La mañana se nos iba y la boda no tardaba en empezar. Me asomé para ver si Orlando estaba listo, si su traje había encajado en esos kilos de más y si su madre había sido informada de lo tarde que llegaríamos. Aparentemente era algo que ya esperaban de nosotros.

Yo no sé conducir, pero él se las arregló para culparme por la mala fluidez del tráfico. Llegamos a la boda para que todos nos saludaran con cara de estos chicos siempre llegan tarde y de estos chicos siempre llegan parte y a parte les encanta pensar que no están llegando tarde.

Era una de esas iglesias extrañas donde todo parecía católico pero no lo era. Todo era parte del ritual de toda la vida pero de otra forma. ¿Mormones?, no, ¿presbiterianos?, no... Me encontré a mi amigo Juan junto a los novios. ¿Anglicanos?, ¡yei! La novia era una pincelada blanca en los jardines que rodeaban la iglesia y el novio, el modelo de un smokin elegantísimo. Los abrazamos y preguntábamos en broma que por qué tan alterados. Victoria estaba nerviosa, Hernán, serio y preguntándose dónde estaban sus papás.

Caminé tomado del brazo de Orlando y a unos pasos del vestíbulo encontramos a la familia del novio. Estaban contentos, pese al papá, quien tenía los ojos rojizos, conteniendo las lágrimas con un pañuelo. Me dijo que no pensó que el día llegaría tan pronto: hacia unos pocos años su hijo se disfrazaba de Jimmy Page para las tocadas de la secundaria: “10 años nomás pasaron”. La mamá me preguntó dónde estaba la novia, la llevé del brazo y ella y Victoria se abrazaron. La suegra dio la bendición y dijo cosas que no alcancé a entender, susurradas al oído de la nuera. Victoria lloró y la abrazó fuerte. Y cuídense mucho, mija, fue lo último que escuché.

***

Cuando nos sentamos del lado de los familiares y amigos del novio encontramos a una señora con cara de pocos amigos que le decía a su compañera “cómo es posible, cómo permiten algo así”. La compañera le decía “¿pues se quieren, no?” Pero la señora gruñona no quitaba el dedo del renglón: para ella Dios no lo iba a aceptar, para ella esto era como hacer trampa, como casarse en las Vegas. Orlando se sentó junto a ella y le dio su clásica plática sobre la empatía. La señora se enojó y salió de la iglesia. Pregunté qué había pasado y Orlo no encontró muchas respuestas: lo mismo, no para todos Victoria era un ángel, “ya sabes, no ven cómo brilla hoy”. Me recargué en su hombro y le di un beso en la mejilla. Pensé, algo cursi, que la felicidad de los novios era la prueba máxima, ¿hacía falta más?

De pronto nos dimos cuenta que la ceremonia daba su inicio. El novio sacó sus votos y leyó: “Allá, mi amor, donde nos encontremos. Aunque los gritos se alcen a los lados, las armas a nuestros pies, las miradas a nuestras espaldas, siempre te amaré. Toda tú, como eres, estás conmigo y eres parte de mí”. La sacerdotisa dio pase a Victoria y ella sacó una hojita para leer: “Y donde tú sientas oscuridad, habrá mi mano que apretará la tuya, fuerte. Cada día, difícil o alegre, será una pieza más en la gran historia de nuestras vidas. Nosotros lo creemos: la vida se transforma, la historia cambia, pero el cariño, mi amor, sigue ahí”.

***

Llegamos a la fiesta y los novios partieron el pastel. Invitaron a mi amigo el rockero. Con 40 años encima y su peluca y sombrero de Slash nos sorprendió tocando un fragmento de November Rain y una de los Ángeles Azules. Los dos pares de suegros hablaron de fútbol y de la comida “que estaba rica” aunque el mixionte andaba un poco salado. Pasé al lado de su mesa y salí un momento buscando a Orlando. Salí a la acera y lo vi a una calle, conteniendo a la señora de la iglesia. Ella gritaba y sacudía el brazo mientras Orlando intentaba calmarla.

Me acerqué y oí el arguende, “es que no ves, no mames Orlando, ve, ve, ve, ¿ya viste? Eso Dios no lo va a perdonar”. La señora corrió hasta llegar el salón de fiestas y antes de entrar el padre de la novia la detuvo. “Pinche abominación, pinche abominación”, gritaba la histérica y entre dos amigas, Orlando, el suegro y yo la alejamos hasta que se marchó, no sin antes gritarle a la novia: “¡Pinche Victor, te vas a quemar en el infierno, tú y él, tú y él!” La alejamos y el padre de la novia no tuvo más opción que amenazar con llamar a la policía.

Volteamos a ver a los novios que estaban cerca, en la pista, y antes de que se cerrara el zaguán para evitar otro retorno indeseado, Victoria y Hernán se acercaron a nosotros. Con los brazos nos condujeron a la pista de baile y pidieron a Slash una canción lenta. Todos tomamos pareja, seguimos los pasos y vimos a los novios, felices, fuertes, abrazados en el centro de la pista del salón, un paso atrás, un paso adelante, abstraídos por la melodía, susurrándose algo que no pudimos oír. El cantante de la banda, para los últimos segundos de la pieza, regaló con una voz grave y blusera de la canción And I love her , mientras los novios se abrazaban fuerte, sin importar nada más. ¿Acaso el odio tenía cabida esa ocasión?

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