Ante situaciones críticas, como la embestida del pasado domingo contra el magisterio y el pueblo en Nochixtlán, Oaxaca, me pregunto desde dónde nos hablan las autoridades: ¿desde la indiferencia o desde la desesperación?

Desde ambas, pero también desde la hipocresía.

En medio del duelo, la rabia y la indignación populares, el secretario de Educación Pública --que, en los hechos, se ha distinguido por un tantito de arrogancia y autoritarismo al cancelar el diálogo con el magisterio disidente-- celebra el pase de estafeta a la Secretaría de Gobernación y advierte que estará muy pendiente “dando seguimiento a los próximos acontecimientos”, desde sus atribuciones, “coadyuvando en todo lo que sea necesario para que este primer paso pueda continuar y se pueda encontrar una salida a este conflicto”.

¿Soy yo o todo esto suena verdaderamente hueco?

Resolver el conflicto, según sabemos, consiste en hacer valer la ley (del más fuerte: emboscadas, infiltrados, etc.) en aras de poner en chingamarcha la reforma educativa, que, al igual que el resto de reformas promulgadas durante este sexenio, se ofrece como panaceas y solución a los problemas de fondo: sólo a través del conocimiento y la excelencia académica el país saldrá del rezago. . .Perdón, pero el mismo argumento nos dieron en tiempos de la reforma energética, es decir, que nuestra superación o nuestra salvación dependen de que sumemos esfuerzos para vencer al enemigo en común, llámense los perezosos, revoltosos, reacios a modernizarse y dejarse calificar, y demás apelativos y argumentos con que se insiste en denigrar al gremio magisterial.

No en vano se ha dicho que la mal llamada Reforma Educativa es, en realidad, una Reforma Laboral del Magisterio que carece de suficiente debate e involucramiento por parte de académicos especializados y de los propios maestros en asuntos como: nuevos métodos didácticos o los cambios en la currícula de las escuelas normales, por ejemplo.

Con tal de evaluar su desempeño y con tal de que quienes sobrevivan sean los más capaces o los más convenientes o los menos problemáticos, tal parece que lo que menos importa es acercarse a conocer la realidad que enfrentan estos los maestros, conformada por elementos como los que señala Reyna Torres, de la Academia Hidalguense de Derechos Humanos, en la carta que dirige al Presidente de la República y al gobernador de Oaxaca:

-los grupos a los que enseñan son numerosos

-en su mayoría, dichos alumnos se encuentran mal alimentados o provienen de hogares disfuncionales

-las escuelas en las que trabajan carecen de servicios elementales

-en muchas ocasiones son amenazados u obligados a realizar dichas pruebas

-la serie de trámites y el papeleo, a lo que no están acostumbrados, afecta sus tiempos y su dedicación, y a veces esto les impide concluir los programas escolares

-y, ahora, además, temen por la pérdida de sus plazas y de los derechos adquiridos

¿Por qué a esta clase política le importa tan poco la gente? ¿Por qué, después de un abandono sistemático al gremio magisterial, de pronto se trata de aplicar modelos a rajatabla y exigirles que se pongan las pilas?

Ya hablamos de indiferencia y de desesperación. De bajeza e hipocresía o pusilanimidad a la hora de asumir los hechos y vaya forma de desmarcarse y desentenderse, una y otra vez.

Pero, amén de estas particularidades, que a muchos nos indignan y nos duelen, detengámonos en las falacias de los argumentos y discursos.

En la medida en que la reforma en turno se ofrece como el remedio a todos los males, de igual manera se nos presenta un falso dilema: elegir entre dicha reforma (que garantiza el despegue, el desarrollo, la entrada al primer mundo, como en su momento se sugirió que lo haría la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte) o persistir en el rezago, los modos primitivos y rebasados. Insisto, es un dilema falso porque limita las opciones a sólo dos: es la reforma o es el declive, cuando, en realidad, no son las únicas.

A esto hay que añadir otra falacia, aunque ésta sobre todo se hace presente en la cobertura sesgada que hacen ciertos medios de comunicación, a diferencia de nuestra clase política que, aunque no le ponga adjetivos, nada más hace de cuenta que no existe. Pero, bueno, este tipo de argumento se llama ad hominem y consiste en rechazar cualquier hecho o idea que provenga de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación por la sencilla razón de que, a sus ojos, ha sido un actor carente de legitimidad. De esta forma, deslegitimar y desprestigiar a este tipo de actores ha sido una campaña constante y de años. Al grado de que, cuando ocurren situaciones tan graves como la del pasado domingo en Oaxaca, nos encontramos con una parte de la opinión pública que reacciona con indiferencia, encono o violencia.

Muy atinada la pregunta que lanzó la politóloga Paola Villarreal en su cuenta de Twitter: ¿Cuántos de quiénes atacan a los maestros disidentes aceptarían trabajar en las condiciones en que ellos lo hacen?

Hay por ahí una propaganda oficial en la que nos comparten el testimonio de un hombre de origen humilde y escasos recursos que, a pesar de su situación y precisamente por sus “ganas de salir adelante”, llega a estudiar a Harvard. No niego que se trate de un caso ejemplar, no obstante, por otro lado, me parece parte de esta lectura de la pobreza como resultado de la falta de esfuerzo propio, del no echarle suficientes ganas. ¿Qué hay de las condiciones, de los privilegios, de las decisiones cupulares que, tiro por viaje, benefician a los que ya están bien colocados? Ya basta de desviar la discusión. La pobreza no es cuestión de actitud.

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