Foto: Meyndert Hobbema, Molino de agua

Como suele hacerlo el Papa cada año, en ocasión de la memoria de san Francisco de Sales ha sido hecho público su mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. La relevancia de los medios tecnológicos que han vuelto “capilar” el intercambio de la información, reclama una reflexión ética sobre los mismos. En nuestro propio contexto, basta considerar el lugar que han tenido en el trágico y muy lamentable hecho en la escuela de Monterrey, o en el juego político de las más altas dimensiones de nuestros vecinos del norte.

“Nuestros padres en la fe –dice Francisco citando a Casiano el Romano– ya hablaban de la mente humana como de una piedra de molino que, movida por el agua, no se puede detener. Sin embargo, quien se encarga del molino tiene la posibilidad de decidir si moler trigo o cizaña. La mente del hombre está siempre en acción y no puede dejar de ‘moler’ lo que recibe, pero está en nosotros decidir qué material le ofrecemos”.

El Papa sentencia que es necesario promover una comunicación constructiva, que rechace los prejuicios y “fomente una cultura del encuentro que ayude a mirar la realidad con auténtica confianza”. Hace falta “romper el círculo vicioso de la angustia y frenar la espiral del miedo, fruto de esa costumbre de centrarse en las ‘malas noticias’ (guerras, terrorismo, escándalos y cualquier tipo de frustración en el acontecer humano). Ciertamente, no se trata de favorecer una desinformación en la que se ignore el drama del sufrimiento, ni de caer en un optimismo ingenuo que no se deja afectar por el escándalo del mal”. El Papa, por el contrario, quisiera “que todos tratemos de superar ese sentimiento de disgusto y de resignación que con frecuencia se apodera de nosotros, arrojándonos en la apatía, generando miedos o dándonos la impresión de que no se puede frenar el mal. Además, en un sistema comunicativo donde reina la lógica según la cual para que una noticia buena ha de causar un impacto, y donde fácilmente se hace espectáculo del drama del dolor y del misterio del mal, se puede caer en la tentación de adormecer la propia conciencia o de caer en la desesperación”.

La perspectiva creyente se nutre de la certeza del Evangelio como Buena Noticia, y de la idea de que las semillas del Reino actúan discretamente en la historia, entendida como plan de salvación. La confianza que brota de la fe permite trabajar “con la convicción de que es posible descubrir e iluminar la buena noticia presente en la realidad de cada historia y en el rostro de cada persona. Quien se deja guiar con fe por el Espíritu Santo es capaz de discernir en cada acontecimiento lo que ocurre entre Dios y la humanidad, reconociendo cómo él mismo, en el escenario dramático de este mundo, está tejiendo la trama de una historia de salvación”.

En nuestro país, vivimos un momento en el que muchos parecen pasmados. Es, en realidad, un tiempo en el que tenemos la ocasión para redefinir nuestro rumbo, nutridos por los mejores valores de nuestra tradición. En este proceso, es indiscutible que hace falta una mejor comunicación. Una comunicación que trascienda la veleidad, la frivolidad y la superficialidad, tanto en sus contenidos como en sus motivaciones, para convertirse en el instrumento de humanización que realmente es. Poner en común ideas y proyectos, estrechar relaciones y entusiasmarnos juntos por horizontes compartidos. No conformarnos con el puro desahogo ante las frustraciones, la grosería ante las ofensas y la broma ante las paradojas de la vida. Hablar mejor. Comunicarnos mejor. Es una tarea en todos los niveles. Y, en verdad, es una tarea prioritaria y urgente.

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