El Piojo Herrera fue víctima del “síndrome de la caja de cristal” y ni siquiera era político.

Realmente no fueron los malos resultados en la cancha de la selección nacional la gota que derramó el vaso y puso a este director técnico fuera del “TRI”.  Fue la difusión de un mal momento, en el cual él no se controló y agredió al comentarista de deportes de TV Azteca Christian Martinoli.

Éste es un caso claro de cómo ejercen las percepciones un alto impacto en la mente de la gente.

Los políticos, líderes sociales y en general todas las personas públicas están viviendo el influjo del “síndrome de la caja de cristal”, lo cual significa vivir continuamente bajo la mirada pública, tanto en la faceta de la actividad objeto de su liderazgo, como en la vida privada.

John Sewell, vocero de la Cámara de los Lores del Parlamento Inglés y jefe del comité de conducta y privilegios del Partido Laborista, fue descubierto el 26 de julio pasado consumiendo cocaína con dos prostitutas y el video dio la vuelta al mundo. Éste podría acabar con su carrera política. Por lo pronto se ha visto en la necesidad de renunciar a su cargo en el Parlamento.

Seguramente la moral de las personas poderosas, -o simplemente de quienes ejercen actividades públicas-, siempre ha permitido conductas como las que hoy cuestionamos. Sin embargo, lo que sí ha cambiado es el contexto y ello modifica radicalmente los riesgos de las personas públicas, que continuamente arriesgan su reputación, a partir de cualquier desliz o irresponsabilidad.

La difusión de la conversación telefónica de carácter privado sostenida por Lorenzo Córdoba, consejero presidente del INE con Edmundo Jacobo respecto de su reunión con el gobernador nacional de los pueblos y comunidades indígenas, Hipólito Arriaga Pote y el jefe supremo de la tribu chichimeca en Guanajuato, Mauricio Mata Soria, a quienes ironizó hacienda alusión a su origen étnico, da cuenta de este fenómeno actual.

Ésto significa que la reputación de una persona pública hoy se ha vuelto vulnerable si es descubierta en alguna conducta ilícita, no ética o simplemente cuestionable, ya sea en su vida privada o pública. Ésto obliga a la reflexión y nos lleva a considerar que debe haber un cambio radical en la conducta de quienes ejercen liderazgo público.

Primeramente deben estar conscientes de que su vida, -tanto pública como privada-, debe ser transparente, congruente e incuestionable, pues la tecnología de hoy permite intromisiones de terceros que pueden estar interesados en su descrédito.

Po tanto, podemos considerar que los valores morales y éticos de las personas públicas son su blindaje para la sobrevivencia de su liderazgo, pues ellos sustentan su credibilidad.

Google News

Noticias según tus intereses