lujo son los más multados. No es sólo una cuestión de varo, también de género. El mismo texto dice que el 78.4% de las infracciones son cometidas por hombres, y sólo el 25% son de mujeres, lo cual no sólo revela una tendencia en los machos a creerse protagonistas de Rápido y furioso, sino que en la CDMX el total de la población es del 103.4%.

Mientras la cultura pop nos ha vendido a nosotras la idea que debemos “portarnos bien” para encontrar al “príncipe azul”, a ellos los educa con películas de acción y explosiones. Hasta había una telenovela de Televisa donde el héroe –Kuno Becker– le hacía a los arrancones y la heroína –Anahí– le echaba porras. No sé en qué acababa, pero estoy segura de que en su final feliz no había bicis.

Si le pisas eres bien marica, wey. No manejes como vieja, wey. No dejes que el del Volvo te rebase, wey; mira cómo le voy a ganar al puto, runrrrrunrrrrrrruuuuuuuuuun.

El accidente refleja, además, la cultura cochecentrista de México –en particular de la CDMX, por más que pongan carriles de bici y que estén construyendo metrobuses y que manden dos fotomultas al año a los automovilistas que escupen sobre el Reglamento de Tránsito–. Somos el hazmerreír del mundo por ser que da licencias de conductor sin requerir pruebas médicas ni de manejo. (que sí, están facilísimos y/o te los puedes brincar con una mordida, ¡pero por lo menos existen!). Estoy segura de que Carlos Salomón, el conductor y único sobreviviente del choque, no pasaría ni de panzazo este de Sopitas.com.

Según, en 2015 los del ex-DF-hoy-CDMX dijeron que para 2016 ya iban a hacerle examen a los aspirantes a manejar coches. Sin embargo, que eso se iba a atrasar un año más porque pues #México. Ya es 2017. Seguimos esperando. Qué onda, Mancera. Qué onda, Serrano. A ver a ver a ver a ver a ver a ver a ver a ver a ver a ver a ver a ver a ver aquioooooooooras.

Pero es más fácil culpar a las víctimas que a las autoridades. Sobre todo cuando esa misma gente que dice que las mujeres se murieron por putas, el resto de la semana se dedica a llorar sobre lo injustas que son las fotomultas y lo ridículos que son los límites de velocidad. Son las mismas personas que dicen que “No estamos en Finlandia” para justificar su comportamiento cavernícola, cuando no hacen nada para emular el ideal del país nórdico, ni siquiera crear una banda de black metal chingona.

Qué oso, México.

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