Aunque ambos términos son por completo distintos, confundir devaluación con depreciación ha provocado acaloradas discusiones que no ayudan mucho a aclarar si las recientes alzas del dólar nos afectarán o no en el largo plazo.

Es de comprender que tan sólo la palabra "devaluación" cause escalofríos a todos aquellos que vivieron (vivimos) los sexenios de José López Portillo, Miguel de la Madrid y Carlos Salinas. Porque "devaluar" era para el pueblo una señal de inflación, crisis y pobreza.

Hasta antes de los años 80, el tipo de cambio era fijo y se imponía por decreto, lo que sometía al peso al capricho y los intereses del presidente en turno. Como era de esperarse, esa paridad artificial tarde o temprano derivó en problemas económicos.

UN POCO DE HISTORIA...

Cuando a López Portillo se le desplomaron los precios del petróleo y la deuda externa resultaba impagable, fueron su orgullo y necedad los que se resistieron a corregir un tipo de cambio que ya no correspondía a la realidad. A regañadientes devaluó de 27 a 47 pesos por dólar, y luego hasta 70 pesos, tras nacionalizar la banca.

Posteriormente De la Madrid aplicaría una tipo de cambio semi controlado, estrategia que de todos modos no impidió que la moneda nacional alcanzara las 2,290 unidades por divisa gringa.

Luego llegó Salinas en medio del optimismo neoliberal tras el fin de la Unión Soviética. Si el estado benefactor parecía no funcionar, entonces debía aplicarse otra receta: libre comercio, privatizaciones y un nuevo esquema de paridad vía "bandas de flotación", pero aún con cierto control presidencial.

Quitarle tres ceros al "nuevo peso" facilitó a los mexicanos hacer cuentas y por momentos olvidamos los "miles" que valían por debajo del dólar. Lo volvimos a recordar con amargura cuando en 1994, en medio de homicidios políticos y ataques especulativos, mermaron las reservas internacionales que daban respaldo al peso.

Los ajustes al tipo de cambio otra vez no llegaron. Según recuerda el doctor en economía Enrique Cárdenas, se decidió "mantener el status quo" por el nuevo gobierno de Ernesto Zedillo. Sin embargo, la falta de divisas lo obligó a ajustar el dólar en 5.10 nuevos pesos, en realidad, más de 5 mil pesos por cada billete verde.

SE APRENDE LA LECCIÓN...

Desde esa última pesadilla, el tipo de cambio fijo y por decreto se dejó finalmente por la paz y se sustituyó por uno flotante, libre, sin decisiones arbitrarias y de acuerdo al mercado, esto es, bajo las leyes de la oferta y la demanda. Además se le dio autonomía al Banco de Mexico, que con subastas de divisas (atacar exceso de demanda con mayor oferta de dólares) evita ahora fuertes fluctuaciones de una moneda que todo el tiempo "flota" centavos para arriba y para abajo.

Es por ello que en los análisis sobre paridad de estos últimos meses se relacionan acontecimientos externos con los vaivenes del dólar: primero los bajos precios del petróleo, luego la recuperación económica de EU y más recientemente la crisis en Grecia, hechos que han depreciado (ya no devaluado) a nuestra moneda.

Porque como ya mencionamos, se devalúa (de golpe) un tipo de cambio fijo, mientras que se deprecia (según el mercado) un tipo de cambio flotante. Pero mezclar ambas palabras no sólo ha causado confusiones, sino argumentos tramposos a favor de unos y en contra de otros, pero que no están aportando mucho a la discusión.

LOS EXTREMOS NO AYUDAN...

Por un lado, se encuentran los que insisten en calificar el último máximo histórico del dólar ($16.60) como una devaluación (no una depreciación) planeada a modo de conspiración por el gobierno federal. Y por otro lado las autoridades (con razón) corrigen el término, aunque de paso aprovechan para inventar que las alzas son normales (por depender de lo que pasa allá afuera) y que no hay nada de que preocuparse.

En realidad ambas posturas son engañosas. Si bien el tipo de cambio ya no se fija según el humor del presidente en funciones, la población tiene todo el derecho de exigir políticas monetarias puntuales, precisamente para evitar que la volatilidad afecte al peso. Justo es la labor del gobernador de Banxico, Agustín Carstens, quien tiene la obligación de informarnos sobre las estrategias a seguir ante lo que pasa en el mundo.

Tampoco es correcto echarle la culpa de todo a los factores externos. Las promesas de crecimiento económico del 5% al final del sexenio ya no se cumplieron, y apenas la semana pasada la Ronda Uno no cumplió con las expectativas. Una moneda depende también de una economía fuerte, no sólo de su suerte con la oferta y la demanda.

Finalmente, si bien quedaron atrás las antiguas devaluaciones acompañadas con inflaciones de golpe, las depreciaciones constantes no están exentas de incrementos en los precios al consumidor, en parte porque resultan afectados los precios de los bienes y servicios importados, según reconoce el propio Banxico.

Así que discutir si la depreciación es en realidad una devaluación es un falso debate, porque esta última ya no existe y la primera es la que se está tomando a la ligera (como cuando se presume que el peso es el que menos se deprecia en el planeta). Las críticas y las preocupaciones deben mantenerse... lo que hace falta es redirigirlas.

* Imagen: alza del dólar en septiembre de 1976, fotografía digitalizada tomada del archivo de EL UNIVERSAL.

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