Pareciera haber varias clases o categorías de ataques terroristas. En una de ellas, las programaciones se interrumpen, las redes sociales se vuelcan sobre los sucesos, las primeras planas se inundan, las televisoras narran los hechos casi en vivo. Así ocurre cuando un atentado lastima las calles, aeropuertos o estaciones de metro o tren de alguna capital europea, un maratón en Boston o una festividad en California. El otro terrorismo, sin embargo, uno que es aparentemente más silencioso, ocurre cada semana. Decenas de miles de personas mueren por año víctimas de atentados que no alcanzan a jalar el foco de los medios, o al menos los medios occidentales, de igual manera. El Instituto para la Economía y la Paz estima que alrededor de 80% de las muertes por terrorismo en el planeta, se concentran en solamente cinco países: Irak, Afganistán, Pakistán, Nigeria y Siria. Así, pocos días después de los lamentables atentados que sacudieron a la capital belga, ocurren ataques terroristas en Irak, o como el día de ayer en Lahore, Pakistán, de los cuales pocas personas en países como el nuestro se enteran. Solo en este año, Turquía ha sido víctima de cuatro terribles ataques terroristas y ninguno de ellos obtuvo ni cerca, la cobertura que obtuvo Bruselas. Es más, a pesar de que hoy se le está tratando de dar cierta cobertura al último atentado en Pakistán, en mis propias bases de datos, que son incompletas, tengo registrados ya otros ocho ataques terroristas en ese país en lo que va del año, de los que casi ni se habló. Estos hechos revelan varios fenómenos vez, puesto que, aunque podríamos pensar que el terrorismo es unos solo, en realidad la investigación detecta importantes diferencias entre el terrorismo que ocurre en países industrializados y el terrorismo que ocurre en países no industrializados, en donde se perpetra la grandísima mayoría de atentados. Hoy en el blog, revisamos estas diferencias, tanto desde lo mediático, como desde lo estructural.

Terrorismo: guerra psicológica

Como ya lo he explicado acá, el terrorismo es una estrategia de combate o guerra esencialmente psicológica que utiliza la violencia material –y consecuentemente a las lamentables víctimas directas- solo como instrumentos para producir efectos psicosociales en terceros, tales como el terror, la desesperanza y el sentimiento de vulnerabilidad, y así, canalizar mensajes o reivindicaciones a través de esas emociones colectivas.

Por consiguiente, el tamaño o la eficacia de un acto terrorista no son medidos en términos del daño material causado o de cuantas muertes generan (lamentables todas y cada una de las víctimas sin importar quienes sean, cuál sea su origen ni donde se encuentren). La eficacia de un atentado terrorista tiene que ver en esencia con factores como: ¿Qué tantos efectos psicosociales produce el acto y en qué cantidad de población los produce? Lo que nos lleva a una variable adicional a considerar: ¿Qué tanto impacto mediático –y hoy también habría que agregar, en redes sociales- consigue un atentado terrorista –al margen del número u origen de las personas tristemente muertas o el daño material causado?

Vulnerabilidad

Esto se relaciona principalmente con lo siguiente: el efecto psicológico más importante de un ataque terrorista es que produce en amplísimas audiencias un sentimiento de vulnerabilidad. Es decir, a partir del ataque, es inevitable que por nuestras cabezas cruce la idea de “Esto pudo pasarle a cualquiera y, por lo tanto, también podía haberme pasado a mí”. Por consiguiente, nos convertimos o nos percibimos como víctimas potenciales de ataques de esta índole.

Vulnerabilidad por efecto geográfico

La investigación especializada normalmente demostraba que este sentimiento de vulnerabilidad se presentaba en mayor grado a través de círculos concéntricos. Entre más cerca nos encontramos geográficamente de la ubicación de los actos terroristas, la sensación de percibirnos como víctimas potenciales, aumentaba. Este tema, podríamos decir, sigue siendo tan válido como siempre para las poblaciones directamente afectadas sin importar si estas se ubican en Pakistán, Turquía o Bélgica. Por ello, sería impreciso decir que debido a una relativamente baja cobertura en medios occidentales o globales, ataques como el de Pakistán de ayer, o las decenas de ataques que ocurren en países como Nigeria, Somalia o Irak, son ineficaces. Al contrario, son tan eficaces que se siguen repitiendo y su uso se mantiene en dramático aumento.

Vulnerabilidad por efectos psicológicos

De manera adicional a los factores geográficos, la globalización económica, política, cultural y podríamos decir mediática -lo que ahora incluye redes sociales- contribuyen al desencadenamiento de otro fenómeno: la expansión del sentimiento de vulnerabilidad y de la autopercepción como víctimas potenciales, mucho más allá de las zonas geográficas directamente afectadas. No en todos los casos, pero sí en muchos.

Tomo un caso extremo solo para ejemplificar: Los ataques del 11 de septiembre del 2001 produjeron temores a subirse en avión en muchísimos pasajeros de sitios completamente lejanos a Nueva York o a Estados Unidos, o incluso en ciudadanos de países que no tienen nada que ver con Medio Oriente o que no se relacionan con los conflictos de aquella región. Esto se repite cuando por ejemplo se atacan sitios donde hay turistas extranjeros, o un maratón como el de Boston, en el que, en el caso nuestro, había decenas de corredores mexicanos. Normalmente, no siempre pero sí normalmente, lo que jala nuestra atención como audiencias es más ese miedo o efecto psicológico, y menos la concientización de que hay otras personas en peligro o sufriendo. Muchos medios reaccionan a ello y cubren lo que resulta más llamativo para sus audiencias.

Otros ataques simplemente no nos generan a todas las audiencias el mismo efecto de shock o estrés colectivo. Si acaso la nota es emitida y llegamos a leerla o a verla, quizás terminamos horrorizándonos solo por unos instantes, para pasar a otras cosas que percibimos como asuntos de mayor interés, impacto o efecto cercano.

Habituación

Hay un factor adicional: la cuestión de la peligrosa habituación. Hace un tiempo calculé que en Irak durante 2013 y 2014 se efectuaba un ataque terrorista cada tercer día. Y en Afganistán y Pakistán uno cada semana. Hablando solo de Pakistán, este año mis propias bases de datos (que son incompletas) contabilizan ya 9 atentados en menos de tres meses. Tristemente, nos acostumbramos. Nos dejan de funcionar como “noticias”. Ya no nos son “novedad”. Nos cansamos y dejamos de interesarnos. Eso, por supuesto, conlleva muchos riesgos como lo son la falta de conciencia de eventos que tienen lugar ante nuestros propios ojos, o la falta de empatía. Pero también incluye otro riesgo: muchos grupos terroristas se van dando cuenta de que, si como parte de sus estrategias se encuentra la de llamar la atención de las audiencias de potencias y de medios globales, es necesario efectuar ataques en contra de turistas, en contra de ciudadanos extranjeros, o bien, perpetrar masacres de tamaños tales que sí consigan reflectores.

El control de la narrativa

También juega un importante papel la guerra por el control narrativo. En este tema, grupos como ISIS son mucho más diestros que otros como por ejemplo los talibanes afganos o paquistaníes, o como Al Shabab en Somalia. ISIS comete atentados en momentos precisos, en ubicaciones precisas y contra víctimas cuidadosamente seleccionadas, para generar los efectos que busca generar y para posicionar los temas en la agenda que desea posicionar. Atacar el corazón de la Unión Europea en la estación de metro vecina a muchas de sus oficinas no es producto de la casualidad, lo que por supuesto generará mayor atracción de medios europeos y estadounidenses que un ataque en un poblado nigeriano.

Pero esto también puede funcionar al revés. El control y manejo de la información no se encuentran exentos de agendas e intereses diversos. Para ciertos actores, muchas veces funciona el empujar ciertos ataques terroristas más que otros. Por ejemplo, si dentro del interés de la administración en turno se encuentra intervenir o invadir cierto territorio, es posible que funcionarios clave emitan declaraciones al respecto de determinados atentados, argumentando el peligro que los grupos perpetradores representan. O al revés, si cierto tema o cierto sitio no son prioritarios en la agenda política y, por lo tanto, es preferible que algún ataque terrorista reciba una menor cobertura, entonces los actores políticos pueden, estratégicamente, callar.

Un caso reciente lo tenemos justamente en la cuestión de ISIS. Hasta junio del 2014, este grupo sí recibía cobertura, pero poca. Su protagonismo fue creciendo no solo con sus ofensivas, sino con la decisión estratégica por parte de Obama de liderar una coalición internacional para atacarle. A partir de ese punto, ISIS sustituye a Al Qaeda como “el mayor riesgo a la seguridad estadounidense” y, por ende, en aquél país donde durante 2011, 2012 o 2013, los ataques terroristas recibían muy poco espacio en medios –Irak- ahora si el autor es ISIS, la cobertura es mucho más amplia.

Dos clases de terrorismo: motores distintos

Al margen de lo mediático, se encuentra la necesidad de distinguir las diferencias entre ataques terroristas de muy diversa naturaleza:

  • Las últimas investigaciones relativas al terrorismo reflejan que existen causas estructurales distintas para la actividad terrorista en países industrializados (como los recientes ataques en Bélgica o antes en Francia), que, en las zonas nucleares, los sitios donde los actos terroristas son cometidos mucho más frecuentemente.
  • En países industrializados la investigación más actual refleja que el terrorismo se correlaciona con factores socioeconómicos como la pobreza, la marginación, la exclusión y la criminalidad. Es decir, la mayor parte (aunque no todos) de los atacantes terroristas en países como Francia o Bélgica surgen de zonas marginadas de estas ciudades. Lo que yo he explicado anteriormente es que no se trata tanto de dichas condiciones materiales de pobreza, marginación o exclusión, sino de la percepción que el potencial atacante terrorista tiene de esas condiciones materiales (Moghaddam, 2007). De modo que no todas las personas que proceden de comunidades de inmigrantes y se encuentran viviendo en pobreza o tienen falta de acceso a oportunidades se convierten en terroristas. Pero sí significa que es dentro de esas comunidades que los reclutadores encuentran su mayor caldo de cultivo, detectan potenciales miembros para sus organizaciones, y les ofrecen el camino para hacer que su vida “tenga sentido”.
  • La historia en las zonas donde los grandes grupos terroristas tienen sus núcleos –países como Irak, Siria, Afganistán, Pakistán, o más recientemente Yemen o Libia- es distinta. En dichos países la actividad terrorista se correlaciona con la inestabilidad, la falta de paz (revise usted estos indicadores en países como Irak, Siria, Afganistán o Pakistán, por ejemplo), la violencia perpetrada por los gobiernos locales y la existencia de crimen organizado, entre otros factores.
  • Lo que estamos viendo, sin embargo, es que existe una vinculación entre lo que sucede en dichas zonas nucleares y lo que acontece en países industrializados. Las grandes redes terroristas (como Al Qaeda o ISIS) son capaces de conectarse con potenciales reclutadores y reclutas que emergen de sociedades como las europeas, atraen combatientes, los entrenan, y los regresan a sus sitios de origen donde tras un determinado tiempo, dichos atacantes cumplen con su misión.

En suma, no hay un solo terrorismo. Hay muchos. Tanto desde los factores estructurales que subyacen a esta clase de violencia, como desde los efectos mediáticos y psicológicos que producen. Por lo tanto, es necesario complejizar nuestro entendimiento del fenómeno, estudiarlo mucho mejor, y producir respuestas más eficaces para evitar que siga creciendo como hasta ahora lo ha hecho.

¿Usted qué piensa?

Twitter: @maurimm

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