Ya se viene el 25 de noviembre, que es el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer. Este día es similar al Día Internacional de la Mujer –que se conmemora el 8 de marzo–, con la diferencia de que este último nació por los retos que enfrentaban las mujeres sobre todo en el contexto laboral, mientras que en el 25 de noviembre, en cambio, el foco se centra en el grave problema que es la violencia.

Desde el 25 de noviembre, hasta el 10 de diciembre, que es el Día de los Derechos Humanos, tendrá lugar la Campaña de , que tiene el propósito de impulsar acciones para poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas en todo el mundo. En México, además de los múltiples eventos impulsados desde el gobierno y la sociedad civil, , que tienen como punto principal la denuncia de los feminicidios (#FeminicidiosEmergenciaNacional).

Ahora, al mismo tiempo en el que veremos esfuerzos reales por tratar de visibilizar, denunciar y erradicar la violencia que viven las mujeres y las niñas, no faltarán, sin embargo, las voces que objeten a todo el ejercicio. Las voces, no lo dudo, serán persistentes y bastante ruidosas, por lo que me atrevo a abordarlas con la esperanza de contribuir a que se disipen para poder, finalmente, atender el problema que este Día está llamado a erradicar.

1. ¿Por qué enfocarnos solo en la violencia que viven las mujeres si son más los hombres que asesinan en el país?

En México, es cierto que son más los hombres que han sido asesinados en años recientes, que mujeres. Como señalan José Merino, Jessica Zarkin y Joel Ávila en su texto ”, existe una desproporción inmensa entre el número de hombres asesinados y las mujeres asesinadas en el país: entre 2006 y 2012, por ejemplo, 117,859 hombres fueron asesinados, en comparación a 13,606 mujeres.

Existe, sin embargo, una diferencia en cómo son asesinados los hombres y las mujeres.

  • A los hombres los han asesinado más en el espacio público, mientras que a las mujeres las matan –en comparación con los hombres– más en su vivienda. Señalan Merino y compañía que: “Una de cada dos mujeres asesinadas muere en su hogar, mientras que en hombres es uno de cada cinco.”
  • “También hay mayor varianza”, afirman, “en cuanto a su edad. Mientras que los hombres asesinados se concentran entre los 15 y 44 años, entre las mujeres hay una mayor proporción de víctimas de 0 a 14 años y de 65 años o más.”
  • En las víctimas, también existe una diferencia en cuanto a su escolaridad: “En hombres, mayor escolaridad disminuye la probabilidad de ser asesinado. En mujeres no ocurre lo mismo, las mujeres con un grado universitario tienen una mayor probabilidad de ser asesinadas que sus contrapartes masculinas. Esto significa a igual nivel de escolaridad su nivel de vulnerabilidad es mayor. Ahora bien, entre las mujeres, las más vulnerables no lograron terminar la primaria.”
  • Como última gran diferencia, está la manera en la que son asesinados: “Casi al 70% de los hombres”, afirman Merino y compañía, “los asesinan con un arma de fuego, mientras que entre mujeres es apenas el 40%. Respecto a hombres, a las mujeres mexicanas las ahorcan, las ahogan, las golpean, las acuchillan, o las envenenan.”

La gráfica es y en su texto incluyen otras que también vale la pena revisar.

Los fenómenos de los asesinatos de hombres y mujeres, en otras palabras, son distintos. Esto, me parece, ayuda a responder a otra de las inquietudes constantes que salen a relucir en este día: ¿que cuáles son las políticas para reducir la violencia que más afecta a los hombres? Son, me parece, las políticas de seguridad pública. Todo lo que se hace en el país para reducir “la violencia” (secuestros, homicidios, desapariciones). La cosa es que no le llaman “la violencia que afecta a los hombres”, aunque es la que los afecta de manera desproporcionada. Hay mucho que se hace por y para los hombres, solo no lo enuncian así. (Por ejemplo: dado que los hombres comprenden el 95% de la población carcelaria, cualquier política que mejore la vida en las cárceles y que reduzca los delitos por los cuales las personas son encarceladas, es una política que de manera radical beneficiaría a los hombres.)

Y precisamente por eso, también, es que se vuelve necesario visibilizar la violencia específica que afecta de manera desproporcionada a las mujeres: porque no siempre es abordada o queda comprendida dentro de las políticas de seguridad pública clásicas que se implementan. Atacar la violencia en la calle, hace poco por erradicar la que ocurre en la casa, que afecta de manera desproporcionada a las mujeres, en comparación con los hombres.

Todos los asesinatos son condenables y eso no está en duda. Pero se tiene que reconocer que los asesinatos ocurren de manera distinta, en contextos distintos. ¿Por qué importa reconocer esta diferencia? Una razón fundamental para mí es: para tener políticas públicas adecuadas. No se puede enfrentar de la misma forma lo que ocurre en la vivienda, que lo que ocurre en la calle. Y en los distintos tipos de violencia, el género –el que se trate de un hombre o una mujer– es un factor a considerar para entender cómo, cuándo y por qué se reproduce esta violencia (entre muchos otros). Haríamos mal en no considerarlo.

2.– Se hace creer que las mujeres solo sufren cierto tipo de violencias. Esto, sin embargo, no es cierto: los hombres, por ejemplo, también sufren violencia familiar y sexual.

Esto, también, por supuesto que es cierto: los hombres también sufren violencia sexual y sufren violencia familiar. Pero incluso si se analizan las estadísticas en ese sentido, podrán ver que tiende a haber una desproporción en el número de mujeres que son víctimas de este tipo de violencia.

Por ejemplo, ha recabado del Sistema Nacional de Información en Salud, para los años 2002, 2004 y 2006: tanto hombres como mujeres sufrieron lesiones como consecuencia de violencia familiar. Pero, en términos totales, las mujeres con lesiones fueron muchas más –para los 3 años identificados– que los hombres. 9,080 en 2002 comparadas con 5,530 hombres; 10,041 mujeres con lesiones en 2004 comparadas con 4,963 hombres; 15,314 en 2006, comparadas con 4,924 hombres. (Sonia Frías, la académica de la UNAM, “por cada asesinato de un hombre registrado durante 2015 en el que hubo violencia familiar se registraron 8.6 de mujeres.”)

Se puede observar un fenómeno similar tratándose del acoso sexual, según se reporta en la ECOPRED 2014: si bien tanto a hombres, como a mujeres los acosan, existe una desproporción nada desdeñable entre el número de víctimas hombres y mujeres. En este caso: son las mujeres las que sufren mucho más acoso.

La gráfica fue realizada por José Merino y Alexis Cherem para su texto (imperdible, por cierto): “”.

La clave, me parece, es esa: que existe una desproporción. No es que ningún hombre sea víctima de cierto tipo de violencia, sino que hay cierto tipo de violencias que desproporcionadamente les afecta a las mujeres (y otras, como el homicidio en el espacio público, a los hombres). Por eso se habla de violencia de género: porque hay cierto tipo de violencias en las que ser hombre o ser mujer es uno de los factores que aparece una y otra vez como relevante. Reconocer esa realidad no es discriminación. Es simplemente reconocer la realidad.

Para mí los esfuerzos deben estar encaminados a erradicar las violencias que afectan las vidas de las personas. Si estudio tras estudio tras estudio comprueba que la violencia que viven las personas cambia dependiendo de si son hombres o mujeres –o niños o adultos; o migrantes o nacionales; o indígenas o no; etc.–, lo que procede es reconocerlo para poder cumplir con ese propósito.

3.- Pero si solo se enfocan en las mujeres, es tanto como decir que lo que le ocurre a los hombres está bien.

Esta objeción siempre la he pensado así: ¿a poco las políticas enfocadas exclusivamente en los niños, niñas y adolescentes significa que ya no importan las personas que son adultas? Por supuesto que no. Se realizan políticas específicas para el primer grupo porque se reconoce que las necesidades y problemas que tienen son distintos, específicos. Y que requieren abordarse de forma específica. Hacerlo no implica que se valida la violencia que viven las personas que son adultas. Es una política más dentro de las miles que existen para hacer de los derechos de todas las personas una realidad. El tema de la violencia de género en contra de las mujeres es igual.

Tener acciones enfocadas en las mujeres, por los problemas que desproporcionadamente les afectan a ellas, no significa que se deja de condenar o desatender a los problemas que afectan desproporcionadamente a los hombres. El Estado –por no decir múltiples otros actores y grupos de la sociedad– siguen ahí, empleando una infinidad de recursos para tal efecto. El combate en contra de la violencia que sufren las mujeres no está peleada con el combate en contra de la violencia que sufren los hombres.

4.- Se presentan a las mujeres solo como víctimas. Cuando las mujeres también ejercen violencia: en contra de hombres y en contra de otras mujeres.

Por supuesto que las mujeres ejercen violencia; de género y de otro tipo; contra hombres y contra mujeres. ¿Qué tiene eso que ver con la violencia que desproporcionadamente les afecta a ellas? ¿Cómo la anula? ¿Cómo la descalifica? Bajo esa lógica, no se podría abordar la violencia que ningún grupo de personas sufre porque, en todos los grupos de personas, hay quienes violentan. Hay niños violentos; hay personas indígenas violentas; hay migrantes violentos; hay ancianas violentas; hay hombres gay violentos. Por no decir: hay hombres heterosexuales violentos. ¿Y? Son fenómenos distintos.

Ahora, incluso reconociendo que las mujeres son violentas –¿y es que quién podría negarlo?–, la violencia que ejercen sigue siendo distinta: puede “explicarse a partir de distintos factores de carácter biológico, individual, relacional, pero no a partir de desigualdades de poder socialmente construidas que favorezcan estructural e ideológicamente a las mujeres”, . Y este es un punto que muchas veces se pierde: la violencia –especialmente la de género que ejercen los hombres contra las mujeres– no tiene que ver con la “maldad” de los hombres. Desde el feminismo (y estudios de género), al menos, no se propone que los hombres sean esencialmente malos, ni naturalmente perversos; ni que las mujeres sean irremediablemente frágiles, débiles o indefensas. Lo que trata de revelarse son los sistemas sociales –económicos, políticos, jurídicos, morales, culturales– que contribuyen, justifican, solapan o invisibilizan esta la violencia: que hacen que sea más probable, más fácil reproducirla.

Por ejemplo: en México, hay varios factores que se ha encontrado que inciden en la violencia que sufren las mujeres al interior de sus relaciones de pareja. Sostiene Roberto Castro en su texto “”: 1) “El índice de autonomía (capacidad de la mujer de decidir por su cuenta cuestiones sobre trabajar por un pago, ir de compras, visitar a otras personas, comprar algo para sí misma o cambiar su arreglo personal, participar en una actividad vecinal o política, hacer amistad con alguna persona o votar por algún partido o candidato) tiene efectos muy claros con respecto a la violencia física y sexual: a mayor autonomía, menor riesgo de sufrir ambos tipos de violencia.” 2) “Un patrón un poco más complejo”, sin embargo, “se observa con respecto al índice de roles de género (medida en que las mujeres apoyan una visión más igualitaria entre hombres y mujeres) y el índice de poder de decisión de la mujer (la influencia efectiva o capacidad de intervención de las mujeres en el proceso de toma de decisiones en cuestiones personales, sexuales y reproductivas, de crianza y educación de los hijos, y otras de tipo familiar). En ambos casos, un mayor empoderamiento de la mujer se asocia con un menor riesgo de violencia física y sexual, pero con un mayor riesgo de violencia emocional.” 3) “En la medida en que se incrementa la participación de los hombres en las tareas domésticas”, sin embargo, “disminuye de manera drástica el riesgo para la mujer de sufrir cualquier tipo de violencia de pareja. […] Las razones del efecto protector de esta variable radican en el carácter invisible del trabajo doméstico (que, a diferencia de las labores que se hacen fuera del hogar, sólo se ve cuando no se hace) y en el efecto concientizador que ejerce en quienes comienzan a hacerlo tras largos años de solamente darlo por sentado.” Estos tres factores son un ejemplo de lo compleja que es la violencia de género que sufren las mujeres: no depende solo de parejas “malas”, sino de cómo se entiende el papel de las mujeres y de los hombres en una relación (¿Cuál es el rol que creen que deben desempeñar?); de la autonomía real que tienen sobre sus vidas; y del poder que tienen, al interior de la relación, de decidir. Si estos factores cambian –y para que cambien, tienen que confluir toda otra serie de factores–, la incidencia de la violencia cambia. De nuevo: no tiene que ver solo con “maldad” y “bondad”, sino con visiones y relaciones de género –entre otros factores–.

Ahora: ¿que hay mucho que se puede mejorar en cómo se aborda el problema de la violencia en contra de las mujeres? Por supuesto. Empezando por la información que tenemos sobre la violencia misma. En el texto que cité de Castro se señalan los múltiples huecos que aún existen en la investigación sobre este fenómeno: se sabe poco sobre cómo impacta a distintos tipos de mujeres (por ejemplo: a las mujeres con alguna discapacidad, a las que son migrantes, a las mujeres trans, etc.) y se sabe aún menos sobre los hombres. Tanto los que agreden, como los que no. Y este entendimiento importa porque es lo que permite mejorar las políticas públicas para el combate de la violencia. Políticas que muchas veces siguen siendo sumamente problemáticas. Si algo sobresale de este año, en el que las mujeres en el país, el 24 de abril, se unieron para protestar las violencias que padecen, es la incapacidad de los gobiernos de hacerle frente. Si hay algo a lo que hay que voltear es a eso: a la instancia responsable de respetar, proteger, garantizar y promover nuestro derecho a vivir libres de violencia.

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