Sobreviví al golpe del hombre más fuerte del mundo.

Era él, rapado y de mameluco amarillo. Botas rojas, capa blanca, la mano derecha envuelta en un paliacate. Un friki atípico, agresivo, parado del otro lado del andén, con los ojos de huevo puestos sobre nosotros. Estación: Bellas Artes.

Fue mi hermana quien le aventó una primera mirada aguda, mientras yo contenía con una franela las gotitas de sangre que salían de mi frente. Pensé: qué anormal ese cosplay de Saitama, vengativo e inexpresivo. Igualmente anormal que el brasier de pokébola que compramos esa tarde en la Friki Plaza (para una despedida de soltera).

El contrincante amarillo era Saitama: el ser humano más fuerte del universo, protagonista del anime One Punch Man. En otras partes del metro había también un Gandalf chaparro, un Deadpool con voz femenina y un motociclista carmesí de Akira intentando fumar a escondidas. El vagón naranja del metro se atravesó en el duelo de miradas con el tipo del mameluco, lo suficiente para que mi hermana y yo emprendiéramos la huida. Un shinigami en las escaleras eléctricas, un Hellsing en la taquilla y un Spartan de cartón en la salida.

Igual al avanzar unos metros y caminar hacia Tacuba detectamos al enemigo. Cerramos los puños, intimidantes, pero el tipo persistía. Una cabeza mal rapada, de reclusorio, y una panza chelera y suaderística (como la mía, pero más grande). Nos detuvimos y lo encaramos. ¿Se te perdió algo rey?, gritó mi hermana. Nos miró con sus ojos rojos, tenía respiración acelerada. Saitama es super héroe, no le pega a los civiles, le argumenté.

Pero hubo el primer empujón de advertencia y algo que dijo en mi cabeza: ¡Es hora del duelo!

Igual ya nos habíamos peleado en la Friki Plaza, pero en el cubo de la escalera del tercer piso; en las dos peleas él soltó el primer golpe, en la primera acertó, en la segunda tardó dos golpes más, en la primera me sacó el aire y disparó el siguiente a mi frente, en la segunda apuntó más abajo y me pegó en el ojo izquierdo, en la primera se le había fracturado la mano frente al hueso de mi cabeza, en la segunda me pegó con la izquierda y me dejó un moretón. En la primera me acobardé, en la segunda me aventé mareado hacia él.

En la primera mi hermana y yo aprovechamos el escándalo y bajamos varios pisos entre canciones de K-Pop y muñecos de Full Metal Alchemist, salimos a la calle y llegamos a República del Salvador, donde un amigo me preguntó por qué estaba sangrando de la frente, “porque me dieron con un anillo”, le dije, y después los tres terminamos frente al espejo, viendo la marquita roja que no dejaba de sangrar, “¿qué forma tiene?”, me preguntó el compa, “creo que de la aldea de Naruto, pero no estoy muy seguro, ya se deformó”.

En la segunda pelea Saitama me recibió el golpe borracho, me empujó hacia un lado y se subió a mi estómago. Mi hermana gritó para que se me quitara de encima, y yo esperaba el siguiente golpe en la cara; me soltó uno, dos, y luego un tercero que se estampó en el cemento.

No importó, pues en el acto ese Saitama grifo preparó el siguiente golpe. Pero antes de acertar recibió una patada en las costillas. Mi hermana lo encaró, él se echó encima y ella le pegó un golpe ascendente hacia la nariz. Saitama se agarró el rostro y cuando volteó (suponemos) ya no nos encontró. Estábamos ya rumbo a Pantitlán, con mi cara roja y mi hermana con mocos y sangre ajenos en la base de la mano, “asco”, protestó. Yo me quedé callado e intenté respirar más tranquilo.

Mi hermana me vio achicopalado y me preguntó si ella ahora podía declararse más fuerte que Gokú. Yo le dije algo poco articulado sin mucho sentido, por el mareo y la hinchazón expandida sobre mis labios. Igual después ella se declaró, por siempre y más allá de los universos mangacas, como la persona más fuerte sobre la tierra.


Por Miguel Ángel Tepoxteco Rodríguez. Colaborador del suplemento cultural Confabulario. También escribe en Picnic, We're, ContratiempoMx y Altres Costa-Amic.

Ilustrador: Mauricio Delgado
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