Ese eres tú esperando a que te responda la pregunta que le hiciste hace cinco minutos, otra vez. Detienes el móvil con la piel que va desde tu hombro hasta la oreja, mientras haces malabares para no tirar los vasos enjabonados y los platos llenos de grasa. Tu mejor amiga está al teléfono, y como buen mejor amigo que eres, la esperas en la línea hasta que termine de hacer lo “que está haciendo”.

Escuchas el chorro del agua que baja por la llave del fregadero y del otro lado de la bocina la misma cantaleta que has escuchado por más de cuarenta minutos, ahora el interlocutor de tu amiga es una mujer: “Buenas noches, señora Hernández, mi nombre es Valeria Quiroz y tendré el gusto de atenderla, ¿en qué puedo servirle?” Dos segundos después escuchas: “Muy bien señora Hernández, espere en línea tres minutos en lo que realizo la operación, no me cuelgue”.

“Ya estoy, ahora sí, sígueme contando. Te escucho.”…Valeria trabaja en un call center, su jornada dura cinco horas al día, cinco días a la semana, no le pagan días festivos y tiene un sueldo aproximado de $5,000 pesos al mes. Nada mal para el tiempo de trabajo, en su empleo anterior ganaba una cuarta parte más de lo que gana ahora pero tenía que estar sentada en la oficina seis días a la semana y la jornada era de ocho horas diarias. Prefiere darse el gusto de descansar los fines de semana. Aunque sus fines caigan en jueves. Además tiene prestaciones de ley, eso ya es “ganancia”.

“Oye, ésta señora se llama como tú, tiene los mismos apellidos y el mismo nombre.” Te dice Valeria sin dejar de teclear quien sabe qué datos en la computadora. Escuchas el ruido que generan las teclas y el mouse. “No es raro, comparto el apellido con otros 7 millones de mexicanos. Hernández es bien común. Pero equis, ya déjame contarte, ¿en qué me quedé?” Sacas el aire que te sobra en los pulmones y le ruegas a la vida que termine pronto la charla. “Este… me estabas diciendo que… este…. *sonido de teclas y clics persistentes* este… Oye Ricardo, ¿me pasas la libreta de precios?, ¡ay!, perdón, Ricardo es mi subdirector. Deja le hablo, no me escuchó. No me cuelgues, ¡eh!”

¡Carajo! Tú sigues con la tarea titánica que implica lavar los trastes con el cuello chueco y una mano sosteniendo el teléfono cuando el hombro no es suficiente. Suspiras. Miras el reloj, te secas las manos y vas por los auriculares. Será más fácil así, porque parece que esta conversación va para largo.

¨ ¡Plánchate la oreja!” te grita uno de tus roomies que sabe que llevas casi una hora en el teléfono. Regresas a la cocina, los trastes todavía te esperan. Valeria se dirige a ti otra vez, ahora con insistencia. “Te hablo, ¿ya no me escuchas o qué?”, “No, si sí te oigo, fui por los manos libres, es que estoy…”. “Espérame… señora Hernández, ya está el registro en su cuenta…” A este paso, no terminarás nunca. Procedes a secar los trastes y a colocarlos cuidadosamente en su lugar. Media hora más tarde te atreves a abrir la boca y le sueltas: “Vale, ¿por qué no mejor platicamos cuando te vea? Además tengo correos por enviar”. “¡No, ya casi termino, espérate”, te responde.

Otra decena de llamadas después, Valeria por fin se toma un descanso del teléfono de la oficina y sale a fumar un cigarrillo. Tú te enteras porque aún no se han colgado. “La verdad preferiría hacer cualquier otra cosa, pero necesito el dinero.”. Te cuenta entonces que en su piso hay otros cuatro empleados entre 19 y 21 años, además hay una joven de 14 años que también trabaja ahí. “Le pidieron una carta firmada por sus papás, ya ves, sí es algo formal”.

Se estima que de cada 100 personas que trabajan en el sector de servicios, una trabaja en un centro de llamadas.

Valeria consiguió su empleo en , le interesó porque es un empleo de medio tiempo, y puede así continuar estudiando por las mañanas. “Deberías trabajar conmigo, así ya no te molestaría”, se ríe. Tú avientas el cuerpo sobre la cama y la escuchas hablar. Parece que por fin podrán terminar su conversación…

“Es bien raro, creo que ya tengo celos”, le dices, “acabo de notar que hablas más con quien sabe cuántas personas al día que conmigo.”

“No chilles, te vas a enojar más ahora que escuches lo que te voy a decir”. “¿Qué pasó?” Preguntas con preocupación. “Ya no recuerdo qué me estabas contando…”

Ese eres tú decepcionado por tu mejor amiga. Otra vez.

Frida Sánchez, Facultad de Estudios Superiores Aragón, UNAM

@frida_san24

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