El Papa Francisco acude a su segunda Jornada Mundial de la Juventud, a treinta años de la primera, convocada entonces por su predecesor Juan Pablo II. Lo hace precisamente en la arquidiócesis que guiara el papa polaco, segunda ocasión que la fiel Polonia recibe esta fiesta. Para el país anfitrión, se trata también de un gran acontecimiento nacional, pues celebran los 1050 años del Bautismo de Polonia, fecha que llegada a su milenio no pudo ser dignamente recordada, por las condiciones históricas del momento.

De hecho, en su primer encuentro con la sociedad civil, el pasado miércoles, Francisco tuvo ocasión de reflexionar sobre la honda identidad nacional del pueblo polaco gracias a su desarrollada conciencia histórica. “El pueblo polaco –dijo entonces– se caracteriza por la memoria. Siempre me ha impresionado el agudo sentido de la historia del Papa Juan Pablo II. Cuando hablaba de los pueblos, partía de su historia para resaltar sus tesoros de humanidad y espiritualidad. La conciencia de identidad, libre de complejos de superioridad, es esencial para organizar una comunidad nacional basada en su patrimonio humano, social, político, económico y religioso, para inspirar a la sociedad y a la cultura, manteniéndolas fiel a la tradición y, al mismo tiempo, abiertas a la renovación y al futuro”.

San Juan Pablo II, en su Carta Apostólica “Dilecti Amici” de 1985, Año Internacional de la Juventud, entregó una reflexión que sigue siendo referencia de estas actividades. Identificó el “futuro” como la categoría propia de los jóvenes, y subrayó el carácter ético de las decisiones tomadas por ellos, tanto en el nivel personal como en el comunitario, y los abrió a la esperanza desde una contemplación profundamente cristológica. Invitaba a que cada joven, descubriendo la mirada de amor de Cristo sobre su persona, pudiera entender en plenitud el sentido de un proyecto de vida.

“En este contexto, el ‘proyecto’ adquiere el significado de ‘vocación de vida’, como algo que es confiado al hombre por Dios como tarea. Una persona joven, al entrar dentro de sí y a la vez al iniciar el coloquio con Cristo en la oración, desea casi leer aquel pensamiento eterno que Dios creador y padre tiene con ella. Entonces se convence de que la tarea que Dios le asigna es dejada completamente a su libertad y, al mismo tiempo, está determinada por diversas circunstancias de índole interior y exterior. La persona joven, muchacho o muchacha, examinando estas circunstancias, construye su proyecto de vida y a la vez reconoce este proyecto como la vocación a la que Dios la llama” (n. 9).

A diez años de las Jornadas, que se fueron sucediendo a nivel diocesano e internacional, el mismo Juan Pablo II pudo detenerse también en una consideración sobre lo que habían significado las experiencias vividas en los dos primeros lustros. “Con el paso de los años se ha demostrado que las Jornadas de la Juventud no son ritos convencionales, sino acontecimientos providenciales, ocasiones para que los jóvenes profesen y proclamen cada vez con más alegría su fe en Cristo. Estando juntos pueden interrogarse sobre las aspiraciones más profundas, experimentar la comunión con la Iglesia, comprometerse con la urgente tarea de la nueva evangelización. De esta forma se dan la mano, formando un gran corro de amistad, uniendo los colores de la piel y de las banderas nacionales, la diversidad de las culturas y de las experiencias, en la adhesión de fe en el Señor resucitado” (Carta del 8 de mayo de 1996).

Después de Juan Pablo II, tanto Benedicto XVI como Francisco han sido entusiastas promotores de esta vivencia, convencidos de su belleza y pertinencia. No sólo han podido ejercer su propio magisterio ante una multitud particularmente acompañada y bien dispuesta, sino que ellos mismos han sido tocados por el entusiasmo juvenil, y han mostrado al mundo que es posible mantener despierta la esperanza.

Conciencia histórica, esperanza, proyecto de vida, mirada profunda en el interior de la persona y trascendente de cara a Dios, son principios que en realidad se han vuelto más urgentes, incluso a nivel global. Es de augurar que la experiencia de este año en la tierra de San Juan Pablo II refresque al mundo con el pulmón poderoso de la tierra siempre fiel.

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