Los 49 rostros desfigurados por los golpes o calcinados de las personas que perdieron la vida durante la riña que ocurrió el pasado 11 de febrero en el Centro de Readaptación Social (Cereso) de Topo Chico son nuestros propios rostros, que nos recuerdan la violencia a la cual nos hemos acostumbrado. Son los semblantes de víctimas-victimarios que han jugado un papel primordial en la crisis de seguridad que enfrentamos en México, ya sea porque algunos de ellos fueron autores de algún delito o porque se encuentran purgando una pena por un ilícito que no cometieron. Este fue el caso de al menos una de las personas asesinadas durante la riña, un joven que fue detenido por integrantes del ejército mientras caminaba tras salir de la prepa y quien enfrentaba una pena por un delito que no había cometido: narcomenudeo. De acuerdo con lo que relata en Facebook una mujer que trabajó un tiempo en el penal de Topo Chico, se trataba de un joven que aparentemente recibió la muerte como un regalo pues ya se encontraba cansado no de los golpes, ya que su madre pagaba religiosamente su protección, sino de los abusos y atrocidades que presenciaba.

Después de lo sucedido, diversos especialistas expresaron que esta era una desgracia anunciada desde hace varios años y que no debía sorprendernos. Mencionaron que esto resultaba más que previsible luego de que la situación de este penal fue denunciada durante años por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH). Asimismo, han hecho referencia a la urgencia de que se apruebe el proyecto de la Ley Nacional de Ejecución Penal que está siendo discutido en el Senado de la República. Este último llamado podría parecer una gran broma, sobre todo si se toma en consideración que ha sido un gran pendiente desde la administración del ex presidente Calderón, fundamentalmente luego de la reforma constitucional de 2008.

¿Acaso no han transcurrido suficientes acontecimientos violentos y muestras de horror no solo al interior de Topo Chico sino del resto de los penales para que nuestras autoridades consideren el sistema penitenciario como una prioridad? Para contestar esta pregunta simplemente quiero retomar una investigación periodística que fue publicada la semana pasada respecto a determinadas actividades del grupo delictivo de Los Zetas en Coahuila. Se trata de una nota en la que se dio a conocer el control que la organización delincuencial tenía sobre el Cereso de Piedras Negras, a tal punto que fue convertido en un crematorio donde fueron incineradas más de 150 personas. “Dentro de la cárcel, carniceros de Los Zetas desmembraron los cuerpos de los hombres, mujeres y niños que habían sido secuestrados. Las partes humanas fueron colocadas en tambos de 200 litros llenos de diesel y luego se les prendió fuego. Después de varias horas, la mayor parte de los restos humanos desaparecieron” [1]. Esto aparentemente sucedió entre 2011 y 2012 y tuvieron conocimiento de ello las autoridades locales, sin que hicieran algo al respecto.

Si continuáramos enlistando los terribles acontecimientos que ocurren al interior de los centros penitenciarios, entenderíamos a la perfección por qué la muerte pareciera que fue un regalo para el joven inocente que murió en la riña que ocurrió hace unos días en Topo Chico. Se trata de una cotidianeidad dolorosa que no tiene justificación alguna, una realidad que extralimita la violencia de manera sistemática entre el olvido y el silencio de la sociedad.

No sólo las autoridades son responsables de la situación del sistema penitenciario en nuestro país, cada uno de nosotros jugamos un papel fundamental. Esto se debe a que a pesar de que sabemos sobre la dolorosa cotidianeidad, simple y sencillamente optamos por callar y olvidar hasta que un nuevo hecho violento o un multihomicidio en cualquiera de los penales vuelva a sorprendernos. Asimismo hay que considerar que debido a la crisis de seguridad humana que enfrentamos y, hay un sector de la población a la que estos 49 homicidios no le han pesado en lo absoluto ya sea porque han sido víctimas (directas o indirectas) de algún hecho delictivo o bien por la noción de castigo que tienen.

Considero que estos escenarios requieren al menos un par de reflexiones, en el sentido del sistema penitenciario que hemos construido y respecto al papel que jugamos en la reproducción de hechos violentos a partir de la normalización de los mismos. Para la primera de ellas, es importante retomar lo planteado por David Garland en su obra Castigo y sociedad moderna, un estudio de teoría social en relación con el papel que juega la cultura para determinar interna y externamente las formas distintivas de la penalidad. Esto significa que la cultura de una sociedad es un factor primordial para definir lo que es o no tolerable como sanción penal. En este aspecto, no solo hay que considerar la privación de la libertad sino la serie de vejaciones que se cometen en los centros penitenciarios.

Bajo cualquiera de los escenarios, nosotros somos más que testigos del horror y la violencia pues somos partícipes. Ante dicha situación, me parece fundamental retomar lo planteado por Adriana Cavarero en su obra Horrorismo. Nombrando la violencia contemporánea respecto a que la normalidad de la muerte sustenta la condición de víctima, en el sentido de que dicha normalidad implica cierta aleatoriedad que hace que las muertes violentas sean intercambiables. A partir de dicha perspectiva, aparentemente en términos sociales ya da lo mismo quién haya sido la víctima de cualquier hecho violento, finalmente ya es algo normal.

Los 49 rostros desfigurados por los golpes o calcinados de las personas que perdieron la vida durante la riña que ocurrió el pasado 11 de febrero en el Centro de Readaptación Social (Cereso) de Topo Chico son nuestros propios rostros, aunque no queramos reconocerlos frente al espejo. Son los semblantes que ha esculpido la violencia que ha sido ejercida por más de una década. Cada homicidio que ha ocurrido representa la muerte de un pequeño fragmento de nosotros mismos.

Doria del Mar Vélez Salas

Directora de Investigación

@Dorsvel @ObsNalCiudadano


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[1] Redacción. (2016, 11 de febrero de) “Los hornos crematorios de Los Zetas en la prisión” en Sin Embargo Obtenido de: 

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