Sobre el mensaje de Trump a los chinos, sobre renuncias y censuras, y sobre erecciones que causan divorcios.

Cuando, entre las expectativas por la visita de Donald Trump a México, se barajó que éste quizá ofrecería una disculpa por los insultos y las amenazas que ya todos conocemos, una de mis primeras reacciones fue dudar al respecto, por supuesto, y después me pregunté: “¿Qué sigue?”, pensé, “¿qué ahora viaje a Lejano Oriente y se disculpe con los chinos, a los que, tiro por viaje, también ha ofendido (recordemos el famoso We want deal) y amenazado?”.

En distintos momentos Trump ha dicho que Estados Unidos se ha convertido en el hazmerreír de otros países, entre ellos, por supuesto, México, pero también China, Japón, Arabia Saudita: “China cree que somos los más tontos de la Tierra. Nos vende productos, sin impuestos, y manipulan la moneda, lo que nos impide competir. Los japoneses tienen el descaro de no aceptar nuestros alimentos, pero sí nos exportan millones de coches sin pagar un solo impuesto. . .”

La noche del miércoles, una fuente, que pidió permanecer anónima, me contactó para contarme que, mientras esa misma mañana jugaba golf, le compartió a sus compañeros de juego su teoría sobre la repudiada visita: a su juicio, Trump usaría a México como mero emisario, dado el viaje en puerta del presidente Peña a China para participar en la Cumbre del G-20 en Hangzhou. Entre quienes escucharon su conspiración se encontraba un funcionario de la Secretaría de Marina, mismo que le dio la razón y, no sólo eso, sino que lo llevó a entrevistarse directamente con el titular de la dependencia, ubicada en Villa Coapa. ¿Cuál era el mensaje a enviar? ¿Acercamiento o moderación aparentes? ¿Quizá el supuesto cambio de tono en Trump, supuestamente resultado de la visita, y del que alardeó Peña Nieto en la entrevista con Denisse Maerker? Si así fuera, ¿dónde quedan las reacciones de enojo e indignación entre la opinión pública? Fueron múltiples y provinieron de sectores y personajes muy diversos, incluso de aquellos que, quizá durante otras crisis, se habían mantenido sino solidarios al menos distantes y callados. Según esta fuente y según los funcionarios con los que se reunió, en política internacional “la forma es fondo” y el solo hecho de ser invitado (sea cual sea el origen de esa invitación, más allá de lo oficialmente dicho) y de haber sostenido un supuesto diálogo (independientemente de cuán falso y atropellado, amén del contraste entre aquello a lo que tuvimos acceso y lo que sucedió y se dijo a puerta cerrada) manda un mensaje que resultaría beneficioso, obviamente para Trump.

Y, bueno, además del episodio ya mencionado, esta semana tuvieron lugar varios sucesos que refuerzan la idea de “forma es fondo”. Uno de ellos es la renuncia de Nicolás Alvarado a la Dirección de TV UNAM. Una columna, que se ha leído de diversas maneras y por la que se le acusó de clasista e insensible ante los gustos populares, provocó una avalancha de reacciones: de la condena al improperio, al sentimiento colectivo de venganza y lero-lero, al uso de adjetivos mucho más insultantes que los que él utilizó en su texto anti-Juan Gabriel, a la exigencia de su cabeza (change.org), que ofreciera su renuncia y ésta fuera aceptada por el rector. Pero ahí no acaba la cosa. Ayer se dio a conocer que el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación solicitó medidas precautorias a Alvarado a propósito de lo dicho en su columna periodística, que podrían considerarse “clasistas y discriminatorias contrarias a la dignidad de las personas de la diversidad sexual”. Tanto los analistas Jesús Silva-Herzog Márquez como Raúl Trejo Delarbre repudiaron la iniciativa. Silva-Herzog dijo que las ideas se rebatían con ideas, no con censura, y exhortó a rechazar “enérgicamente” la intención de formar “una policía del pensamiento”. Trejo, por su parte, dijo que con esta medida CONAPRED se colocaba del lado de la intolerancia: “No necesitamos guardianes del pensamiento único”. La falta de sensibilidad es una cosa, la vigilancia minuciosa y extrema que apunta prohibir la expresión de ideas y opiniones, ya estamos en otro territorio.

La erección de Weiner es otro ejemplo de cuán fondo la forma puede ser. Al ex congresista demócrata Anthony Weiner de nuevo lo agarraron en la movida: después del escándalo de 2011, volvió a intercambiar textos candentes y a enviar fotos comprometedoras (en una de ellas, vemos parcialmente el cuerpo de Weiner en una cama. No está desnudo, pero sí en boxers que nos permiten descubrir su pene erecto. A su lado, duerme su pequeño hijo) a una mujer, que, al parecer, trabajaba en el equipo de Donald Trump. Esta vez, la esposa de Weiner, Huma Abedin, quien trabaja para Hillary Clinton, tuvo suficiente y anunció que se separaban. Hasta ahí todo va bien: es decir, me parece válido que cualquier persona decida terminar una relación porque la conducta de su pareja la hiere, insulta, molesta, ofende, humilla. . . No es algo que nadie tendría que padecer de por vida. Ahora bien, con lo que tengo problemas es con la reacción puritana con que, sobre todo los medios, se le van a Weiner. Como sucede en estos casos, la mayoría disfruta su recaída, pero hay otros más que se ponen a dar lecciones de moral: muy orgulloso de su pene, teniendo al bebé ahí, a un lado, a nadie le interesa verle el miembro. . .  y más frases de este tipo que me resultan hipócritas, o increíblemente ingenuas, porque hacen como si Weiner fuera el único hombre (casado o no, con o sin hijos) que disfruta intercambiar textos subidos de tono y fotos de su pene. Este discurso de exhibir, avergonzar y acusar hace que la gente se vaya a los extremos: alguien por ahí dijo que el caso de Weiner era un ejemplo de que las mujeres no querían ver fotos de penes, que era inútil enviarlas, que sólo el hombre las disfrutaba. Muchas veces puede ser así, en muchos casos, pero no siempre: ¿por qué generalizar? No podemos negar que Weiner fue fue descuidado. Que lo chamaquearon, de eso no hay duda. Que se pasó de lanza con la esposa, desde luego. Lo que no compro es que nos lo pinten como el Degenerado Número Uno, si acaso representa el escape a través del cual los demás expían sus culpas.

Google News

Noticias según tus intereses