Creo que debería existir algo parecido a la vergüenza corporativa. Si bien un objetivo de la iniciativa privada debe ser generar utilidades suficientes para mejorar el nivel de vida de sus colaboradores, empleados, accionistas, proveedores y comunidades en donde operan, los límites de las corporaciones podrían ir un poco más allá de la responsabilidad social (que siempre merece un reconocimiento) en momentos en los que se requieren códigos nuevos ante el retroceso mundial del que somos testigos.

Tomemos un ejemplo curioso, para no darle otro calificativo, en el número de empresas que manifestaron su interés en construir un absurdo muro en la frontera entre Estados Unidos y México. Algunas con una historia importante en México. Nadie está peleado con el negocio, pero ¿participar en una idea tan necia como ésta, sólo por aprovechar una oportunidad?

Además, es inútil. El muro ya se encuentra ahí. Con los simples datos de llegadas de posibles migrantes sin documentos, es claro que se corrió la voz desde noviembre pasado. El aumento de envíos de remesas a México y América del Sur (por si acaso) y la reducción en los arribos, que se suman al terror por las deportaciones, se comprueba la creación de la pared invisible prometida en campaña.

En un excelente artículo publicado en The Washington Post, Marc Fisher analiza el lenguaje del nuevo presidente de los Estados Unidos y la forma en que su equipo más cercano busca usar las palabras para eliminar el estatus quo o al menos dar esa impresión.

El lenguaje es una herramienta poderosa. Para bien o para mal, es la única habilidad que nos permite explicarnos, y tratar de explicar a otros, lo que sucede. Es la forma en que podemos descifrar las imágenes y los gestos. Es el cimiento de nuestra inteligencia como especie.

Tal vez por eso los diplomáticos son tan cuidadosos en sus expresiones. Los políticos tratan de hacer lo mismo, aunque cada vez con menos éxito. En la era de la comunicación instantánea, nadie está a salvo de condenarse por medio de sus propias palabras.

Pero hablar sin preocupación tiene su riesgo. Al principio puede parecer original decir lo primero que se te ocurre, hasta que llega la hora en que debes respaldar tus dichos con hechos. Ese será el reto que tendrán del otro lado de esta eficiente (por el momento) pared hecha de ladrillos de retórica y de miedo. De este lado, aún falta dar respuestas claras, con volumen y bien articuladas, porque tan malo es hablar sin pensar en las consecuencias como quedarse callado ante la tormenta.

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