Hoy los ciudadanos del Reino Unido votarán por su futuro y al hacerlo estarán también definiendo el futuro de Europa y del mundo. La amenaza de abandonar la comunidad europea se cierne sobre las cabezas de los 27 países del resto de la Unión. Amenaza porque con esa salida el impacto económico podría ser de grandes proporciones no sólo económicas sino también políticas, pero sobre todo humanitarias.

Por muchos años, los grupos más radicales han permanecido casi a la sombra, rezagados de una población que seguía la tendencia “inclusiva” del “todos somos Europa”. La apertura de aduanas vino luego aparejada de una apertura de fronteras. El paso de mercancías fue superado por el paso de personas, alemanes, españoles, austriacos, británicos, al final todos europeos. Hasta que llegaron los no europeos. La guerra Siria como sabemos ha provocado una migración casi bíblica. Millones de personas han abandonado los escombros de sus casas huyendo de la muerte y desolación de ISIS para caer en las garras de la xenofobia europea.

Cientos de miles han buscado refugio en el sueño europeo que se ha vuelto pesadilla pero una menor comparada con la que se quedó atrás. Pero para los radicales de las sombras la oportunidad era inigualable. La falta de empleos, los problemas de seguridad, las crisis económicas, todos los problemas que enfrentaba la sociedad británica ahora podían tener un causante seguro: los migrantes.

Legales o ilegales que ya entrados en gastos daba lo mismo tener o no tener un papel. Desde el otro lado del mundo, sirios, africanos, iraquíes, todos tienen parte de la responsabilidad de los problemas de la Gran Bretaña. Desde la propia Europa, los sureños, menos organizados, casi siempre más problemáticos y más pobres, también son responsables.

Una promesa de campaña de Cameron para llegar a ser Primer Ministro fue celebrar el referéndum sobre la permanencia o no del país en la Unión Europea y aunque los resultados no son vinculantes, lo serán porque políticamente sería desastroso no cumplir con el mandato popular.

Brexit se le ha llamado al referéndum, aunque sólo hace referencia a una de las dos opciones de la boleta: Britain Exit ó Britain Remain (Bremain). Brexit ha sido exitoso porque promete algo que en un mundo globalizado es prácticamente imposible: devolver la entera autonomía al país. Es un sentimentalismo nacionalista que ha comenzado a recorrer como pólvora los discursos de países que hace poco nunca hubiéramos imaginado, Estados Unidos con Trump incluido. El mayor riesgo de que las tendencias nacionalistas-xenófobas y autoritarias se instalen en países como esos, recordemos, siempre es el contagio.

Brexit o Bremain, las encuestas van parejas porque, para fortuna de muchos, el esfuerzo de cambiar lo que está mal en Bruselas, en el corazón de la Unión, vale mucho más que una salida a ciegas. Que el terrorismo es un asunto que deben resolver todos y no va a terminar con un supuesto cierre de fronteras. La isla británica jamás había estado tan conectada y con tantos ánimos de desconectarse.

Quizás el problema principal es que se ha olvidado que la Unión Europea nació principalente, como un instrumento no económico sino de paz en un continente que ha sido el protagonista principal de las dos únicas guerras mundiales que ha vivido y registrado el ser humano contemporáneo. Gracias a esa Unión de intereses el mundo ha vivido un progreso en los últimos 70 años como no lo había vivido antes. Recordar ese origen a un día de que pueda venirse abajo, no es sólo una cursilería nostálgica sino pragmatismo puro.

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