Quien no ha olvidado su celular en casa, poco sabrá del significado de la palabra ansiedad. Prefiero mil veces que no me llame mi novio en todo el día o que me deje en visto los mensajes de Whatsapp. Todo me genera menos angustia que no tener el móvil cerca.

Mi padre cree que mi teléfono se ha vuelto una extensión de mi mano. Dice que de un tiempo para acá me creció el brazo. Ese hombre odia mi dispositivo electrónico y no disimula para hacérmelo notar. Pero, ¿qué se puede esperar de alguien que odia los Iphone, siempre saca fotos movidas, y pide ayuda para enviar un correo electrónico?

Durante las comidas, mi padre me pide que le pase el salero para poder distraerme y arrebatarme el móvil. Después de argumentar que mi trabajo lo requiere, me lo devuelve a regañadientes. “Como si fueras a perder el negocio de tu vida por no contestar”, me reclama.

De pronto le ha dado por llamarme nomofóbica. De cariño, según él, me dice “la nomo”. El término proviene del anglicismo “no mobile phone phobia”, referente al miedo a quedarse sin celular.

Un estudio realizado por Digital Lab, indicó que 82% de las mujeres y 70% de los hombres sufren estrés y ansiedad cuando no pueden ingresar a la red o cuando olvidan sus teléfonos.

Mi adicción ha llegado al grado de confundir cualquier sonido con la vibración de mi celular. Ahora parece que hasta a mi papá le sucede. “Otra vez te están hablando tus amiguitos imaginarios”, me dice burlándose. Pero últimamente le pasa como a mí, y lo que escuchó es un auto arrancando.

Eso sí, se queja amargamente de cómo detecto las mínimas vibraciones por las tardes, pero en la mañana no hay alarma que me despierte. Le enfurece, de sobremanera, cuando me llama y no le contesto. Me acusa de mentirosa si digo que no lo escuché.

El problema empezó a agravarse, cuando además de mi padre, mis amigos y mi novio empezaron a quejarse porque no les presto atención por estar revisando el teléfono.

Un amigo me sugirió que bajara una aplicación llamada Checky, que me dice cuántas veces reviso el celular. El primer día que la utilicé el resultado fue de 110 veces en 24 horas. De acuerdo con The TomiAhonen Almanac, un usuario medio consulta su smartphone más de cien veces al día.

Cuando le conté a mi padre que estaba intentando disminuir la periodicidad con la que uso mi teléfono, incluso me felicitó; pero al explicarle que todo era gracias a una App que instalé en mi celular se decepcionó mucho. “No tienes remedio, nomo”.

A todo esto, lector, usted se preguntará, ¿cómo una adicta al teléfono olvidó su celular en casa? Bueno, pues fue culpa de mi padre, quien decidió esconderlo para demostrarme la ineficiencia de mi aplicación. Como se me hacía tarde para llegar al trabajo, no tuve más remedio que salirme sin mi smartphone.


Por Isis M. García Martínez
Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM. 

Ilustrador. Elihu Shark-o Galaviz 

ponteyolo@gmail.com

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