Con esta entrega doy por terminado mi ciclo de posts dedicado al pelo chino. Ya sé que están pasando cosas horribles a nuestro alrededor y que debería hablar de ellas en lugar de ocuparme de semejantes frivolidades, pero necesito que sacar todo este odio de mi pecho. Un odio que sé que ustedes también sienten, amigas con cabelleras heterodoxas en un mundo lacionormado.

Así que aquí va mi...

Carta abierta al último peluquero que hizo un cagadero en mi cabeza:
Hola. La semana pasada fui a que me cortaras el pelo. Confié en ti porque una chica en Twitter me dijo que gracias a tu consejo había decidido conservar su mata esponjosa tal cual, en lugar de alaciarse. Me dio buena espina saber que respetabas la forma natural del cabello ajeno, en lugar de querer a huevo alterarlo con planchas y químicos con tal de cumplir con el claustrofóbico estándar de belleza genérica femenina. Bien.

Cuando llegué a mi cita, analizaste mis rizos, me preguntaste qué quería, me escuchaste. No me ignoraste cuando señalé que no usaba ningún producto con sulfatos y pediste que me lavaran con el champú del-que-no-quema-el-pelo.

Bravo.

Bravo... PERO. Está cabrón que los rizados celebremos estas cosas, cuando debería ser el mínimo estándar aceptable. Es como agradecerle a tu novio porque no te pega y hasta te deja trabajar, aunque luego le dé un zarpazo a tu autoestima en forma de comentarios degradantes, escenitas de celos, violencia económica... o cortes de cabello en capas completamente rectas.

Así es. Traigo una pirámide sobre una cascada. Es como si me hubiera puesto una peluca de pelo corto y voluminoso sobre otra de pelo largo ligeramente ondulado. Tampoco entiendo cómo esto podría funcionar en una cabellera lacia. Ni la millennial más cool podría pulloffearlo, pero obviamente la millennial más cool jamás iría a una estética unisex de la Del Valle.

Antes de la masacre, te pregunté que cuál era tu técnica para cortar el pelo chino, y me dijiste que lo hacías igual que con el lacio, que la única diferencia estaba “en la forma de peinarlo”. En ese instante debí salir corriendo. Porque, o sea weeeei, no sé si te has fijado, pero son especies capilares COMPLETAMENTE DIFERENTES. Es como si yo llevara a mis gatos con el pediatra y esta persona les diera las mismas medicinas que a los bebés, porque pues son mamíferos y tienen cuatro patas y son adorables y le dan sentido a nuestras vidas de adultos y los tienes que cuidar de que no se traguen sus jueguetes para que no se les queden atorados en la tripas, ¿no? ¿NooooOOOooOOooO?

Pero me quedé. Pobre ingenua, mexicana sin memoria que se deja robar una vez más por el político mentiroso o tasajear por el peluquero arrogante de toda la vida. Porque a pesar de la evidencia diaria de que la especie humana es basura, me gusta seguir confiando en los individuos.

Y pues no. Quizá tu intención era buena, pero en el sector servicios eso no funciona. Eres como los taxistas que no saben dónde está Insurgentes, los torteros que venden semitas poblanas y no les ponen pápalo o los periodistas que escriben sus notas con puros sinónimos pendejos –tipo “los amantes de lo ajeno” o “el vital líquido”– de forma no irónica.

KESESTO

Güey, ¿neta? ¿Por qué capas rectas? Qué chido que supieras que los rizos no se deben degrafilar (otro conocimiento que no tendría por qué celebrarte, pero sí, porque tus colegas lo desconocen por completo), ¿pero en serio te daba taaanta pereza dividir el pelo en mechoncitos más pequeños e irlos cortando de a poquito para crear un volumen armonioso, no un pinche mazacote en la parte alta de mi cabeza? (Pedirte que lo hagas chino por chino, como lo hacen los gringos capacitados en , seguro te provocaría un infarto nomás de imaginarte la HUEVA). Ya sé que eso toma más tiempo, pero creo que hablo en nombre de mis compañeras chinas clasemedieras al afirmar que no tendríamos pedos en pagar más por un corte laborioso con tal de no pasar meses con ganas de llorar cada vez que nos vemos al espejo.

Sobre todo, estoy harta de que tú y los de tu especie no se tomen la molestia siquiera de gugulear “How to cut curly hair”. Salen , y muchísimos son tutoriales EN VIDEO. No puede ser que nosotras, que tenemos profesiones completamente distintas, sepamos más de su chamba que ustedes.

O sea, peluquero, te dedicas a cortar pelo. YOU HAD ONE JOB, cabrón.

*levanta sus tijeritas y las agita en el aire*

Tú y todos los pinches estilistos (estitontos) perezosos y mediocres: chinguen a su padre. NUNCA MÁS dejaré que toquen mi pelo. A partir de ahora, cuando necesite un corte y no tenga programado un viaje a Estados Unidos donde me lo pueda atender con un especialista en rizos, lo voy a hacer yo misma. Porque es científicamente imposible que me quede peor, porque prefiero hacerme responsable de mis propias metidas de pata, que por lo menos me saldrían GRATIS.

¿Y sabes qué es lo más cabrón? Que como en el instante no me di cuenta de la catástrofe, te dejé el 20% de propina. Con esa lana me pude haber comprado unos mezcales para ahogar mis penas ante el hecho de que traigo un corte hecho con las patas.

Ojalá te quedes pelón.

***

Argh.

Ahora, el comentario feminazi:

¿Han notado cómo en los salones de belleza los estilistas “jefes” casi todos son hombres, y las de puestos menos privilegiados, como las que te lavan la cabeza o las recepcionistas, son mujeres? Y estos machines (lo gay no quita lo machín –#Conapreeeeeeeeeed porque #NotAllEstilistas son homosexuales y tu género no dicta tu profesión ni al revés, TE PASAS PLAKETA–), que casi siempre tienen el pelo corto, son los que toman las decisiones y actúan sobre nuestras cabelleras, con los catastróficos resultados conocidos. Además, son tan mamones que te aplican el hairsplaining más asqueroso para justificar las pendejadas que hacen. No puedo más con esta industria que escupe misoginia a tantos niveles y por todos lados. ME QUIERO ARRANCAR LOS PELOS DEL CORAJE.

Fin. La próxima semana intentaré hablar de algo SERIO.

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