Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) el Producto Interno Bruto de México creció un 2.5% durante el año 2015. Pero a usted ¿qué tanto le afectó tal cifra en su vida cotidiana? Si la economía mejoró ¿debería ser más feliz?

De acuerdo al más reciente Informe Mundial sobre Felicidad, presentado apenas este mes de marzo por la Universidad de Columbia, nuestro país descendió al sitio 21 de un total de 156 naciones consideradas en el peculiar índice.

Al parecer, el tan famoso PIB -ese valor monetario de los bienes y servicios producidos por un país en un periodo determinado- no tiene ya relación con los bolsillos ni mucho menos con los sentimientos de todos nosotros, las personas de a pie.

De hecho, se supone que gran parte de la humanidad ha sido a través de las décadas un poco más rica y saludable, no obstante, esa riqueza ha llegado acompañada de malestar y descontento, según recuerda el periodista del Daily Telegraph, Edmund Conway.

“Durante los últimos cincuenta años, la población de las naciones ricas ha empezado a sentirse menos feliz”, es la sentencia. ¿Qué esperar de los mexicanos entonces? Los parámetros de medición del bienestar de una economía han cambiado de paradigma.

Un Kennedy lo previó: el PIB no lo mide todo

Si bien al paso de los siglos los economistas se han concentrado en números como indicadores del progreso, ya en el siglo XIX el padre del utilitarismo, Jeremy Bentham, había propuesto el objetivo de “la mayor felicidad para el mayor número”.

Para el siglo XX -año 1968, según recuerda el diario español El País- el senador Robert F. Kennedy pronunciaba el siguiente discurso:

“El PIB no tiene en cuenta la salud de nuestros niños, la calidad de su educación o el gozo que experimentan cuando juegan. No incluye la belleza de nuestra poesía ni la fuerza de nuestros matrimonios, la inteligencia del debate público o la integridad de nuestros funcionarios. No mide nuestro coraje, ni nuestra sabiduría, ni la devoción a nuestro país. Lo mide todo, en suma, salvo lo que hace que la vida merezca la pena”.

Aunque Robert sufrió el mismo trágico destino que su hermano John, presidente de Estados Unidos asesinado en 1963, tal parece que sus palabras hicieron eco en futuras investigaciones, tal como la encargada por el gobierno francés en el presente siglo, año 2008.

Según los resultados presentados por el mismísimo Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, el PIB se utiliza de forma errónea, más cuando aparece como medida de bienestar. Y pone de ejemplo cómo un mayor consumo de gasolina puede incrementar el Producto Interno Bruto, pero en detrimento del medio ambiente y la calidad de vida de la gente.

Bután, el país que mide su felicidad bruta

Como en cuento de hadas... había una vez un reino en Asia cuyas mediciones tradicionales indicaban un crecimiento lento de su economía. Pero en 1970, el rey apostó por una nueva política económica que de cuento pasó a realidad: la Felicidad Nacional Bruta.

¿Resultó o quedó en mera ocurrencia? Para 2007 fue la segunda economía con el más rápido crecimiento en el planeta, mientras que una encuesta arrojaba que sólo un 3% de la población admitía no sentirse contenta, según documenta Conway en su libro Cincuenta cosas que hay que saber sobre economía.

Se aplicaron medidas interesantes, tal como decretar que el 60% del territorio debía seguir cubierto de bosques, además de redistribuir el dinero de ricos a pobres. En contraste, fueron expulsados cientos de migrantes, una mancha en materia de derechos humanos.

De cualquier manera, el ejemplo de Bután ha motivado a otros gobiernos como el de Australia, Reino Unido y China a buscar un índice confiable a nivel internacional. El mejor intento ha sido el Índice del Planeta Feliz, de la New Economics Foundation, que trabaja con factores poco considerados como satisfacción subjetiva o esperanza vida.

Economía de la Felicidad: todo un campo de estudio

No es noticia que estudiantes de economía y hasta psicología ya se toman muy en serio la discusión del tema en sus respectivas universidades.

De hecho existen descubrimientos inquietantes, tal como el del británico Richard Layard: "una vez que el salario medio de una nación supera los 20 mil dólares, el aumento de ingresos vuelve más insatisfecha a la gente".

También hay críticas como la del semanario The Economist:

“La simple posibilidad de ver a políticos diciendo a la gente cómo son de felices es puramente orwelliana; otro peligro de la proliferación de indicadores es que supondría todo un regalo para grupos de interés, al dejarles elegir números que amplifiquen su miseria y así poder reivindicar una mayor porción de la tarta de la economía nacional".

De cualquier forma, hay base teórica para comprobar algo que, de alguna manera, ya todos sabíamos: el dinero y el consumo… no son la felicidad.

* Imagen: habitantes en la arquitectura de Bután, fotografiados por Reuters

cerovaro.finanzas@gmail.com

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